2Sam. 7, 18-19.24-29
Sal. 131
Mc. 4, 21-25
Sal. 131
Mc. 4, 21-25
Por favor que alguien encienda una linterna o alguna luz, fue el grito que se escuchó en la oscuridad al fallar la energía eléctrica en aquella reunión donde había muchas personas. Poco a poco apareció una linterna por allá, la luz tintineante de un mechero de gas, unas cerillas que encendieron por otro lado, y hasta el resplandor de los teléfonos móviles comenzaron a iluminar la estancia; cada cual con la luz que tenía.
Hoy hablamos mucho de energías renovables entre ellas la energía solar, que recoge la luz del sol en unos acumuladores que tanto nos pueden dar luz luego como calor y otros productos energéticos. Recuerdo hace años cuando aun se estaba comenzando en esto ver algunas experiencias de iluminación de calles o caminos, con unas lámparas que llevaban adosada la placa solar con sus acumuladores que debían estar debidamente orientadas hacia el sol. Recibían la luz solar y eran luego portadoras o dispensadoras de luz.
¿Por qué toda esta introducción? Hoy nos ha dicho Jesús en el evangelio: ‘¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerle en el candelero?’ La lámpara hay que ponerla en un lugar adecuado, mejor en alto, para que pueda iluminar a todos. ¿Qué nos está queriendo decir Jesús? Que nosotros somos luz que tenemos que iluminar y nuestra luz no la podemos ocultar, sino todo lo contrario tiene que resplandecer para que ilumine bien a los demás.
En algún momento de la historia del cristianismo a los cristianos se les llamaba los iluminados. Habían sido iluminados por la luz de Cristo pero con esa luz habían de iluminar también a los demás. Ya Jesús nos lo dice: ‘sois la luz del mundo’. Aunque no es nuestra luz, sino la luz de Cristo que nos ha iluminado a nosotros y con la que tenemos que iluminar a los demás. Pero eso, tenemos que dejarnos iluminar por Cristo. Simbólicamente se nos dio una luz encendida del Cirio Pascual en nuestro Bautismo y se nos pedía que teníamos que mantener siempre encendida esa luz hasta que fuéramos al encuentro con Cristo. Por eso a la hora de la muerte de un cristiano, en sus exequias, se enciende de nuevo la luz del Cirio Pascual junto al cadáver del cristiano.
Es luz de la fe con la que tenemos que iluminar. Es la luz de nuestro amor y de nuestras buenas obras. Es la luz con que resplandecemos en nuestro ejemplo, en el cumplimiento de nuestras responsabilidades. Es la luz de nuestro compromiso por los demás y por nuestro mundo. Es la luz, en una palabra, de toda nuestra vida cristiana.
Pero eso luz tenemos que cuidarla, mantenerla encendida, alimentarla. Como aquellos acumuladores de energía solar que tienen que estar debidamente orientados hacia el sol, así nosotros tenemos que estar orientados siempre hacia el Señor. Para que nos llegue su luz, para que alimentemos debidamente nuestra vida y nuestra fe. Por eso qué presente tiene que estar la Palabra de Dios en nuestra vida, la oración, la participación en los sacramentos.
Ese mundo nuestro, del que nos quejamos tantas veces, que está a oscuras, nosotros tenemos que iluminarlo con nuestra luz, que no puede ser otra que la luz de Cristo. Que alguien encienda una luz, quizá escuchamos tantas veces pidiéndonos que llevemos nuestra luz, que iluminemos tantas oscuridades. Por eso tenemos que tener los acumuladores, las baterías bien recargadas, para que no nos falte esa luz y para que podamos dar esa luz a los demás.
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