Is. 55, 10-11;
Sal. 64;
Rm. 8, 18-23;
Mt. 13, 1-23
‘El que tenga oídos que oiga’ sentencia Jesús al terminar de decir la parábola. Una invitación a reflexionar, a pensar hondamente en el significado de lo que Jesús quiere decirnos. No nos podemos contentar con decir qué cosas más bonitas nos dice el Señor, qué bella es la parábola. Es cierto que es una página bien hermosa, pero de un contenido grande. Por eso ‘el que tenga oídos que oiga’, el que sea capaz de reflexionar, de escucharla allá en lo hondo del corazón, que lo haga. Es lo que queremos hacer.
‘Salió el sembrador a sembrar…’ comienza la parábola. ‘Salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a El tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas…’
En el evangelio lo vemos como el pescador, como el pastor, como el maestro. Diversas imágenes que nos hablan de Jesús y de su misión. ‘Os haré pescadores de hombres’, que era hacerlos como era El. ‘Yo soy el Buen Pastor’, y nos dirá que cuida a las ovejas y las alimenta, y busca a las perdidas. Es el Señor y el Maestro, que así lo llaman sus discípulos. Hoy lo contemplamos como el sembrador que siembra la semilla de la Palabra de Dios y que quiere que dé fruto abundante. ‘Salió el sembrador a sembrar… y les habló mucho rato en parábolas…’
El sembrador echa la semilla en la tierra y espera pacientemente que dé fruto. La semilla aunque nos pueda parecer pequeña e insignificante es vida que nos fecunda de vida. Pero la semilla ha de enraizar bien en la tierra y la tierra tiene que ser buena y preparada para poder obtener toda su fecundidad. No puede ser tierra endurecida y pateada convertida en caminos endurecidos; no puede ser tierra árida llena de pedruscos o de malas hierbas. Tiene que ser tierra cuidada y cultivada para hacerla brotar y pueda llegar a dar fruto.
Como tantas veces reflexionamos cuando escuchamos esta parábola esa tierra somos nosotros. No podemos tener embotado el corazón ni endurecido el oído. Ya Jesús se queja recordando las palabras del profeta. ‘Está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrados los ojos…’ Hemos de saber abrir los ojos y los oídos del corazón para poder acoger esa semilla, para poder sintonizar con ese mensaje divino, con esa Palabra de Dios que llega a nosotros.
El agricultor que prepara la tierra para la siembra lo hace con todo cuidado. Hemos visto todos como se labra la tierra, como se quitan las malas hierbas, se limpia de pedruscos y de abrojos, se abona y se refresca cuidadosamente para que cuando caiga la semilla encuentre la humedad adecuada, los abonos pertinentes y la tierra bien preparada para que pueda germinar, brotar, crecer y llegar a dar fruto.
Ojalá escuchemos que Jesús nos dirige a nosotros estas palabras: ‘¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!’ Con cuánto cuidado hemos de disponer nuestro corazón y nuestra vida para acoger esa semilla de la Palabra de Dios que llega a nosotros. Cómo hemos de predisponer nuestro espíritu para recibirla porque es un tesoro precioso, el más precioso, que bien merece la pena dejarlo todo para acogerla en nuestro corazón.
Y una forma hermosa sería prepararnos invocando al Espíritu del Señor, Espíritu de Sabiduría y de conocimiento de Dios para que nos ilumine. Creo que siempre la escucha de la Palabra de Dios hemos de hacerlo en espíritu orante. Es el Señor que nos habla, que quiere entrar en diálogo de amor con nuestro corazón. Importante, pues, esa actitud orante, de oración, porque también nos pide una respuesta. Y permítanme decir que espiritu orante no es estar rezando padrenuestros o avemarías mientras escuchamos la Palabra, sino espíritu y corazón abierto a Dios para escucharle. Es la tierra preparada.
Cuántos ruidos de la vida tenemos que evitar para poder escucharla debidamente en nuestro corazón; cuánto silencio hemos de hacer en nuestra alma. Es el silencio externo ya sea en nuestra lectura personal ya sea en nuestras celebraciones, y el el silencio del corazón. ¡Qué lástima cuando en nuestras celebraciones mientras se proclama la Palabra de Dios se están haciendo cosas o hay gente que se está moviendo y dando vueltas por el templo, o alguie está más preocupado por las cosas que haya que preparar para el resto de la celebración!
Quitar los abrojos o los pedruscos que nos dice la parábola para que sea tierra limpia y buena. La semilla cae en tierra y hay que darle su tiempo para que germine y pueda surgir la planta que luego dé fruto. Pero si en ese crecimiento interior choca, podríamos decir, con nuestras maldades, nuestros vicios y rutinas, todo eso ahogará esa Palabra plantada en nuestro corazón. ‘El maligno roba lo sembrado en el corazón’ que decía Jesús. Una actitud y un deseo de purificación interior tendríamos que tener, y eso con la ayuda de la gracia del Señor que pedimos también en nuestra oración.
Fortalecernos en el Señor para ser constantes y perseverar en ese cultivo de la semilla de la Palabra de Dios en nuestro espíritu. ‘La acepta con alegría… pero no tiene raíces, es inconstante, que nos dice Jesús en la explicación, y en cuanto viene la dificultad o la persecusión, la tentación, sucumbe…’
‘El que tenga oídos para oír que oiga’, nos decía Jesús. Hemos de masticar muy bien este alimento de la Palabra que escuchamos para que sea en verdad alimento de nuestra vida. Jesús no sólo nos ha proclamado la parábola sino que también nos la ha explicado; nos ha dicho cómo tenemos que aplicárnosla a nosotros, pero también nos da pautas para ser esa tierra buena, para preparar nuestro corazón a esa semilla que se planta cada día en nuestra vida.
Y también tenemos que ayudarnos los unos a los otros en ese acogida a la Palabra para dar fruto. Que nunca seamos obstáculo para los demás. Es más, tenemos que ser sembradores también de esa semilla del Reino de Dios en medio de nuestro mundo. Como Jesús llamaba a Pedro y a los demás discípulos para que también fueran pesacadores de hombres y sembradores del Reino, a nosotros también nos confía esa misión y esa tarea.
Desde nuestra forma de acogerla y escucharla podemos ser testimonio y estímulo para los que nos rodean. Que vean que en verdad es importante la Palabra de Dios para nosotros por nuestra forma de escucharla, acogerla y plantarla en nuestra vida. Todo es contribuir para la gloria del Señor. Y damos en verdad gloria a Dios si logramos que otros muchos escuchen el anuncio de la Palabra y se dispongan también a plantarla en su vida. Una hermosa tarea que tenemos por delante.
‘La semilla cayó en tierra buena y dio fruto’.
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