Deut. 11, 28.36-28.32;
Sal. 30;
Rom. 3, 21-25.28;
Mt. 7, 21-27
Habrá que poner unos buenos cimientos al edificio… No piensen que ahora me he dedicado a la construcción y estoy compartiendo los problemas que se me puedan presentar en lo que construya. Bueno, quizá, bien mirado sí estoy dedicado a la construcción, porque en fin de cuentas es la tarea que he de realizar también como sacerdote cuando ayudo a los demás a vivir su fe y su encuentro con el Señor. Y claro, tendré que preocuparme de que tengamos sólidos cimientos para nuestra fe y nuestra vida cristiana.
Es lo que hoy nos está pidiendo Jesús en el evangelio cuando habla del hombre prudente que construye su edificio sobre roca, o el necio que construye sobre arena. Será hombre prudente y sabio el que escucha la Palabra de Jesús y la ponga de verdad como fundamento de su vida, la plante en lo más hondo de sí para que nuestra vida no se derrumbe ante cualquier adversidad y además, como una buena planta, llegue a dar buenos frutos. ‘El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica’, nos dice Jesús.
No nos basta decir ‘Señor, Señor’, nos enseña hoy Jesús. No nos vale decir es que soy una persona muy religiosa y no abandono nunca mis oraciones; no nos basta decir es que yo soy cristiano de toda la vida… no nos valen las palabras de protesta diciendo que creemos como el que más o palabras bonitas que nosotros podamos decir, sino que esa fe que decimos que tenemos, esa religiosidad de nuestra vida tiene que plasmarse en obras, en lo que hacemos, en nuestra manera de vivir y de actuar, en los planteamientos que me vaya haciendo frente a los diferentes problemas que nos van apareciendo en la vida. ‘El que cumple la voluntad del Padre… el que las pone en práctica…’ nos viene a decir Jesús.
La Palabra de Dios que escuchamos no es solamente para que nos encante en nuestros oídos cuando la escuchamos, o para que admiremos la belleza literaria incluso que puedan tener los textos bíblicos que proclamamos. La Palabra tiene que hacerse vida en nosotros, plantarla en nuestra vida y hacer que fructifique. No es un adorno que nos pongamos para realzar nuestra figura como si fuera una prenda bonita, sino una vida que vivamos sintiéndonos en verdad comprometidos y transformados por ella.
‘Sé la Roca de mi refugio, Señor’, le pedíamos en el salmo. ‘Un baluarte’ que me dé seguridad y fortaleza. Como decía Jesús en su parábola cuando la casa está bien asentada sobre roca podrán venir todos los embates de las tormentas que no se irá abajo porque tiene buen fundamento, buenos cimientos. Es lo que necesitamos nosotros, porque por muchas razones o motivos no siempre nos es fácil mantener nuestra fe y nuestra fidelidad, hacer frente a todas las adversidades o problemas con que tenemos que irnos enfrentando en la vida. ¿Tenemos bien fortalecidos los cimientos de nuestra fe?
Será desde dentro de nosotros mismos desde donde brote muchas veces la tentación en pasiones descontroladas, en actitudes de orgullo y amor propio que nos corroen el corazón, en malos sentimientos o en malos deseos con los que reaccionamos en muchos momentos. Es entonces cuando se tiene que ver la fortaleza de nuestra fe.
Nuestra fortaleza la tenemos en el Señor. No es sólo decir bueno ya me controlaré yo que para eso tengo fuerza de voluntad y ya iré ordenando todo para vivir la vida con rectitud. Muchas veces la tentación es fuerte porque el enemigo malo nos quiere arrastrar hacia el mal y hace muchas cosas para embaucarnos diciéndonos que eso no es tan malo, que nuestro amor propio hemos de tener, que no tenemos por qué estar controlando siempre nuestros sentimientos sino dejémoslos correr. Y caemos en la pendiente y nos sentiremos zarandeados por la tentación y el pecado. Por eso hemos de buscar nuestra fuerza en el Señor y en el que es la verdadera Roca de salvación de mi vida tengo que anclarme fuertemente, como el barco que con ancla bien encajada en el lecho marino afrontará todas las tempestades sin irse a pique.
Pero serán también los problemas que van surgiendo en la lucha de cada día en nuestra propia supervivencia o en nuestra convivencia con los demás, ya sea en la familia, en el lugar de trabajo o allí donde compartimos muchos momentos de nuestro vivir. Hay contratiempos que nos aparecen en la vida, situaciones difíciles en las que muchas veces no sabemos qué hacer. En ocasiones vamos a encontrar vientos en contra desde un mundo adverso que nos hará la guerra que puede llegarnos hasta la persecusión.
La lucha que hemos de realizar en la construcción del Reino de Dios, tratando de impregnar todos los valores del Reino en nuestro mundo no es fácil porque enfrente nos vamos a encontrar a otros que quieran imponer sus contravalores a ese sentido cristiano de la vida que nosotros tenemos. Ya sabemos como se quiere borrar todo signo religioso o reducirlo al ámbito meramente privado o desterrar todo lo que lleve el sabor de lo cristiano.
Y enfrentarnos a todas esas situaciones no siempre fáciles lo hemos de hacer desde la fortaleza y la luz que Dios nos va regalando allá en lo hondo de nuestro corazón y en la Palabra que escuchamos y que ilumina nuestra vida para saber obrar en toda ocasión con rectitud y con amor.
Para un cristiano, para un creyente de verdad, tiene que estar siempre muy presente la Palabra del Señor que nos ilumina y nos guía. ‘Meteos estas palabras mías en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como un signo, ponedlas de señal en la frente… pondréis por obra todos los mandatos y decretos que yo os promulgo hoy’. Así les decía el Señor por medio de Moisés al pueblo de Israel. Se lo tomaban tan en serio que lo querían cumplir al pie de la letra, de ahí las filacterias y demás señales que los judíos más ortodoxos y estrictos llevaban atadas a las muñecas o enrolladas a su frente. Todos habremos visto más de una vez esas imágenes.
Pero no son señales externas de ese tipo las que tenemos que llevar, sino bien metida en nuestro corazón y en nuestra alma la Palabra del Señor. externamente se tendrá que reflejar en nuestras actitudes y en nuestros comportamientos, al tiempo que en la proclamación valiente de nuestra fe. ¿Qué significan entonces esas palabras del Deuteronomio? Eso significa no olvidar nunca el mandamiento del Señor, examinar continuamente nuestra vida a la luz de la Palabra de Dios, dejar que nos interpele y nos haga reaccionar. Cómo tendríamos que tener continuamente a mano la Biblia, los evangelios para que sea nuestro alimento en la lectura diaria y en la meditación contínua. Cómo tendríamos que saber llevar a nuestra oración esa Palabra que el Seños nos dice para rumiarla una y otra vez en la presencia del Señor y así sentir su luz y su fuerza como verdadero alimento y fortaleza de nuestra vida.
Pongamos, sí, un sólido cimiento al edificio de nuestra fe y nuestra vida cristiana apoyándonos siempre en la Palabra del Señor.
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