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sábado, 19 de marzo de 2011

En san José aprendemos a vivir la pascua, el paso de Dios por nuestra vida


2Sam. 7, 4-5.12-14;

Sal. 88;

Rm. 4, 13.16-18.22;

Mt. 1, 16.18-21.24

‘Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza… por lo cual le valió la justificación’. La lectura del apóstol hace referencia a Abrahán con su fe y su esperanza en esta fiesta de san José que estamos hoy celebrando.

Una fiesta entrañable y llena de gozo el celebrar a san José, el esposo de María, el padre putativo (así solemos decir no encontrando mejor palabra que lo exprese) de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, patriarca y patrono de la Iglesia universal.

Bien nos refleja ese texto de la carta a los Romanos hablándonos de la fe y de la esperanza de Abrahán lo que es la fe y la esperanza de san José. Duro y costoso fue para Abrahán el fiarse de Dios que le ponía en camino y le llenaba de promesas que no veía totalmente cumplidas y más aún cuando le pide incluso el sacrificio del hijo de la promesa. Pero Abrahán creyó cuando podía parecer que las esperanzas se desvanecían. Y como decía el apóstol, eso ‘le valió la justificación’. Qué importante mantener viva y firme nuestra fe, por muchas que sean las oscuridades con que nos encontremos en la vida. No podemos perder la fe ni la esperanza porque será lo que nos llevará hasta el final, lo que nos hará encontrarnos con la plenitud de Dios.

Es lo que vivió José. El tuvo también su pascua, el paso de Dios por su vida que tuvo que saber descubrir y ver para fiarse totalmente de Dios. José tuvo su pascua no exenta de pasión y de muerte en sí mismo para poder llegar a descubrir la luz que le daría plenitud. José vivió su pascua en silencio, pero alentado en ese paso de Dios por su vida porque Dios quería contar también con la colaboración de José para ese paso salvador de Dios en Cristo Jesús, el que que iba a aparecer como hijo de José, y en quien se iba a realizar la Pascua definitiva y eterna.

‘Era bueno’ nos dice el evangelio de José como una definición de su vida. Pero en ese ‘era bueno’ se encierran muchas cosas grandes del alma de José como su fe y su disponibilidad para Dios, así como su capacidad de sacrificio en el cumplimiento de su deber como padre y cabeza de familia de aquella familia que iba a ser la Sagrada Familia de Nazaret.

Cuando su corazón se vió turbado y su alma llena de dudas mantuvo su bondad y sus deseos de no hacer daño nunca a nadie, confiando que en medio de aquellas oscuridad un día podría aparecer la luz. Y la luz llegó a su vida con un angel enviado por el Señor en sus sueños, como un día un ángel viniera también a María para anunciarle a ella la Maternidad divina que se iba a gestar en sus entrañas, para anunciarle a José cuál era la colaboración que Dios le pedía en aquel Misterio de Salvación que se gestaba en las entrañas de María.

‘No temas’ anuncia siempre el ángel cuando viene de parte de Dios. Se lo dijo a María, se lo diría ahora a José, como se lo diría un día a las mujeres que fueron al sepulcro buscando al crucificado que ya estaba resucitado. Y es que Dios viene hasta nosotros no para el temor sino para la paz. En nuestra pequeñez y debilidad nos sentimos turbados y llenos de temor cuando aparece el misterio de Dios en nuestra vida, pero el paso de Dios siempre será para la paz, porque el paso de Dios por nuestra vida siempre nos estará manifestando lo que es el amor de Dios.

‘José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo’, le dice el ángel del Señor. ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra’, le había dicho Gabriel a María. ‘El Santo que va a nacer se llamará hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre’, continuaba Gabriel explicándole a María. Ahora el ángel le dirá a José que tendrá que actuar con la autoridad de padre porque ‘dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de los pecados’.

Autoridad de padre para ponerle el nombre, pero nombre que viene desde el cielo para significar la misión que tendrá el hijo, el Salvador, pero también la colaboración que José como padre tendrá que prestar en esa obra de la salvación. Así lo hemos expresado hoy en la oración ‘confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de san José’.

‘Cuando José se despertó, terminará diciéndonos el evangelista, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor’. Fue el principio de su colaboración en la obra de Dios. Fue el comienzo de su pascua, de ese paso de Dios por su vida, una vida llena de fe y animada por la esperanza. Era un alma de Dios en la que Dios se estaba gozando también por la disponibilidad y la grandeza de aquel corazón. Siempre disponible para Dios, para el sacrificio, para el amor, para vivir la pascua.

Mucho de muerte, de morir a sí mismo, tuvo que haber en su vida para saber seguir diciendo a Dios Sí aunque las tinieblas de la contrariedad y del sacrificio siguieran apareciendo en su vida. Será el traslado de Nazaret a Belén porque los caprichos de un emperador lejano quisieran hacer un censo para saber el número de los habitantes de su imperio. Oscuridad para José por el sacrificio que significaba para su vida y para María en el estado en que se encontraba. Pero detrás estaba el designio de Dios ya preanunciado por los profetas. El Mesías era hijo de David y en la ciudad de David habría de nacer. Por eso el conocimiento de las Escrituras que no podía faltar en José como en todo judío piadoso, le hacía ver luz detrás de aquellas oscuridades porque él descubría el designio de Dios.

Muerte en sí, como camino de pascua, era en José su pobreza, pero más aún la extrema pobreza en la que había de nacer el hijo de María, para quien no había sitio en la posada y tendría que nacer como el más pobre entre los pobres para ser reclinado en las pajas de un pesebre. Pero en su pascua José su vida se llenaba de luz con la contemplación de los ángeles que cantaban la gloria de Dios y de los pastores que venían a traer ofrendas contando lo que los ángeles les habían anunciado.

Camino de Pascua para José, como camino de Dios por su vida, sería la huída a Egipto para salvar la vida del niño, como luego su vida silenciosa en Nazaret a donde finalmente se retirarían. Dios que se manifiesta y llega a la vida del hombre en los momentos difíciles y oscuros que podrían llenarnos de incertidumbres y de dudas pero que cuando se mantiene firme la fe y la esperanza siempre se verán iluminados con la luz de Dios. También en la vida silenciosa de Nazaret, sin grandes ni especiales acontecimientos, Dios se hacía presente, - y de qué manera más maravillosa en la presencia de Jesús – y había que seguir teniendo los ojos abiertos y el corazón caldeado para ver y sentir esa presencia de Dios.

Es lo que hoy san José nos está enseñando, y bien necesitamos aprender la lección. Abrir los ojos para ese paso de Dios por nuestra vida. La verdadera pascua, la definitiva y eterna la tenemos en Jesús, verdadera pascua de Dios para nosotros en su muerte y en su resurrección. Pero esa pascua, ese paso de Dios hemos de irlo viviendo en el día a día de nuestra vida, en la que el Señor quiere seguir manifestándose a nosotros y también nos pide una colaboración, una respuesta de fe, de disponibilidad, de esperanza, de amor.

Miremos lo que es la realidad de nuestra vida diaria, con momentos buenos, pero también con momentos de dificultad, de problemas, de sufrimientos, de soledades, de oscuridades, pero sepamos avivar nuestra fe para descubrir cómo Dios está con nosotros; sepamos poner nuestra confianza en el Señor, toda nuestra esperanza en él, aunque esos vientos de oscuridad quieran apagar esa llama de esperanza, y vamos a encontrar la luz que Dios tiene especial para cada uno de nosotros. Nuestra vida nos puede parecer insignificante porque quizá no hacemos o no se nos han confiado cosas extraordinarias, pero en ese silencio de nuestra vida también está Dios, también actúa Dios.

San José es poderoso intercesor al que acudimos muchas veces en nuestras necesidades pidiendo su patrocinio y protección. No dejemos de hacerlo. Pero pidámosle por nuestra fe y por nuestra esperanza. Que su ejemplo nos ayude a avivar nuestra fe, a mantener viva nuestra esperanza.

Que con su intercesión gloriosa ante el trono de Dios - ¡cómo no va a ser poderosa su intercesión si está acudiendo a quien en la tierra lo llamaba a él padre y cuyo lado creció como hombre! – nos alcance ese don de la fe, ese regalo de la esperanza, esa disponibilidad de nuestro corazón, esa capacidad de sacrificio para el servicio y para el cumplimiento de nuestras responsabilidades, y también esa perseverancia final en una buena muerte de la que san José es también abogado y protector.

Si la casa de Nazaret, donde José era el padre de familia, fue como el seminario donde Jesús crecía en estatura, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres, pidamos a san José por nuestros seminarios donde se forman y se forjan en el espiritu los futuros sacerdotes, quer van a realizar la misma obra de Jesús y que necesitan crecer también en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres.

San José tuvo también su pascua, el paso de Dios por su vida, que él supo ver y aprovechar; que aprendamos de san José a descubrir nuestra pascua, ese paso salvador de Dios por nuestra vida y a vivirlo con generosidad de corazón.

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