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lunes, 25 de enero de 2010

Hemos de dejarnos encontrar por la Luz

LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

Hechos, 22, 3-16
Sal. 116
Mc. 16, 15-18


Cuando nos dejamos iluminar por la luz de Cristo todo lo demás nos parecen sombras y oscuridades. Lo importante y necesario es que esa luz llegue a nosotros y nos dejemos sorprender por esa luz. Mientras no la encontremos nos parece que nuestras pequeñas lucecitas son las más interesantes o más importantes y nos aferramos a ellas confundidos pensando que son lo mejor.
Hoy estamos celebrando a quien se encontró esa luz y quedó ciego para las luces anteriores. También él pensaba que sus lucecitas eran las únicas importantes y por eso sin conocer la luz verdadera luchaba contra ella. Pero esa luz un día le sorprendió y se encontró cara a cara con Jesús y ya no se pudo resistir y desde entonces para él Jesús fue su única luz que quiso llevar a todas partes y a todas las gentes.
Estamos celebrando a san Pablo y su conversión. Nos lo ha relatado detalladamente san Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Un relato repetido, primero contado por Lucas, luego relatado por el mismo Pablo, que finalmente nos lo vuelve a repetir en sus cartas. ‘¿Por qué me persigues?... ¿Quién eres, Señor?... Yo soy Jesús Nazareno a quien tu persigues… ¿Qué debo hacer?... Levántate, vete a Damasco y allí te dirán lo que tienes que hacer…’
Nos comentará a continuación que ‘como no veía cegado por el resplandor del relámpago, mis acompañantes me llevaron de la mano a Damasco…’ Ya no podía ver los caminos de este mundo. Otra luz brillaba en sus ojos, aunque ahora estuvieran ciegos. Cuando Ananías, enviado por el Señor llegue hasta él, recobrará la luz de sus ojos. Pero ya es otra luz la que lleva en su interior.
Ananías había opuesto cierta resistencia a recibir a Pablo porque ‘he oído hablar del daño que este hombre ha hecho en Jerusalén a los que creen en ti, y aquí está con poderes de los jefes de los sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre…’ Esa era realmente la misión con que iba a Damasco, pero el Señor le tenía reservado algo importante, y por eso le sale al paso. ‘Este es un instrumento elegido para llevar mi nombre a todas la naciones… yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre’.
Llegará a ser el Apóstol de las gentes. Sus caminos recorrerán el ancho Mediterráneo anunciando el nombre de Jesús: toda el Asia Menor, Grecia y Macedonia, Roma y la tradición nos lo trae también a España, como anunciaría en la carta a los Romanos. Cumplió a la perfección el mandato de Jesús: ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación…’ Conocemos sus cartas con la densidad de la doctrina cristiana. Pero como se había anunciado no le faltarán pruebas, persecuciones y tormentos, como él mismo recordará incluso en alguna ocasión.
Pero se había encontrado con la Luz que le había salido al encuentro y ya desde entonces su vivir será Cristo. ‘Vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó hasta entregarse por mí… sé de quién me he fiado’. Era consciente de las maravillas que el Señor había realizado en su vida, y eso ahora él tenía que trasmitirlo. De ahí el ardor y el coraje de su espíritu.
Es mucho lo que nos dice todo esto. No podemos extendernos en este momento haciendo un recorrido más completo por la vida y la figura de Pablo, pero sí puede ayudarnos mucho lo que significó para él el encuentro con la luz, el encuentro con Jesús. Porque eso es lo que nosotros necesitamos, dejarnos encontrar por Jesús. El viene a nuestro encuentro y algunas veces no terminamos de darnos cuenta de su presencia y su llamada. Viene la luz a nuestra vida y, como dice el evangelio, preferimos nuestras pequeñas luces que a la larga son tinieblas.
Dejémonos cautivar por la luz de Jesús y nuestra vida será distinta. No temamos el encuentro con esa Luz, porque a partir de entonces todo será vida para nosotros. Vida y dicha, aunque haya momentos difíciles, tengamos que pasar por incomprensiones, nos pueda aparecer el sufrimiento y hasta la persecución. Pero nuestra dicha es el Señor y todas las oscuridades desaparecerán.

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