Prov. 2, 1-9;
Sal. 33;
Mt. 19, 27-29
‘Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué nos va a tocar?’ le pregunta Pedro a Jesús. Este episodio está a continuación de la invitación al joven rico a venderlo todo para dar el dinero a los pobres y seguir a Jesús, y a los comentarios posteriores de Jesús de cuán difícil le es a los ricos entrar en el reino de los cielos.
Desde ahí surge la pregunta de Pedro. ‘Os sentaréis sobre doce tronos para regir a las doce tribus de Israel’, le responde Jesús que continuará diciendo: ‘El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna’.
¿Lo importante? La herencia de la vida eterna. Podremos tener o no tener consuelos humanos, pero la herencia del Reino de los cielos es el verdadero tesoro por el que merece dejarlo todo. Es lo que nos estimula en el seguimiento de Jesús a todo cristiano. Es lo que está en el fondo de la disponibilidad y generosidad de corazón de quienes sentimos la llamada del Señor de dejarlo todo para consagrarnos a El y a su Reino.
Hay renuncias que pudieran ser dolorosas en el corazón que Dios nos compensa con su gracia y hechas con amor nos dan una alegría interior que por nada queremos cambiar. Renunciamos quizá a una familia quienes nos consagramos al Señor en la vida sacerdotal o religiosa, pero estamos insertos en una familia más grande que son nuestras comunidades, a aquellos a los que nos entregamos en nuestro servicio, y que nos hará tener más libre el corazón para llenar a tener esa disponibilidad y esa entrega.
Este evangelio que estamos comentando es el propio de esta fiesta de san Benito, Padre y Patriarca del monacato occidental y patrono de Europa que hoy celebramos. Estudiante en Roma de filosofía y de retórica siente en su corazón la llamada del Señor, desde la meditacion del evangelio allá en lo hondo de su corazón, para dejarlo todo por el Reino de Dios.
Vive como eremita en el Subiaco, pronto se congregan junto a él muchos que quieren vivir su estilo de consagración al Señor con su regla del ‘orat et laborat’ y que, tras diversos avatares y acontecimientos que en un momento pusieron en peligro incluso su vida, será el principio de la Orden Benedictina que finalmente se establecería en Montecasino y que luego se extendería por todo el Occidente cristiano. Es por lo que se le considera el padre de los monjes de Occidente, porque en el oriente san Antonio Abad en Egipto y san Basilio fueron los que establecieron la regla del monacato oriental.
La espiritualidad de san Benito no es sólo inspiración para los que se consagran al Señor tras los muros de un monasterio o en la vida religiosa sino que puede ser también para todos los que queremos seguir a Jesús una ayuda grande para vivir nuestra espiritualidad cristiana. Reza y trabaja, resume la regla de san Benito.
Vivimos inmersos en el mundo con nuestras responsabilidades y trabajos; tenemos el compromiso de la construcción de nuestro mundo desde nuestro trabajo, desde nuestra responsabilidad allí donde el Señor nos haya llamado a desarrollar nuestra vida con nuestros valores y con nuestras cualidades que no podemos enterrar. Y a ese trabajo que realizamos le damos un sentido y un valor desde la fe que tenemos en el Señor y desde el espíritu del evangelio que queremos vivir.
¿Dónde encontraremos la fueza para realizar nuestra tarea? En el Señor está nuestra fuerza y nuestra vida. Desde nuestra unión con el Señor alcanzamos la gracia que necesitamos para vivir nuestras responsabilidades. Qué presente tiene que estar la oración en nuestra vida. No puede estar lejos nunca de la vida de un cristiano porque es nuestro medio de estar unidos al Señor. A un cristiano sin oración se le cae la base que sostiene toda su vida.
Que aprendamos de san Benito, ‘maestro de la escuela del divino servicio’, como lo llama la liturgia, a poner esas bases solidas de nuestra espiritualidad cristiana que nos haga ser verdaderos testigos en medio de nuestro mundo.
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