celebración del sacramento de Unción de los Enfermos
Sant. 5, 13-16;
Sal. 70;
Mt. 5, 1-12
‘Al ver Jesús el gentío se subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos y El se puso a hablar enseñándolos…’ Es el comienzo del sermón del Monte que empieza proclamando las bienaventuranzas.
¿Quiénes formaban parte de aquel gentío? En medio de toda aquella multitud había gente que sufría en su corazón y estaban llenos de inquietudes en su espíritu; habría enfermos e impedidos, pues ya la fama de Jesús se había ido extendiendo y unos valiéndose por sí mismos a duras penas con la esperanza de la salvación y de la salud, otros conducidos en rudimentarias camillas por sus familiares y amigos, ciegos, cojos, sordomudos, paralíticos, atenazados por diferentes males y sufrimientos allí estaban ante Jesús.
¿Qué es lo esperan y qué es lo que van a escuchar y a recibir? Comienza Jesús con algo que podría resultar paradójico para muchos, pero que va a ser el meollo de su Buena Nueva, de su Evangelio. Comienza llamando dichosos a los pobres, a los que sufren, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed, y pasaría su mirada por cada uno de aquellos que allí estaban a su alrededor y llenos de esperanza; pero llamará también dichosos a los que tenían buen corazón y saber compadecerse y ser misericordiosos con los demás, a los que buscan el bien o a los que les toca sufrir precisamente por hacer o buscar lo bueno y lo justo. Es la paradoja de las Bienaventuranzas de Jesús.
Pero esa bienaventuranza la escuchamos los que esta mañana (tarde) aquí nos hemos congregado para esta celebración. A vosotros, queridos ancianos y enfermos, el Señor quiere llamaros dichosos, decir que la felicidad, la verdadera, es para vosotros también aunque os sintáis débiles por el paso de los años, o sufriendo por los dolores que de un lado de otro van apareciendo en vuestros cuerpos y en vuestras vidas. Pero es la felicidad y la paz que el Señor quiere daros con su presencia. Con paz, fortalecidos interiormente, queriendo darle un verdadero sentido y valor a la debilidad o al sufrimiento que vamos padeciendo, tenemos que salir de aquí hoy porque el Señor viene a vosotros, el Señor quiere hacerse presente aquí en medio nuestro y con El siempre encontramos paz y valor verdadero para nuestra vida.
Como expresaremos en el prefacio ‘has querido que único Hijo, autor de la vida, médico de los cuerpos y de las almas, tomase sobre sí nuestras debilidades para socorrernos en los momentos de prueba y santificarnos en la experiencia del dolor’. Como había anunciado el profeta ‘tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras debilidades’, nuestras enfermedades. Por algo nos invita a ir a El ‘todos los cansados y agobiados, que yo os aliviaré’.
Jesús, el justo, el Hijo de Dios tomó nuestra condición humana y, además de compadecerse de nuestras miserias y nuestros dolores, pasó también por el sufrimiento, por el dolor, porque pasó por la muerte y la cruz. El ha ido delante de nosotros en ese camino de dolor y sufrimiento. El quiere ayudarnos a darle un sentido y un valor a la vida, pero también a las debilidades que aparecen en nuestra vida cuando nos aparece la enfermedad, la debilidad de la ancianidad y todo tipo de sufrimiento.
Ya sabemos cómo se acercaba a los enfermos para llenarlos de vida. Daba vista a los ciegos o hacía oír a los sordos, levantaba de la postración de sus camillas a los inválidos y curaba a los leprosos, hacía que cesara el sufrimiento de tantos atenazados por el dolor y daba vida a los muertos resucitándolos. Con Jesús llegaba la vida, la salud y la salvación.
Es lo que Jesús quiere seguir haciendo hoy. En su Iglesia ha dejado los signos sacramentales de su presencia, y en especial el sacramento con el que El quiere estar junto al que sufre, al enfermo, al que se siente débil. Es el Sacramento de la Unción que hoy queremos celebrar, estamos celebrando. ‘En el signo sacramental de la Unción , por la oración de la Iglesia, nos libras del pecado, nos confortas con la gracia del Espíritu Santo y nos haces partícipes de la victoria pascual’.
Por eso nos enseña Santiago en su carta. ‘¿Está enfermo alguno de vosotros? Que llame a los presbíteros de la Iglesia y que oren sobre él, después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo curará, y si ha cometido pecado, lo perdonará’. Es lo que Jesús les había mandado a los discípulos cuando los envió a anunciar el Reino de Dios. ‘Curad enfermos, resucitad muertos…’
Pero hay algo que no quiero dejar de subrayar. ‘Nos hace partícipes de su victoria pascual’. Cristo se hace presente a nuestro lado, en nuestro lecho de dolor o en nuestro sufrimiento para hacernos partícipes de su Pascua, para que nos unamos a El en su Pascua. Con nuestro dolor y nuestro sufrimiento, desde nuestra debilidad nos podemos unir a la pasión y a la cruz de Jesús, tenemos que aprender a unirnos a la pasión y cruz de Jesús con la certeza de la vida y de la resurrección, porque nos estamos uniendo al misterio pascual de Cristo.
Qué valor nuevo y grandioso adquiere nuestra vida aunque esté debilitada por el dolor y el sufrimiento. Es el valor redentor que Cristo le dio con su amor a la ofrenda de su pasión y de su cruz. Es la ofrenda de amor que nosotros hemos de aprender a hacer de nuestros sufrimientos y debilidades. Qué riqueza le da el amor a nuestra vida aunque nos parezca que nada valemos y que somos inservibles en las condiciones en que estamos.
Cuando aprendemos a hacerlo, cuando hacemos esa ofrenda de nuestra vida, sentiremos de manera especial a Cristo junto a nosotros y nos llenaremos de su fortaleza y de su paz, de esperanza y de paciencia, y nos sentiremos en verdad confortados en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu.
Vivamos con fe este momento. Sintamos que es el Señor el que viene y nos pone su mano sobre nosotros. Médico de los cuerpos y de las almas, Cristo llega a nuestra vida y ese signo de la unción con el óleo santo nos lo está haciendo presente. Claro que sí, es a nosotros a quien Jesús nos llama dichosos. ¿No nos llenamos de dicha y de paz con su presencia? Es lo que hemos pedido en la oración, ‘concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu Hijo ha llamado dichosos y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo’. Para vosotros es el reino de Dios.
Pero una cosa, también llama dichosos a los que son compasivos y misericordiosos, los que tratan de enjugar una lágrima o hacer brotar una sonrisa y un nuevo aliento. Que seamos muchos los que vivamos también esa dicha porque así llenemos nuestro corazón de misericordia para con los demás. Es una palabra que el Señor quiere deciros religiosas, voluntarios, trabajadores en este hermoso campo de la salud, enfermeros/as, médicos y tantos que cuidan de una manera o de otra a los enfermos, a los ancianos o a todos los que sufren alguna limitación en su vida. Sentid vosotros también ese gozo en el corazón de esa Palabra de dicha que el Señor os dirige. Vosotros con vuestro amor estáis haciendo presente también el Reino de Dios.
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