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viernes, 29 de enero de 2010

Las maravillas de Dios que se manifiestan en las cosas sencillas

2Sam. 11,1-17
Sal. 50
Mc. 4, 26-34


¡Ojalá tuviéramos la capacidad del hombre de corazón humilde y sencillo para dejarnos sorprender por las maravillas del Señor! Nuestros ojos se van oscureciendo, nos vamos acostumbrando a las cosas, son tan variadas las experiencias que vamos teniendo en la vida, que lo sencillo ya nos llama la atención, no nos dejamos sorprender por esas maravillas de Dios que se realizan las más de las veces en las cosas sencillas.
Hoy nos lo queremos explicar todo científicamente y no está mal que lo hagamos pues Dios nos ha dado también esa capacidad, pero no somos capaces de detenernos a admirar el mismo misterio de la vida, sea cual sea. Una semilla que se echa en la tierra, que germina y hace nacer una planta, que crece se llena de flores y de frutos, nos puede parecer lo más natural del mundo, pero ahí hay todo un misterio hermoso.
Hoy Jesús nos lo propone como parábola para hacernos comprender la maravilla del Reino de Dios. ‘El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra… la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo…’ Nos había hablado de la semilla en la parábola del sembrador para decirnos que es la Palabra que se siembra y se espera que dé fruto. Hoy nos habla de ese crecimiento misterioso a la vez que maravilloso que se va produciendo en el corazón del hombre, como se ha de producir también en nuestro mundo y en nuestra sociedad donde es sembrada la Palabra de Dios.
Es la fuerza y la vida de Dios que crece dentro de nosotros y nos transforma. Es la acción maravillosa de Dios que va actuando en nuestro mundo. Es la acción de la gracia que se derrama sobre nosotros y mueve nuestro corazón. No nos fuerza el Señor, porque siempre respeta nuestra libertad pero sí actúa en nosotros, sí mueve nuestro corazón con su gracia; sí se siente la acción del Espíritu que va realizando maravillas en nosotros.
¿Nos faltará fe para ver, para descubrir, para sentir esa acción de Dios? Es necesario que tengamos esa fe y esa confianza; es necesario dejarnos sorprender por ese actuar de Dios que actúa no a nuestros ritmos ni a nuestra manera. Unos ojos de fe para saber mirar con la mirada de Dios porque sólo así llegaremos a captar bien lo que es la acción de Dios.
Creo que nos puede ayudar en todo esto un espíritu fuerte de oración. Oración sí, en la que pedimos a Dios y tenemos en cuenta tantas necesidades o tantas intenciones que tengamos en nuestra mente y en nuestro corazón; pero oración en la que dejemos introducir a Dios en nuestro corazón; oración en la que seamos capaces de ponernos en sus manos para descubrir su voluntad y para saber aceptarla para nuestra vida.
Muchas veces hemos hablado de cómo tenemos que ir sembrando semillas del Reino de Dios en medio de ese mundo en el que vivimos. Pero en nuestras humanas impaciencias nos parece que no se manifiestan los frutos tal como nosotros quisiéramos y nos podría parecer inútil o un fracaso aquello que vamos haciendo. Recordemos la parábola de hoy. La semilla germina no por lo que nosotros hayamos hecho sino por la fuerza del Espíritu del Señor. Y recordemos también la otra parábola que nos ofrece hoy el evangelio, la parábola de la mostaza. Son las cosas pequeñas, como la pequeña semilla de la mostaza que puede darnos un arbusto grande, en las que Dios se manifiesta, o las que nosotros tenemos que ir sembrando, que será Dios el que hará que de ahí puedan salir cosas grandes y maravillosas.
Que seamos capaces de admirarnos de las maravillas de Dios que se manifiestan también en las cosas pequeñas, humildes y sencillas.

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