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viernes, 15 de julio de 2011

Será un día memorable para vosotros porque es el paso del Señor


Ex. 11, 10-12, 1-4;

Sal. 115;

Mt. 12, 1-8

‘Este será un día memorable para vosotros… es la Pascua, es el paso del Señor… decretaréis que sea fiesta para siempre’. Con estas palabras resumimos la importancia de lo sucedido y que nos relata el libro del Exodo.

Fue un momento importante y trascendental para el pueblo judío. Ya hemos escuchado cómo Dios, que escucha el clamor de su pueblo, ha elegido a Moisés y lo ha enviado al Faraón para que saque al pueblo de la esclavitud de Egipto. ‘Moisés y Aarón hicieron muchos prodigios en presencia del Faraón; pero el Señor hizo que el Faraón se empeñara en no dejar marchar a los israelitas de su tierra’.

Lo que en la liturgia hemos escuchado no nos detalla todo lo que fueron las plagas con las que el Señor azoló a Egipto ante el empecinamiento del Faraón. Para un mejor conocimiento de todo esto necesitaríamos una lectura personal de todos los capítulos de referencia en estos pasajes. En lo que hemos escuchado se hace referencia a lo sucedido en el último momento. Más bien a los preparativos que ha de hacer el pueblo y la manera como luego lo van a recordar de generación en generación.

Es el mandato de comer el cordero pascual, con cuya sangre habían de marcar las puertas de los judíos al paso del Señor, y que cada año habían de celebrar como solemne fiesta de la Pascua. Es lo que, cuando leemos la Biblia, o leemos los evangelio, vemos que se nos habla de la fiesta de Pascua a la que subían a Jerusalén a celebrar los judíos cada año, o la cena del cordero pascual a la que se hace especial referencia en la última cena de Jesús.

Lo que ahora sucede y se nos narra es la Pascua, el paso del Señor que les liberaba de Egipto. Lo sucedido entonces en Egipto con los judíos y también con los egipcios cuyos primogénitos varones fueron exterminados en aquella noche. Ahora la señal era aquella sangre con la que fueron marcadas las puertas de las casas judías. ‘La sangre será vuestra señal en las casa donde habitéis…’ La sangre derramada más tarde al pie del Sinaí sobre el altar del sacrificio y con la que fue aspergiado el pueblo será la señal de la Alianza entre Dios y su pueblo que marcaría para siempre su historia. Como la Sangre de Cristo derramada, verdadero Cordero Pascual, será para nosotros la señal de la gracia y de la salvación que inaugura el nuevo pueblo de Dios, el pueblo de la Nueva Alianza que es la Iglesia, que somos nosotros.

Fijémonos cómo hay un hilo conductor para aquel pueblo, el pueblo de la Antigua Alianza, y también para nosotros, el pueblo de la Nueva y Eterna Alianza en el Cordero Pascual inmolado, y en la sangre derramada para el perdón de todos los pecados. Herederos de aquel pueblo de la Antigua Alianza, somos los hijos de la Alianza Nueva y Eterna en la Sangre de Cristo derramada por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Cristo es ese Cordero Pascual que por nosotros se inmola y se entrega por nuestra salvación.

Nos es bueno recordar estas cosas porque así entenderemos mejor el sentido de nuestra fe y el sentido de nuestras celebraciones. Son palabras que se van repitiendo continuamente en la liturgia como se repiten incluso en la proclamación de la Palabra y en la predicación, pero que hemos de saber entender en todo su sentido, para que entonces podamos vivir en plenitud ese sentido de la Alianza que de alguna manera marca también toda la historia de nuestra vida.

Los judíos celebraban cada año ese día memorable ‘como fiesta en honor del Señor’. Nosotros celebramos también la Pascua y no sólo ya en las fiestas de Pascua en los días en que rememoramos de manera especial la pasión, muerte y resurrección del Señor, sino que es lo que celebramos en cada Eucaristía, lo que ahora mismo estamos celebrando al anunciar la muerte y proclamar la resurrección del Señor. Es también la Pascua, es el paso del Señor hoy y ahora por nuestra vida con su salvación.

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