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sábado, 12 de marzo de 2011

El consuelo de que Jesús es el médico que viene a curarnos y salvarnos


Is. 58, 9-14;

Sal. 85;

Lc. 5, 27-32

‘No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores…’ Qué consuelo más grande son estas palabras de Jesús. Consuelo y esperanza que nos mueven a más amar, que nos mueven a la conversión.

Cuando uno se siente abrumado por el mal que ha hecho, por sus pecados, quiere alejarse de todo y por supuesto no quiere estar en presencia del que es bueno y justo y su vida puede ser una recriminación para nuestro pecado. Quizá nos habrá pasado en alguna ocasión que cuando nos sentimos turbados por el pecado que hayamos cometido, no sabemos ni qué decirle al Señor y casi lo que quisiéramos es alejarnos y apartarnos de su presencia porque no nos consideramos dignos de estar ante El. ‘Apártate de mí que soy un pecador’, exclamó Pedro cuando sintió el poder y la grandeza del Señor en la pesca milagrosa en el lago, él que había tenido la tentación de no confiar en la Palabra de Jesús que le mandaba echar las redes.

Por eso digo qué consuelo escuchar estas palabras de labios de Jesús porque así nos da la confianza de acercarnos a El sabiendo que en El vamos a tener la salud y la salvación. Es el médico y el Salvador que viene a restaurar nuestra vida.

Sin embargo, qué distinto pensaban los fariseos y los escribas que aparecen por allí. Jesús ha invitado a Leví a seguirle ‘y él dejándolo todo, se levantó y lo siguió’. Pero en su gozo por seguir a Jesús le ofrece un banquete. Allí está Jesús y sus discípulos, pero allí están también los amigos y colegas de profesión de Leví, los publicanos. Pero ya sabemos a todos se les medía con la misma medida y porque eran recaudadores de impuestos ya todos eran pecadores.

‘¿Cómo es que Jesús come con publicanos y pecadores?’ fue la pregunta, el reproche, la queja o hasta la denuncia que los que se creían justos y perfectos hacen a Jesús por comer con los recaudadores amigos de Leví, su nuevo discípulo. Es más, no se lo dicen directamente a Jesús, sino que van a decírselo a los discípulos. ¿Una forma de querer desprestigiar al maestro? Era sembrar la duda.

Pero pronto está la réplica de Jesús que tanto consuelo nos da y que nos llena de esperanza a pesar de que nos consideremos pecadores y no dignos de estar con Jesús. Pero Jesús ha llamado a un publicano para ser de sus discípulos y Jesús se sienta a la mesa del publicano rodeado de todos los recaudores amigos de Leví que por su sola profesión ya eran considerados pecadores.

Cuando sentimos así la compasión y misericordia del Señor en nuestra vida nos sentimos más motivados para ponernos en el camino de Jesús arrepintiéndonos de nuestros pecados, cambiando nuestra vida y nuestro corazón. Por eso en nosotros ha de haber actitudes nuevas. Por eso nuestra vida ahora se va a llenar de luz.

Cuando realices ese cambio de tu vida, esa conversión y haya esas actitudes nuevas, ‘cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, la oscuridad se volverá mediodía’; se volcarán sobre nosotros las bendiciones del Señor, como nos sigue describiendo el profeta.

Es que ‘el Señor es bueno y clemente, rico en misericordia y escucha la voz de mi súplica…’ ¿Qué le vamos a pedir al Señor? Lo que le hemos dicho en el salmo. ‘Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad’. Que aprendamos, sí, los caminos del Señor y los sigamos. ¡Cómo no vamos a seguir a quien tanto nos ama y nos trae la salvación! ‘Mira compasivo nuestra debilidad y extiende sobre nosotros tu mano poderosa’, le pedíamos también en la oración litúrgica.

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