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domingo, 3 de julio de 2011

Somos los pobres a los que se nos revela el Señor

Zac. 9, 9-10;

Sal. 144;

Rom. 8, 9.11-13;

Mt. 11, 25-30

‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra…’ Toda la vida de Jesús es Eucaristía. Como tiene que serlo la vida del cristiano. Ser eucaristía para el cristiano no es sólo cuestión de un momento. Es la gloria, la alabanza, la acción de gracias a Dios de toda la vida. Como Jesús. ‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra…’ Todo es Jesús era siempre buscar la gloria del Padre, hacer la voluntad del Padre y ofrecimiento de si mismo al Padre como expiación y redención para nosotros.

En su nacimiento los ángeles cantaron la gloria de Dios. Era la gloria de Dios que se hacía presente en el mundo y de qué manera en el momento del nacimiento del Salvador. ‘Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti… yo te he glorificado sobre la tierra… glorificame junto a ti con la gloria que yo tenía antes que el mundo existiese’, exclamará Jesús en algun momento en el evangelio. Y como todo era para la gloria de Dios, en el momento de expirar en las manos del Padre ponía su vida, ponía su espíritu.

Es la gloria de Dios lo que busca, para que toda la humanidad salvada pueda seguir siempre cantando la gloria del Señor. Y da gracias, lo escuchamos en distintos momentos del evangelio, ‘porque me escuchaste aunque yo sé que tú siempre me escuchas’, dirá cuando la resurrección de Lázaro. Y da gracias ahora, como hoy hemos escuchado, porque así se ha manifestado, revelado a los hombres, a los pequeños y a los sencillos.

Había sido enviado, ungido del Espíritu, para anunciar la Buena Noticia a los pobres, como había anunciado el profeta y El recordaba en la sinagoga de Nazaret. Y eso se estaba cumpliendo, realizando. ‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla…’ A los pobres, a los que tienen alma y corazón de niño, a los que sufren y a los que se sienten agobiados… les dice Jesús ‘venid a mí, aprended de mí’.

Así se manifiesta Jesús y asi nos revela el rostro de Dios. Su gozo es estar con los hijos de los hombres, como dice la Escritura. No se nos presenta desde la prepotencia y las grandiosidades humanas. Como había anunciado el profeta y escuchamos en la lectura de Zacarías, ‘mira a tu rey que viene a ti modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica…’ Será así como le veremos entrar triunfalmente en Jerusalén como conmemoramos el domingo de ramos. Porque es así como le vemos caminar por los caminos de Palestina. Y eso nos llena de alegría, como nos invitaba el profeta, ‘Alégrate, hija de Sión, canta, hija de Jerusalén’.

Y es así como quiere seguir llegando y haciéndose presente hoy en medio de los hombres. Que lo aprendamos los cristianos, que lo aprenda la Iglesia toda en su forma de presentarse como servidora en medio del mundo, que a veces parece que buscamos otros caminos que no se parecen a los de Jesús en el evangelio. Será la mejor manera de dar a conocer el rostro de Dios a los hombres nuestros hermanos.

‘Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mio, mi Rey’, hemos cantado en el salmo responsorial. Alabamos y bendecimos al Señor que es clemente y misericordioso. Alabamos y bendecimos al Señor y le damos gracias con toda nuestra vida. Como deciamos toda la vida del cristiano ha de ser Eucaristía, alabanza y bendición para el Señor, acción de gracias, ofrenda a Dios. Bendecimos a Dios porque también en nosotros se está cumpliendo este evangelio que hoy hemos proclamado.

Y le damos gracias al Señor porque también a nosotros se nos manifiesta, se nos revela. Queremos tener corazón humilde y sencillo, alma y corazón de niño como antes decíamos, para gozarnos con la palabra del Señor que se nos revela, que llega a nosotros. Jesús decía que ‘nadie conoce al Hijo más que el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’. A nosotros nos lo está revelando Jesús, nos lo está dando a conocer. Pensemos cuánto cada día tenemos oportunidad de conocer más a Dios, empaparnos de su Palabra, conocer todo el misterio de Dios.

Mirémonos a nosotros los que ahora estamos aquí en nuestra celebración. Queremos venir con humildad delante del Señor. ¿Quiénes somos? Aquí estamos con nuestra pobreza, nuestras debilidades, nuestros sufrimientos, nuestras carencias, nuestros achaques, nuestros años que nos debilitan. Aquí estamos con nuestro corazón pobre pero que queremos estar abiertos al Señor.

Queremos sentirnos pobres delante del Señor, porque realmente lo somos en tantas limitaciones como tenemos en nuestra vida. Queremos sentirnos pobres porque queremos alejar de nosotros todo orgullo y vanagloria que nos pudiera hacer pensar que ya nosotros somos sabios o entendidos. No nos sentimos perfectos, ni mucho menos, sino llenos de debilidad y pobreza. Queremos sentir como llega cada día el Señor a nuestra vida; queremos buscarle, porque nos sentimos confortados cuando escuchamos la invitación que hoy Jesús nos está haciendo. ‘Venid a mí… los que estáis cansados y agobiados... venid a mí que yo os aliviaré… en mí encontraréis vuestro descanso’.

Y aunque a veces nos cuesta, porque quizá nuestras debilidades nos hacen sentirnos incómodos, queremos sin embargo llenar nuestro corazón de mansedumbre, de humildad porque queremos parecernos al Señor, que es manso y humilde de corazón. Nos cuesta rezar a veces porque hay cosas que nos distraen, o porque no siempre somos capaces de concentrarnos bien en lo que hacemos (y hasta nos dormimos), pero venimos aquí cada día buscando al Señor, y queremos rezar, y queremos alabarle y darle gracias, y queremos que en verdad nuestra vida sea siempre Eucaristía del Señor.

Os confieso que yo, como sacerdote, que me ha tocado en estos años serviros en mi ministerio, me siento dichoso de estar con ustedes a los que en mi corazón os llamo los pobres de Yavé, los pobres del Señor, ancianos, personas mayores, discapacitados en otra de las funciones de mi ministerio sacerdotal con la Frater. Siento que el Señor me ha llamado a anunciar su Buena Noticia a los pobres de manera especial, - recordando las profecías leidas por Jesús en la sinagoga de Nazaret – y los pobres, ustedes, son para mi también Buena Noticia del Señor. Ustedes son una ayuda grande para mi, para que esa Palabra de Dios llegue también a mi vida.

También yo doy gracias en esta Eucaristía de mi vida por este ministerio que en mi pobreza también entre vosotros realizo, y veo como el Señor se os revela a vosotros sencillos y humildes de corazón y ese mismo anuncio de la Palabra de Dios que os tengo que hacer cada día, para mí se convierte en una Palabra fuerte que me dice Dios en mi corazón. Pido a Dios saber ponerme siempre delante de El con corazón pobre, con corazón de niño porque es la mejor forma de sintonizar con su Palabra y con su amor.

Me quiero acercar yo también al Señor con ustedes escuchando esa llamada e invitación del Señor a los cansados y agobiados, a los pobres y a los que sufren para ir hasta El y encontrar en Jesús ese alivio, ese descanso, esa paz que tanto necesitamos. Hagámoslo siempre con humildad y hagámoslo siempre con mucho amor. Y así el Señor llegará a nuestro corazón. Así podremos sentir cómo ‘el Espíritu del Señor que habita en nosotros vivificará nuestros cuerpos mortales’, como nos decía san Pablo en la carta a los Romanos.

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