Una fiesta hermosa de la Virgen María en la advocación del Carmen o del Monte Carmelo. Una devoción muy arraigada en el pueblo cristiano que hace que la Imagen de la Virgen del Carmen la encontremos en nuestras Iglesias y parroquias repartidas por todos nuestros pueblos.
Una devoción hermosa a María con la que le manifestamos todo nuestro amor de hijos sintiendo su poderosa intercesión de Madre. Así nos la dejó Jesús cuando como Madre nos la regaló desde la cruz cuando la confió al discípulo amado en quien todos nos sentimos representados.
Bajo su escapulario bendito como manto protector nosotros queremos acogernos. Era muy habitual que a todos los niños en esta fiesta del Carmen o en otra ocasión se les impusiera el escapulario del Carmen para que así siempre se sintieran protegidos, nos sintiéramos protegidos desde nuestra más tierna edad con el amor maternal de María.
Claro que esto tendría que llevarnos a hacernos una seria reflexión. Ya en otras ocasiones que hemos celebrado esta fiesta de María hemos reflexionado sobre el sentido del escapulario. No es un amuleto mágico que llevemos ahí de forma supersticiosa para que sin poner nada de nuestra parte nos veamos libres de todos los peligros. El escapulario es como un vestido que nos ponemos. Llevar el escapulario es un signo de cómo nosotros queremos vestirnos de María porque de tal manera queremos copiar en nosotros sus virtudes y su santidad que pareciera que fueramos envueltos por María.
Llevar el escapulario nos recuerda el amor que tenemos a María que siempre la queremos tener presente en nuestra vida, ahí delante de nuestros ojos, junto a nuestro corazón, reflejando en nuestras actitudes y en nuestros comportamientos esa misma santidad que resplandecía en María. Llevar el escapulario es un recordatorio de cómo hemos de vivir. No podemos compaginar el llevar el escapulario o cualquier signo religioso que nos recuerde a María con una vida de pecado; nos exige, pues, el apartarnos del pecado, sintiendo cómo con la protección de María y con su intercesión no nos faltará la gracia del Señor para vencer la tentación y el pecado.
En el evangelio que hoy escuchamos le dicen a Jesús que allí están su madre y sus hermanos – sus familiares – buscándole y El se pregunta y nos pregunta, ‘¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y mi hermana y mi madre’.
Nos vestimos de María, llevamos el escapulario del Carmen porque, como decíamos, queremos parecernos a María. Tenemos que decir con lo que Jesús nos ha dicho en el evangelio, quien cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos ése es el que se ha vestido de María. Una exigencia grande de esa vestidura de María, de ese parecernos a María, la que plató la Palabra de Dios en su corazón y la puso en práctica.
Otra referencia quería hacer a la Virgen del Carmen en este día de su fiesta. Siempre recuerdo desde niño el altar de la Virgen del Carmen de la parroquia de mi niñez. Guardo muy nítida en mi mente e imaginación ese altar de la Virgen del Carmen. Era por cierto una imagen de la Virgen del Carmen sentada, pero que a sus espaldas tenía el enorme cuadro de ánimas que suele haber en todas nuestras parroquias. Y allí María aparecía como en el centro teniendo a sus pies a todos aquellos que aún estaban en el Purgatorio y que ella en medio con su escapulario parecía ir sacando a sus hijos para presentarlos al Padre del cielo.
Siempre vi una relación entre la Virgen del Carmen y las almas del Purgatorio a quienes ella conducía con su escapulario ya purificadas camino del cielo. Siempre tuvo su relación el llevar el escapulario con este sentido, porque así María por la devoción que en vida le habíamos tenido se convertía en poderosa intercesora que nos condujera hasta el cielo.
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