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viernes, 18 de marzo de 2011

Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?...


Ez. 18, 21-28;

Sal. 129;

Mt. 5, 20-26

‘Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?... Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa y El redimirá a Israel de todos sus delitos’. Qué bueno es el Señor, tenemos que reconocer. De El viene la misericordia. El quiere darnos siempre el perdón. Nos está regalando su amor continuamente. Como dice, ‘redención copiosa’, así con generosidad, desbordante es el amor del Señor. Consuelo, esperanza, llamada al amor y a la conversión.

Con este salmo hemos seguido saboreando lo que nos decía el profeta. No quiere el Señor la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Es la hermosa conclusión que podemos sacar. ‘Si el malvado se convierte de los pecados cometidos… ciertamente vivirá y no morirá, no se recordarán los delitos que cometió, por la justicia que ha hecho, vivirá…’ Qué generoso es el corazón del Señor. ‘¿Acaso quiero yo la muerte del malvado y no que se convierta de su camino y viva?’

Sentir el gozo del perdón del Señor es un gozo grande para el corazón. Saber que el Señor no tiene en cuenta nuestros delitos y pecados una vez que nos hayamos convertido y El nos haya perdonado, nos llena de esperanza y de confianza. Es el Señor dispuesto a perdonar y olvidar para siempre nuestro pecado. Es el Señor bueno que siempre premiará nuestras obras buenas como El sabe hacerlo.

Pero también es una exigencia para nuestra vida. Hemos de convertirnos guardando los preceptos del Señor, practicando el derecho y la justicia, como nos dice el profeta. Hemos de dar señales de esa vida buena que queremos vivir cumpliendo los mandamientos del Señor. No podemos decir que nos convertimos al Señor y seguimos haciendo el mal.

Por eso cuando en el catecismo hablamos de las cosas necesarias para celebrar bien el sacramento de la penitencia en el que el Señor nos concede su perdón y su paz, una de las condiciones es el propósito de la enmienda, o sea, el propósito de corregirnos, de evitar de nuevo el pecado. Es costoso pero necesario. Costoso porque está nuestra inclinación al mal y la tentación a la que estamos sometidos continuamente. Necesario porque tenemos que dar señales de un verdadero arrepentimiento. Es algo que no podemos olvidar de ninguna manera.

Por eso es fuerte también lo que nos dice el Señor por el profeta. ‘Si el justo se aparta de su justicia y comete la maldad, imitando las abominaciones que cometía el malvado, no se recordará la justicia que hizo… por el pecado que cometió morirá’. Es para pensarlo bien. Cómo echamos a perder nuestra vida por el pecado y dejándonos seducir por la tentación. Eso nos pide esa vigilancia con que hemos de vivir para no caer en la tentación. Vivamos un arrepentimiento sincero y llenemos nuestra vida de las obras del amor y de la justicia.

El texto del evangelio, que forma parte del Sermón del Monte, lo hemos escuchado y reflexionado no hace muchos días. Subrayar lo que entonces decíamos de cuál es la medida y la delicadeza de nuestro amor; cómo el Señor nos pide esa comunión y armonía de hermanos y de personas que se quieren que nos llevará a no ofender nunca, y a saber perdonar y reconciliarnos con sinceridad siempre. Si, como decíamos, el Señor es generoso en su amor y su perdón para con nosotros que de la misma manera con esa generosidad del amor sepamos actuar y relacionarnos con los que nos rodean. Es una manifestación de nuestra sincera conversión al Señor.

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