Is. 58, 1-9;
Sal. 50;
Mt. 9, 14-15
El tiempo de cuaresma es un momento propicio para que intensifiquemos todas nuestras prácticas piadosas en un deseo de acercarnos al Señor y sentir su gracia y su misericordia sobre nosotros. Surgen actos piadosos que ya son tradicionales en estas fechas, al tiempo que de mano de la Iglesia tratamos de hacer más intensa nuestra oración o nuestra escucha de la Palabra del Señor. Son momento y ocasión para ofrecer sacrificios y penitencias al Señor como los tradicionales del ayuno y la abstinencia que intentamos practicar más asiduamente en estos días. Oración, ayuno y limosna son como los tres actos especiales que se nos proponen en este tiempo de manera especial.
Pero la Palabra del Señor que se nos va ofreciendo en la liturgia de estos días, ya desde el principio de la Cuaresma, trata de iluminarnos para que a todo eso que queremos hacer le demos toda su profundidad y sentido. Tenemos el peligro y la tentación de hacer las cosas así porque sí, de una forma ritual pero que se puede convertir en rutinaria haciéndole perder su verdadero sentido.
Es en lo que quiere iluminarnos hoy de manera especial la Palabra de Dios que se nos ha proclamado. La palabra del profeta tiene, por así decirlo, un sentido de denuncia de aquello que el pueblo no está haciendo con la verdadera profundidad y sentido. ‘Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta…’ dice el Señor, ‘denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados…’
Son gente aparentemente piadosa, pero hay algo que está fallando. Rezos, oraciones, ayunos, mortificaciones, pero al mismo tiempo su vida sigue llena de pecado. No se han convertido de verdad al Señor. ¿Cuál es el ayuno que agrada al Señor? El que va unido a una vida de conversión al Señor alejándose y arrepintiéndose de todo pecado, pero que también nace de un corazón justo y lleno de misericordia con los demás.
Es lo que el Señor le denuncia a aquel pueblo. ‘Mirad, ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad… buscáis vuestros intereses y apremiáis a vuestros servidores… ¿es ése el ayuno que el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica? ¿A eso llamáis ayuno, día agradable al Señor?’
¿Nos estará queriendo decir algo el Señor a nosotros? ¿Qué nos estará pidiendo? Sencillamente con lo que estábamos diciendo que practicamos ahora de manera especial en este tiempo cuaresmal, que nuestras prácticas piadosas, nuestros sacrificios o nuestras penitencias, nuestros rezos y oraciones y todo el culto que queremos darle al Señor sea siempre algo puro que nazca de un corazón lleno de amor y de misericordia.
Seamos misericordiosos, compasivos, serviciales con los que nos rodean; vivamos en un auténtico espíritu de comunión y amor sabiendo aceptarnos y perdonarnos, evitando todo lo que pueda dañar o herir al hermano, al que está a nuestro lado, desterremos de nuestros labios palabras hirientes o insultantes, no haya nunca en nosotros actitudes despectivas o descalificadoras hacia los demás. Así nuestra vida será agradable al Señor. Será ese el verdadero sacrificio, la más santa ofrenda que desde el amor podamos hacer al Señor.
Poner esas actitudes en nuestro corazón, y realizando todos esos actos de amor manifestarán lo que es nuestra verdadera conversión al Señor. Estaremos haciendo lo que agrada al Señor: llenar nuestra vida de amor. ‘El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne…’ Todo esto se traduce en aquellas actitudes de amor, de acogida, de comprensión, de misericordia y comunión de las que hablábamos antes.
No olvidemos que de eso es de lo que nos van a examinar en el atardecer de la vida. Recordemos lo que nos dice Jesús que va a ser el Juicio Final.
MÜY Bien Dicho 12,07,15
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