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lunes, 3 de mayo de 2010

Os doy mi paz pero no como la da el mundo

Hechos, 14, 18-27;
Sal. 144;
Jn. 14, 27-31
¿Quién no desea la paz? Todos la buscamos, la deseamos, la queremos en lo personal, y la queremos en el ámbito social. Rechazamos la violencia, todo lo que pueda mermar la paz, que son muchas cosas. Nos gustaría disfrutar de la paz, pero a veces parece que nos falta.
Hoy nos dice Jesús: ‘La paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy yo como la da el mundo…’ Vaya si tiene razón Jesús. No todo lo que llamamos paz es verdadera paz. La paz no se impone ni se puede obligar por la fuerza a tener paz. La paz no es sólo un estado de ánimo externo. No es sólo guardar un orden establecido, ni es una adormidera para nuestra vida. La paz no es una quietud en el espíritu como si no pasara nada o porque no nos queremos enterar de nada.
Jesús nos ha dicho: ‘No os la doy yo como la da el mundo’. Es algo muy hondo lo que nos quiere dar Jesús. Si nos falta por dentro, ya se pueden establecer muchas normas o leyes para que haya paz, que no la tendremos. Aunque tengamos turbulencias en el espíritu podemos alcanzar esa paz que Jesús nos ofrece. Aunque vivamos en medio de conflictos de todo tipo, podemos mantener esa paz interior.
Queremos la paz de Jesús. La que El nos ofrece, pero la que El vivió. En su nacimiento los ángeles anunciaron la paz para todos los hombres, porque todos los hombres son amados de Dios. Ahora Cristo se entrega y muere por nosotros para que tengamos paz, porque su sangre derramada derriba los muros del odio y del mal; El se entrega y se da para lograr la reconciliación y en virtud de su sangre derramada nos ofrece su perdón.
Qué hermoso sentirnos amados de Dios, sentir que Dios nos perdona por muchos que sean nuestros males y pecados. Cuando Jesús perdonaba a los pecadores les decía vete en paz, y cómo no iban a tenerla si sus pecados quedaban perdonados y se sentían seguros porque se sentían amados y perdonados por Dios.
Es fácil buscar ese camino de paz. Simplemente mirar a Jesús y sentir el amor de Dios en nuestra vida. Nuestra alma se llenará de paz aunque ande inquieta porque desea muchas cosas buenas, porque está insatisfecha por la situación de nuestro mundo.
Las palabras de Jesús en el evangelio son de despedida. Llega la hora del príncipe de este mundo; llega la hora del poder de las tinieblas como dirá más tarde en el huerto a la hora del prendimiento. Fue una hora dura y de amargura. Ya conocemos cómo lo vivió en Getsemaní en esos momentos previos al comienzo de la pasión. Pero, aun siendo conciente Jesús como era de todo lo que iba a suceder, ¿perdería la paz de su corazón? Aunque fuerte fue la agonía en la cruz, ¿perdería la paz de su corazón? Seguro que no, porque El se había puesto en las manos del Padre. Ahora mismo nos lo ha dicho, cuando nos habla de la llegada del príncipe de este mundo, el que lo llevaría a la pasión y a la cruz. Pero Jesús no pierde la paz. ‘Es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago’. Es el amor el que le hará no perder la paz.
¿Entenderemos nosotros la lección, aprenderemos a hacer como Jesús? Es bien elocuente y tenemos que aprender la lección. Nos puede venir el dolor, la debilidad nos deja, nos parece, inservibles, el corazón nos duele por dentro cuando vemos cuanto desamor ha habido en nuestra vida, nos sentimos agobiados por el peso de nuestros pecados o por los problemas que nos van envolviendo que nos parece que no tenemos salida. Pero ahí tenemos que poner amor y nos sentiremos amados de Dios. Que no perdamos nunca la paz en el corazón.

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