Hechos, 15, 1-2.22-29;
Sal. 66;
Apoc. 21, 10-14.22-23;
Jn. 14, 23-29
Sal. 66;
Apoc. 21, 10-14.22-23;
Jn. 14, 23-29
‘Concédenos continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado…’ No podemos perder ni la intensidad ni la alegría. Seguimos viviendo la Pascua y la liturgia con la que expresamos nuestra celebración nos invita y nos ayuda a ello. Cristo resucitado sigue llenando nuestra vida, sigue impulsándonos con la fuerza de su Espíritu. Así tiene que ser siempre, pero los ciclos de la liturgia nos ayudan a que no nos durmamos ni caigamos en la rutina.
Se nos sigue manifestando la gloria del Señor resucitado. Son hermosos los textos del Apocalipsis que se nos ofrecen en este ciclo litúrgico. Nos ayudan a vislumbrar esa gloria del Señor en el cielo, pero también la gloria del Señor que se hace presente en nosotros, en nuestra vida, en nuestra iglesia.
Vuelve a hablarnos hoy de la ‘nueva Jerusalén, la ciudad santa, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios’, con sus resplandores, con sus puertas santas, con los nombres de los apóstoles del Cordero. Todo manifiesta la gloria de Dios. Todo está lleno de la gloria de Dios. No hay ningún santuario especial en medio de ella porque ‘el santuario es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero’. Todo es resplandor de Luz porque ‘la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero’. ‘Yo soy la luz del mundo… era El la luz que viene a iluminar nuestro mundo’.
La gloria de Dios en el cielo, pero la gloria de Dios que se hace presente entre nosotros, hemos dicho. Es una imagen de la Iglesia, llena de la gloria del Señor. Es una imagen de la Iglesia en la que habita de manera especial el Espíritu de Dios y la gloria del Señor. La Iglesia, verdadero templo del Señor y verdadera morada de Dios entre los hombres, y no me estoy refiriendo el templo edificio material, creo que todos entendemos; ya nos decía que no había ningún santuario especial porque el Santuario era el Señor Todopoderoso. La Iglesia santa en la que Cristo nos ha dejado la fuente de la gracia que son los sacramentos, verdadero alimento de nuestra vida y verdadera presencia del Señor en medio nuestro.
Pero creo que nos está queriendo decir algo más. Unamos esto que hemos dicho de esa morada de Dios en medio nuestro con lo que nos ha dicho Jesús en el Evangelio y nos daremos cuenta que nos está hablando de nosotros que también podemos ser y somos esa morada de Dios. Algo grandioso y maravilloso. ‘El que me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él’. Dios quiere hacer también morada en nosotros. Plantó su tienda entre nosotros cuando se encarna y se hace hombre, pero no como algo, por así decirlo, por fuera de nosotros, sino en nosotros, en nuestro corazón, en nuestra vida.
Ya podemos recordar que hemos sido ungidos en el Bautismo para ser esa morada de Dios y esos templos del Espíritu Santo. Aquí lo tenemos cómo podemos serlo en verdad. ‘El que me ama, guardará mi Palabra…’ Guardar la Palabra de Jesús; empecemos por aceptar y creer en esa Palabra; Palabra que estaba en Dios y que era Dios, como nos dice el Evangelio de san Juan al principio; Palabra que es vida y que es luz; Palabra entonces que nos ilumina, nos guía, nos conduce a la verdad – ‘yo soy la verdad y la vida’, nos dirá Jesús en el evangelio -.
Es la Palabra que nos llena de paz, nos da fuerza y seguridad; cuando nos dejamos conducir por esa Palabra de verdad, sabemos bien a donde vamos y tenemos la seguridad y la certeza de la fuerza para realizar el camino. Palabra que es camino, pero que nos sale al encuentro en los caminos de nuestra vida para ir a nuestro lado, para enseñarnos todo, para abrirnos el entendimiento y podamos conocer los misterios de Dios.
Es Palabra que nos levanta y nos pone en pie para que nos sintamos libres de ataduras y de esclavitudes llevándonos a los caminos de la verdadera libertad; que nos arranca de nuestras postraciones e invalideces cuando nos hacemos cobardes, cuando entramos en rutinas, cuando nos dejamos llevar por tibiezas y frialdades – ‘toma tu camilla, levántate y anda’, nos dice tantas veces -.
Es Palabra que nos salva porque es Cristo mismo que se ha entregado por nosotros para que tengamos vida y salvación. Nos anuncia y nos trae el perdón de Dios, nos habla de su misericordia y su compasión y nos enseña cómo tenemos que ser hombres nuevos.
Si le amamos guardamos su Palabra y estaremos entonces experimentando lo que es el amor de Dios, cómo se nos manifiesta en Cristo. ‘Mi Padre le amará y vendremos a El y haremos morada en El’. Somos llenos e inundados de Dios. Dios querrá habitar para siempre en nuestro corazón. Qué maravilla podernos sentirnos así llenos también de la gloria del Dios. Qué belleza en nuestra vida, Dios habitando en nosotros. Es como para volverse locos en pensar en tanta grandiosidad. Qué exigencia de santidad en nosotros en consecuencia. Claro que si guardamos la Palabra de Jesús y le amamos de verdad es que no podemos ser otra cosa que santos.
Nos llena de gozo el escuchar todo esto y el sentirnos amados de Dios de esa manera. Pero cuando miramos la realidad de nuestra vida tan débil y tan pecadora, quizá podemos dudar, aunque no tendríamos por qué temer si mantenemos firme y ardiente nuestra fe en El. Nos dice dos cosas Jesús hoy para que alejemos de nosotros esos posibles temores. ‘Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde…’
¿Por qué? Podíamos preguntarnos. Porque nos ha asegurado la presencia de su Espíritu. ‘Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os irá recordando todo lo que os he dicho’. No nos deja solos. Nos deja la presencia de su Espíritu. Sólo, pues, nos queda a nosotros decir Si, creer en El, amarle, guardar su Palabra. Todo esto nos da para meditar mucho, para dar gracias y alabar al Señor.
Como estamos celebrando en este domingo la Pascua del enfermo quiero traer a colación unas palabras que el Papa Benedicto XVI el pasado domingo en Turín les decía a unos enfermos y ancianos en un centro de acogida. "Viviendo vuestros sufrimientos en unión con Cristo crucificado y Resucitado, participáis en el misterio de su sufrimiento para la salvación del mundo manifiesta que el sufrimiento, el mal, la Muerte no tienen la Última Palabra. Porque de la muerte y del sufrimiento, la vida puede resurgir … Esta casa es uno de los frutos maduros nacidos de la Cruz y de la Resurrección de Cristo', concluyó. Lo decía en referencia concreta a aquel lugar que visitaba, pero que podemos aplicar perfectamente nosotros a este lugar donde estamos acogidos (Hogar de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados o Casa de Acogida Madre del Redentor)
‘Jesucristo, vencedor del pecado y de la muerte, ha hecho suyo el sufrimiento de la humanidad. Redimiendo al hombre ha dado sentido al dolor y a la muerte y le ha permitido asociarse a su Pasión; por ello el hombre encuentra el bálsamo a su sufrimiento y crece en él la esperanza del triunfo definitivo’. Así nos han dicho los obispos en su mensaje para esta jornada de la Pascua del Enfermo en la que además se conmemora los veinticinco años del Día del Enfermo a nivel nacional.
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