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domingo, 13 de marzo de 2011

Cristo sale victorioso para guiarnos a vencer las seducciones del mal

Gén. 2, 7-9; 3, 1-7;

Sal. 50;

Rom. 5, 12-19;

Mt. 4, 1-11

Es meta de la vida del cristiano de cada día. Ahora en este tiempo, sin embargo queremos intensificarlo. La cuaresma con como unos grandes ejercicios espirituales que se prolongan durante cinco semanas con la prolongación de la semana de la pasión que nos ayudan a prepararnos para vivir con toda intensidad el misterio pascual de Cristo. Por eso hoy hemos pedido, nada más comenzar nuestra celebración, ‘avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud’.

Necesitamos conocer cada día más y mejor todo lo que representa el misterio de Cristo, su vida, su evangelio, el Reino nuevo de Dios que nos anuncia, su entrega, su pascua. Conocerlo que no es sólo conocer cosas – muchas cosas sabemos de Cristo y hemos ido aprendiendo con el paso de los años – sino empaparnos de Cristo, de su vida, de su amor. Por eso no nos quedamos en la inteligencia sino que tenemos que ir a más, a ‘vivirlo en plenitud’, a hacerlo vida de nuestra vida.

Todo esto lo sabemos. No es una novedad para nosotros. Sin embargo, hemos de recibilo como una Buena Nueva, una buena y nueva noticia de la que tenemos que dejarnos cautivar. Porque la rutina de los días hace que muchas veces nos enfriemos, perdamos intensidad y lleguemos a no darle toda la importancia que tiene para nuestra vida. No nos podemos cansar de considerar, meditar, rumiar todo lo que Cristo hace por nosotros, todo lo que Cristo nos da. Porque enfrente tenemos muchas tentaciones que nos distraen y nos pueden alejar.

Por eso la Iglesia, en su sabiduría, nos propone en la liturgia de este primer domingo de Cuaresma, en este como primer paso que damos en la consideración del Misterio de Cristo que nos conduzca a vivir el Misterio Pascual, el episodio de las tentaciones de Jesús en el desierto en el comienzo de su vida pública.

Quizá fuera bueno que enmarcaramos bien este episodio dentro de relato del evangelio. Jesús al someterse al bautismo de Juan en el Jordán había escuchado la voz del Padre que desde el cielo le proclamaba Hijo de Dios. ‘Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto…’ Y a continuación se había ido al desierto. ‘Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu…’ Cuarenta días, a imagen de los cuarenta años del pueblo de Israel por el desierto, para el silencio, para la oración, para el ayuno. Cuarenta días para saborear en el silencio del desierto esa voz que desde el cielo le llamaba Hijo de Dios. Así tenía que manifestarse Jesús ante los hombre, como el Hijo de Dios que venía a traernos la salvación.

Jesús es verdadero Dios, pero al mismo tiempo es verdadero hombre. Sentía en su corazón el gozo infinito, el amor infinito que desborda de la Trinidad Divina, y sentía la misión que había de realizar manifestándose a los hombres en su cuerpo humano como verdadero hombre que era. ¿Cómo había de realizar aquella misión? ¿Cómo había de manifestarse Cristo en medio de los hombres y mujeres a los que venía a ofrecer la salvación?

Allí estaba el diablo tentador, como está siempre junto a nosotros también para alejarnos del verdadero camino confundiendo nuestra mente y nuestro corazón. El ayuno había sido prolongado. Jesús tenía hambre. ‘Eres el Hijo de Dios… convierte estas piedras en pan…’ Puedes hacer milagros, tienes todo el poder divino en tus manos. ¿Por qué vas a pasar hambre? ¿Por qué no eres tú mismo el primer beneficiado de tu poder? Pero ‘no solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios’, es la respuesta de Jesús al tentador.

No es lo material lo más importante. No es eso lo que tiene que prevalecer en la vida, aunque estemos rodeados de cosas materiales y las tengamos cada día en nuestras manos. Hay algo más alto, más grande, más importante. Escuchemos a Dios, es el verdadero alimento que nos hace aspirar a cosas grandes, que elevará nuestro espíritu para lo que en verdad merece la pena en la vida. Y la capacidad que Dios ha puesto en tí no es sólo para ti, piensa en los demás, piensa en lo que verdaderamente tienes que repartir.

El tentador sigue acosando. Eres el Hijo de Dios, al que los hombres han de escuchar. ¿Cómo te van a conocer? ¿cómo sabrán que Dios está contigo? ¿Cómo se van a sentir atraidos por ese Reino nuevo que vas a anunciar? ‘Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo, y le dice: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras…’ Con un milagro así, sería reconocido Jesús por todos. ¿Sería esa la forma de darse a conocer?

‘No tentarás al Señor, tu Dios’. Un día enseñaría a sus discípulos que no había que buscar grandezas humanas y que el verdaderamente importante sería el que fuera capaz de hacerse el último y el servidor de todos. Y su grandeza la vamos a descubrir en su entrega hasta la muerte. Es el Hijo de Dios, pero se rebajó y se hizo el último y el esclavo de todos para por todos entregar su vida en la muerte en la cruz. Y entonces podremos aclamarle, ¡es el Señor!

‘Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole todos los reinos del mundo y su gloria, le dice: todo esto te daré, si te postras y me adoras…’ Eres el Hijo de Dios, vienes a anunciar un reino nuevo, yo te daré un reino, ‘todo esto te daré… si me adoras’. ¿Cómo se va a instaurar el Reino de Dios? ¿Cómo lo va a anunciar Jesús? No es el reino del mundo, es el Reino de Dios. Es de otra manera el Reino de Dios, porque no es como los reinos de este mundo. ‘Al Señor, tu Dios, adorarás, y sólo a El darás culto… así está escrito’.

No podemos servir a dos señores; no podemos adorar a Dios y al dinero, a Dios y a los deseos de poder, a Dios y a buscar grandezas o reconocimientos humanos, a Dios y a nuestros lujos y vanidades. Nada puede ocupar el lugar de Dios. Nosotros tampoco podemos convertirnos en dioses de nosotros mismos. ‘Seréis como dios’, le decía la serpiente cautivadora a Eva para tentarla. Y como Adán y como Eva caemos tantas veces en esas idolatrías. Es la tentación que de una manera u otra nosotros seguimos sintiendo en nuestro corazón.

Pero Jesús va delante de nosotros abriéndonos camino, enseñándonos cuál es el verdadero camino, cómo tenemos que superar y vencer la tentación. Como diremos en el prefacio: ‘Al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal, y al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado…’

La victoria de Cristo sobre el maligno nos abre también a nosotros la puerta de nuestra victoria. Con nosotros está su gracia, su fuerza. La luz de Cristo en su Palabra sobre nosotros nos hace ver nuestra propia condición pecadora, nuestra fragilidad, y las tentaciones a las que el enemigo quiere someternos, pero para que aprendamos a sentir la fortaleza de la gracia con la que el Señor nos acompaña. Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal’, nos dice el Papa en su mensaje cuaresmal.

Caminemos con sinceridad este camino de cuaresma dejándonos iluminar por la Palabra del Señor y así podremos llegar a celebrar el misterio de la Pascua como anticipo y prenda de la Pascua que no se acaba que un día celebraremos en la gloria del cielo, viviendo en plenitud el Misterio de Dios.

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