Joel, 2, 12-18;
Sal. 50;
2Cor. 3, 20-6, 2;
Mt. 6, 1-6.16-18
Hoy es miércoles de ceniza. No descubro nada nuevo. Iniciamos la cuaresma, cuarenta días que nos conducen a la celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Decir miércoles de ceniza nos recuerda un rito, el de la imposición de la ceniza, y otros muchos signos externos nos están diciendo que comenzamos un tiempo litúrgico nuevo: el color de los ornamentos litúrgicos, la ausencia de ornamentación floral en torno al altar, la ausencia del aleluya o el himno del gloria en la celebración litúrgica... Pero, ¿sólo eso nos hará la Cuaresma?
Nos conviene detenernos un momento y hacernos una reflexión que nos ayude a comprender mejor su sentido y nos impulse a vivir este tiempo de gracia. Ya nos lo ha dicho la Palabra de Dios proclamada. ‘Ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación’, que nos decía san Pablo en la carta a los Corintios. Pero también el profeta nos ha convocado al sonido de la trompeta para que nos congreguemos en este tiempo y escuchemos la invitación que de parte del Señor nos hace a la conversión.
Quiero centrarme en esta reflexión en el mensaje del papa Benedicto XVI para esta Cuaresma que nos ha recordado: ‘La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante… que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma)’.
Intensificamos, sí, ese camino de purificación y lo hacemos recordando nuestro Bautismo. Es algo que a través de todo el camino cuaresmal iremos recordando porque en cierto modo la cuaresma viene a ser como una gran catequesis bautismal. ‘Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva’, nos dice el Papa en su mensaje. ‘El Bautismo, por tanto, es el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo’.
Por eso nos dirá a continuación: ‘Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia’.
Vamos, pues, a tener muy presente el Bautismo a través de todo este tiempo cuaresmal y así podremos llegar a la noche de la Vigilia Pascual bien preparados para hacer la renovación de nuestro bautismo, de nuestras promesas bautismales. La Palabra del Señor nos irá guiando día a día en nuestra celebración. Sobre ella reflexionaremos para irla plantando de verdad en nuestro corazón.
Pero yo diría que no se puede quedar ahí la escucha de la Palabra, sino que tendríamos que saber sacar otros momentos del día para volver a encontrarnos con ella, para que nos sirva para intensificar nuestra oración personal en un encuentro vivo con el Señor. Que sepamos tener a mano la Biblia, el Evangelio para esos momentos de lectura y reflexión personal. Sería un buen propósito que nos hiciéramos en este primer día de Cuaresma el procurarnos esa Biblia o esos Evangelios para nuestra lectura y meditación.
Nos hablaba el Papa de ese camino de purificación en el espíritu. Desde esa reflexión orante que vamos haciendo de la Palabra del Señor iremos descubriendo de todo aquello de lo que tenemos que arrancarnos para alejar de nosotros el pecado para siempre. Nos exigirá esfuerzo y dominio de nosotros mismos con la gracia del Señor. Por eso seremos capaces de ofrecerle ese sacrificio del corazón, esos sacrificios en renuncias a cosas buenas incluso para así sentir mejor la fuerza de la gracia del Señor que nos ayude en esa purificación.
Cuando hablamos de cuaresma solemos hablar de sacrificios, de ayunos, de abstinencias, de compartir lo que tenemos con el hermano necesitado. Un espíritu penitencial, decimos. Podremos o no podremos hacer ayunos o abstinencias quizá dispensados por los años o por otras razones, pero eso no significa que no podamos ofrecer esa renuncia o sacrificio quizá en otras cosas de las que sí podemos privarnos sin quebranto para nuestra salud. Un cafecito de menos, por ejemplo, que nos tomemos al día, unas horas menos de televisión, un control en conversaciones ociosas o quizá que pudieran ser hirientes para los demás… cosas si queremos encontramos donde podamos ofrecerle un sacrificio al Señor. Y sobre todo el compartir, el prestar un servicio, el tender una mano para ayudar a otras personas saliéndonos de nuestros egoísmos individualistas. Oportunidades tenemos de hacerlo si queremos.
No lo vamos a hacer por apariencias ni vanidades. Ya nos previene Jesús en el Evangelio. Vamos a hacerlo desde lo más profundo de nuestro corazón. No importa que nadie lo note o lo vea. Como nos dice Jesús ‘tu Padre que ve en lo escondido te lo pagará, re recompensará’.
Vamos a dejar que caiga la ceniza sobre nuestra frente escuchando en las palabras del Sacerdote esa invitación del Señor que nos recuerda lo poca cosa que somos, ¿unas cenizas?, pero sobre todo la invitación a cambiar nuestra vida para vivir más intensamente según el evangelio de Jesús. Que este momento de la imposición de la ceniza lo vivamos con intensidad sintiendo, repito, esa llamada del Señor en nuestro corazón.
No nos quedaremos en cosas externas. Los signos de la liturgia tienen que ayudarnos a darle esa profundidad y esa intensidad. Toda la celebración tiene que ser esa llamada del Señor, como escuchábamos en el profeta. Nos sentimos congregados en el Señor para ser por El santificados. Dejemos que esa gracia santificadora llegue a nuestra alma. Como nos decia san Pablo: ‘Os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios… os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios’.
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