Hechos, 15, 1-6;
Sal. 121;
Jn. 15, 1-8
Nos propone Jesús hoy una hermosa alegoría con gran enseñanza para nuestra vida espiritual y para nuestro camino cristiano. Ya se trate de la vid, como hoy nos habla, o si queremos de cualquier árbol frutal para que podamos obtener buenos frutos es necesario que esté plantado en buena tierra y debidamente cuidado lo que incluye la poda para eliminar aquellas ramas inservibles y que le restarían calidad a los frutos que queramos obtener.
Una tarea importante en nuestro camino espiritual, en nuestro camino de seguimiento de Jesús. No nos puede faltar nuestra unión íntima y profunda con El. ¿Qué significa eso? Pensemos en nuestra oración, pensemos en la escucha de la Palabra, pensemos en toda nuestra vida sacramental como algo fundamental sin lo cual no seríamos nada.
Un cristiano tiene que ser una persona de oración, y, tendríamos que decir, de oración intensa. Son esas raíces de nuestra vida que hundimos en Dios cuando nos sentimos en su presencia, cuando ahondamos en nuestra relación con El. ¿Cómo pueden mantener la amistad unos amigos que no se relacionan? ¿Cómo se puede mantener vivo el amor si no hay encuentro entre aquellos que se aman? Eso tiene que ser nuestra oración. Que ya sabemos no es solamente pedirle a Dios que todopoderoso cuando nos vemos necesitados o apurados en nuestros problemas. Nuestra relación con Dios tiene que ser mucho más honda, porque además no creemos en un Dios al que nos interesa porque lo vemos como solucionador de problemas.
Eso entraña como podemos comprender la escucha de la voz de Dios en nuestro corazón, la escucha atenta a su Palabra. Ni podemos conocer hondamente a Dios si no escuchamos esa Palabra que de sí mismo El quiere decirnos y ahí tenemos contenida en la Biblia, y podremos descubrir de verdad cuál es el camino de la respuesta que hemos de darle con nuestra vida si no lo escuchamos. Su palabra es luz en nuestro sendero, es norma de nuestra vida, es cauce por donde tenemos que discurrir.
Y está toda la vivencia sacramental porque ahí nos ha dejado las grandes señales de su presencia y la verdadera fuente de la gracia y de la vida que hará que podamos tener vida en nosotros. Los sarmientos que están unidos, han de estar necesariamente unidos a la vid, como nos decía Jesús hoy en el evangelio. Sin Eucaristía estaríamos sin Cristo, sin el alimento fundamental de su gracia para nosotros.
Pero nos habla también Jesús de la poda. ‘A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto’. Ya sabemos bien lo que hacen los agricultores cuando quieren obtener buenos frutos de sus árboles frutales o de sus viñedos. Está el tiempo de la poda donde se corta lo inservible, lo que mermaría la producción del bien fruto. Necesitamos una poda en nuestra vida. Porque necesitamos purificarnos de tantas cosas que se nos van adhiriendo como malas rémoras a nuestra vida que nos impedirían ese avance espiritual, ese crecimiento de nuestro amor. Es la poda que arranca también de nuestro corazón ese mal que vamos dejando meter dentro de nosotros.
La Palabra que escuchamos, la oración sincera que hacemos poniéndonos en la presencia del Señor nos irán ayudando a descubrir de todo eso que tenemos que purificarnos o que tenemos que arrancar. Es ese examen continuo que vamos haciendo de nosotros mismos. Buena costumbre el examen del día cada noche antes de irnos a descansar cuando le damos gracias al Señor por el día vivido, pero también le pedimos perdón por aquello en lo que hayamos fallado porque no hayamos puesto el suficiente amor o porque hayamos dejando introducir el pecado en nosotros.
‘Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada’, nos ha dicho Jesús hoy. ‘Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos’.
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