Hechos, 15, 22-31;
Sal. 56;
Jn. 15, 12-17
Como es normal en la acción litúrgica vamos leyendo el evangelio por partes, pero sí hemos de tener en cuenta su unidad para mejor captar y comprender el mensaje de Jesús. Lo que estamos leyendo en estos días forma parte de ese discurso, o si queremos, sobremesa de Jesús con sus discípulos después de la Cena Pascual, antes de su marcha a Getsemaní y el comienzo de su pasión. Por eso nos puede parecer en algún momento que hay repeticiones, pero más que repeticiones hemos de ver esa unidad, esa línea de lo que fue la despedida de Jesús antes de su pascua.
‘Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor’, les dice. Ya antes nos había dicho ‘es necesario que el mundo comprenda – y nosotros también – que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago’. Podemos recordar cómo en otro momento del evangelio nos decía ‘mi alimento es hacer la voluntad del Padre’.
El Padre le ama – ‘Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto’, escuchamos tras el bautismo en el Jordán o en el Tabor – y Jesús ama al Padre; amor que se manifiesta haciendo su voluntad, el plan de Dios de salvación para el hombre que porque nos ama nos ha enviado, nos ha entregado a su Hijo único. Como cristianos, como discípulos de Jesús queremos identificarnos con El, hacernos uno con El; o sea, queremos hacer las cosas como Jesús, vivir la vida de Jesús; en una palabra le amamos y queremos cumplir también sus mandamientos, como el hace con el Padre.
‘Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, nos dice, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor’.
Lo hemos dicho y reflexionado muchas veces. Si consideráramos bien cuánto es el amor que Dios nos tiene, no haríamos otra cosa que amar. Es la mejor respuesta. Es la única respuesta. Porque amamos a Dios, porque creemos en Jesús y le amamos, queremos permanecer unidos a El. Es el deseo más profundo del amor. Y es en lo que hemos de caldear nuestro espíritu constantemente. Ya hemos reflexionado, ayer, que hemos de estar unidos a Jesús como los sarmientos a la vid.
Cuántas consecuencias para nuestra vida espiritual. No terminamos de ver toda la hondura de este mensaje y cuánto tendríamos que hacer y que vivir. Cuántas exigencias también de vigilancia, de espíritu de superación, de deseos serios y profundos de crecimiento espiritual. Es algo que un cristiano tiene que cuidar continuamente. Son muchas las cosas de alrededor que nos tientan, que nos distraen, que nos quieren alejar de ese camino.
Hemos de saber darle importancia a lo que verdaderamente lo tiene. Vivimos en medio del mundo, tenemos nuestra vida, nuestras obligaciones y responsabilidades también, pero eso no puede ser obstáculo de ninguna manera para que cuidemos nuestro espíritu. Porque además ¿de dónde vamos a sacar fuerzas para vivir toda esa vida con responsabilidad pero también con integridad? Hemos escuchado muchas veces que te dicen que primero está la obligación que la devoción, como si toda nuestra relación con Dios y la vida de nuestro espíritu se quedara solamente en una devoción.
Recordemos una vez más las palabras de Jesús. ‘Permaneced en mi amor… si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor…’
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