Busquemos
el bien de la persona dejando fluir la misericordia y la compasión como
suavizante que facilite las relaciones para una verdadera humanidad
1Corintios 4, 6b-15; Salmo 144; Lucas 6, 1-5
No dejamos que el agua corra montaña
abajo buscando su propio camino porque todo lo arrasaría a su paso y de nada
nos serviría la fuente de la que nace o la lluvia que nos la hace caer de las
nubes; tratamos de encauzarla, buscarle cauces, para poder mejor aprovecharla y
a todos nos beneficie; es cierto que la naturaleza en su mismo ha ido creando
unos cauces, llamémoslos barrancos por las que circulan esos arroyos, o
finalmente ríos que van fecundando con su humedad los campos por los que
cruzan; luego nuestra inteligencia y nuestro buen hacer han ido creando esos cauces
que nos la transporten para nuestro consumo humano y para todos los beneficios
que pueda producir en la naturaleza.
Así ha sido también el transcurrir de
la humanidad; nuestra convivencia ha ido creando unos cauces también,
llamémosla normas de conducta o códigos éticos, que encauzan toda la actividad
humana para lograr también entre la humanidad esa armonía de la que nos es
ejemplo la propia naturaleza. Nos vamos imponiendo unas normas o unas leyes que
vengan a facilitar ese entendimiento y esa buena convivencia queriendo basarnos
en el respeto y la valoración de la persona, que será siempre lo importante. No
es rigidez que nos imponemos desde el capricho sino desde un mutuo
consentimiento buscando siempre por encima de todo el bien de la persona. Ninguna
de esas normas que nos impongamos para nuestra mejor convivencia puede ir nunca
en contra del bien de la persona.
Sin embargo, sabemos también que muchas
veces nos volvemos exigentes y hasta tratamos de imponernos los unos a los
otros, no porque pongamos el bien de la persona por encima de todo, sino que da
la impresión que la norma es la que está por encima, dándole una
sacralidad que al final nos convierte en
esclavos de esa norma o de esa ley. ¿Por qué hay que hacer esto? Quizás nos
preguntamos y simplemente respondemos porque lo dice la ley. Pobre razonamiento
que nos damos que le hace perder su sentido más genuino.
Y es una tentación que hemos tenido en
todos los tiempos, pero que también podemos seguirla sufriendo hoy, cuando
incluso tratamos de imponer una forma de ver la vida desde una ideología o
desde una forma de pensamiento muy personal, que olvida cual es el verdadero
sentido que siempre ha de tener toda norma de convivencia. Cuánto necesitamos
suavizar los engranajes de nuestra vida para que no chirríen nuestros
encuentros.
Y vemos en el evangelio que le plantean
algunas cosas en este sentido. Está por una parte, por ejemplo del ayuno al que
se sometían los discípulos de Juan o de los fariseos, mientras Jesús no es eso
lo que le está pidiendo a sus discípulos. Pero viene también el otro
planteamiento en torno a lo que era el descanso sabático; algo que se había de
alguna manera impuesto en la ley de Moisés para que no olvidaran nunca el culto
que debían de darle a Yahvé a quien habían de reconocer como el único Dios y
Señor de sus vidas, y que también una forma de respetar y valorar la vida de
las personas a las que también había de dársele un necesario descanso en medio
de sus tareas.
¿Qué tenía que ser lo importante? Por
una parte el reconocimiento del Señorío de Dios sobre todas las criaturas, es
nuestro Hacedor y Creador, pero también el valor y el respeto de la dignidad de
toda persona que merecía y necesitaba también su descanso. Pero aquello,
olvidando su sentido más genuino, se había convertido en una norma implacable
de extrema rigidez de manera que pareciera que ya no se pudiera ni ayudar a una
persona que lo necesitara. Recordamos como los fariseos estaban muy atentos a
ver si Jesús curaba en sábado, o como echaban en cara al paralítico que había
sido curado un sábado porque cargara su camilla de regreso a su casa.
Jesús viene a recordarles que el bien
de la persona estará siempre por encima de todo, y por el cumplimiento
escrupuloso y riguroso de la ley no se podía dejar de ayudar a quien lo
necesitara o dar de comer al hambriento aunque fueran los panes que estaban
sobre el altar como ofrendas al Señor.
¿Buscaremos siempre el bien de la
persona, dejando fluir la misericordia y la compasión, como el mejor suavizante
que facilite las mutuas relaciones y
haga verdaderamente humano nuestro trato con los demás?
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