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domingo, 24 de enero de 2010

Una asamblea en la que se cumple la Palabra proclamada


Nehemias, 8, 1-10;

Sal. 18:

1Cor. 12, 12-30;

Lc. 1, 1-4; 4, 14-21


Una asamblea de creyentes, una proclamación de la Palabra de Dios, una presencia salvadora de Dios con una respuesta de fe por parte del pueblo creyente. ¿A qué asamblea nos estamos refiriendo? ¿la celebrada en el templo de Jerusalén en tiempos de Esdras y Nehemías? ¿la de la sinagoga de Nazaret? ¿o a esta asamblea cristiana congregada ahora y aquí que somos nosotros?
‘Hoy es un día consagrado a nuestro Dios… no estéis tristes pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza’, se dijo entonces. ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’, dijo Jesús en la sinagoga de Nazaret. ‘Palabra de Dios… Palabra del Señor… te alabamos, Señor… gloria y honor a ti, Señor Jesús’ , hemos aclamado nosotros.
‘Todo el pueblo estaba atento al libro de la ley…’ lloraba de alegría cuando ‘Esdras abrió el libro a vista del pueblo’, por lo que todo eran bendiciones para el Señor que así les hacía conocer su Palabra y a todos se les invitaba a la alegría y a la fiesta cuando se proclamaba el libro de la Ley y se les explicaba al pueblo. ‘Todos en la sinagoga estaban expectantes y tenían los ojos fijos en Jesús’. Quizá, sin embargo, tendríamos que preguntarnos si venimos nosotros con la misma expectación cada domingo y con la misma alegría y emoción en el corazón para escuchar la Palabra del Señor que se nos proclama.
Los textos hoy proclamados tanto Nehemías como el Evangelio nos ofrecen el testimonio de lo que podíamos decir una catequesis y una liturgia, una proclamación de la Palabra. ‘Los levitas leían el libro de la Ley de Dios con claridad y explicando el sentido de forma que comprendieran la lectura’. Por su parte san Lucas nos dice que ha resuelto ‘componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros. Siguiendo las tradiciones trasmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra… para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido’, le dice a Teófilo a quien dedica el evangelio.
Nos dirá Nehemías con detalle cómo fue aquella proclamación y lectura de la Ley, y nos contará Lucas la liturgia de todos los sábados en las sinagogas judías, con la proclamación aquel día en Nazaret del texto de Isaías.
‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’, que acabamos de escuchar tenemos que decir nosotros. Cristo está también en medio de nosotros en esta Palabra que nos congrega y que se nos proclama. Es la Palabra de Dios que planta su tienda entre nosotros. Cristo es el Ungido del Señor – recordemos lo que celebramos hace un par de domingos, el Bautismo del Señor -, el que está lleno del Espíritu del Señor, como nos dice hoy Isaías, y que viene con su Buena Nueva de vida y salvación para nosotros, para los pobres, para los oprimidos y faltos de libertad, para todo nuestro mundo trayéndonos la amnistía, el perdón, anunciándonos el año de gracia del Señor.
Es así cómo nosotros hemos de recibir la Palabra de Dios que se nos proclama. Es así cómo tenemos que experimentar en nosotros esa presencia viva del Señor que nos anuncia y trae la salvación. No son unos textos o unos relatos cualesquiera que pudiéramos sustituir por cualquier otro texto o lectura. Es la Palabra salvadora del Señor. Una Palabra que tiene que ser eficaz en nosotros transformando de verdad nuestra vida. Palabra que es nuestro gozo y nuestra fortaleza. Palabra que es Buena Nueva, Buena Noticia de gracia y salvación para nuestra vida. Palabra que nos ilumina los ojos del corazón y que nos libera de la peor cautividad y opresión que es nuestro pecado. Palabra que nos llena de gracia y de vida produciéndose la más hermosa y profunda renovación.
¿Es así siempre en nosotros? Depende, no de la Palabra que se nos proclama, sino de nuestra expectativa y nuestra respuesta. ¡Qué lástima cuando escuchamos decir a alguien que no viene a nuestras celebraciones porque se aburre y se cansa, porque siempre es lo mismo y no hacemos sino repetir las mismas cosas!
Tenemos que pedir fe. La Palabra de Dios no se repite, aunque sean los mismos textos, sino que siempre será noticia nueva y buena para nosotros. Si con fe la escuchamos abriendo nuestro corazón como tierra buena, entonces podremos escuchar esa Palabra nueva y viva que el Señor tiene que decirnos en este momento concreto en que la escuchamos.
En la Parábola del sembrador, que tantas veces hemos escuchado, la semilla es la misma, pero era la tierra la que no estaba preparada de la misma manera para recibirla y por eso sólo la tierra buena y bien dispuesta hizo que pudiera producir fruto al ciento por uno. Así nosotros, depende de nuestra actitud, de la apertura de nuestro corazón, de la fe con que la recibamos.
Una última cosa; no olvidemos que la Palabra que recibimos y escuchamos nos convierte también a nosotros en mensajeros de esa Palabra. Mensajeros con nuestra vida nueva y comprometida para hacer el anuncio, para llevar la luz, para anunciar y realizar también la liberación de los oprimidos. De cuántas maneras esa Palabra puede ser liberación y anuncio de salvación para los demás a través de nosotros. Cuánto podemos y tenemos que transformar con el anuncio de esa Palabra.
Una Palabra que nos congrega y nos hace vivir en unidad y comunión. Recordemos la imagen que contemplábamos al principio de el asamblea congregada y reunida para la escucha de la Palabra. Una Palabra que nos llena a nosotros también con la fuerza del Espíritu del Señor. No olvidemos que tenemos que ser otros Cristos, porque así hemos sido ungidos por el Espíritu desde nuestro Bautismo.

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