Jesús
viene a darnos la fuerza de su Espíritu para sentirnos libres de todas esas
ataduras y llevarme siempre por el camino del bien empedrado en el amor
1Corintios 2, 10b-16; Salmo 144; Lucas 4,
31-37
¿Llegaríamos a entender que ofreciéndole
a uno que está privado de libertad en la cárcel salir de ella liberado que se
negase? Diríamos que está loco, que no sabe lo que hace. Pero no es tan extraño
si nos ponemos a pensar un poquito; vivimos con tantas ataduras en nuestra
sociedad pero parece que somos felices con ellas; pensemos en tantas
dependencias que nos creamos continuamente, pensemos en los vicios que nos
aturden, y podríamos poner muchos ejemplos; pero no somos capaces de dejarlo,
el alcohólico no es capaz de liberarse de esa dependencia que tanto daño le
está haciendo, el drogadicto de sus drogas, pasiones que nos dominan y de las
que no somos capaces de liberarnos… podíamos pensar en muchas cosas.
Hoy nos choca en el evangelio, como en algún
otro texto como el endemoniado de Gerasa, que aquel hombre poseído por el mal
ponga resistencia a ser curado por Jesús. Es todo un signo, porque signo es la
liberación del mal que Jesús quiere realizar en nuestra vida cuando nos está
anunciando el Reino de Dios – como escuchábamos en la sinagoga de Nazaret cuando
Jesús hace la proclamación del profeta nos da las señales de esa liberación del
año de gracia del Señor – pero es signo también lo que hoy escuchamos de lo que
sucede en nosotros mismos, en nuestro interior.
Es la imagen que se nos presenta en el
peregrinar por el desierto rumbo a la tierra prometida, que muchas veces parece
que preferían haberse quedado en Egipto siendo esclavos que aquel camino duro
que tenían que estar realizando en búsqueda de la ansiada libertad. Cuando
luchamos dentro de nosotros mismos con tantas cosas que queremos superar,
muchas veces pareciera que nos quedamos con la añoranza de lo vivido en ese mal
camino, pero que pensamos algunas veces que lo pasábamos bien. Nos cuesta
arrancarnos de todas esas cosas que tantas ataduras han producido en nosotros.
El anuncio del Reino de Dios es un
anuncio de liberación. Es hacer que Dios sea el único Señor de nuestra vida.
Eso significa decir ‘el Reino de Dios’. Y con Dios en nuestra vida nos sentimos
en la plenitud de nuestro ser; algunos piensan que la religión coarta nuestra
vida porque nos pone limites, no nos permite hacer aquello que nosotros quisiéramos
y que pensamos que nos hace felices. No hemos entendido lo que significa tener
a Dios en nuestra vida, no hemos entendido lo que es la voluntad de Dios para
nosotros, no es crear dependencias, sino poner libertad en nosotros, hacer que
vayamos a lo que es lo fundamental de la persona y de la vida, caminar por
caminos de dignidad y de respeto; nunca un mandamiento del Señor nos llevará a
hacer daño a los demás, sino todo lo contrario, nos llevará siempre al respeto
y al amor.
Cuántos dioses nos vamos poniendo en
nuestra vida, todas esas cosas de las que decimos que sin ellas no podríamos
vivir. Y son las cosas a las que nos atamos, pero son, y es peor, las actitudes
que tenemos en el corazón con lo que pretendemos dominar, tener poder sea del
que sea, creernos en una palabra dioses, es el orgullo para estar por encima de
todo y de todos, es centrarlo todo en nosotros mismos y en lo que me dé satisfacción.
Cuántas ataduras y apegos sentimos en
el corazón que va a provocar unas actitudes no buenas contra los demás. Por eso
nos decía Jesús que es del corazón de donde sale la maldad que nos hace
impuros. Y eso nos cuesta aceptarlo, es un camino que algunas veces se nos hace
duro por los apegos del corazón, y arrancarnos de un apego cuesta, duele,
parece que nos hiere pero cuando logramos desprendernos de él qué liberados nos
sentimos.
Jesús viene a darnos la fuerza de su Espíritu
para sentirnos en verdad libres, para liberarnos de todas esas ataduras, para
vencer esa resistencia que incluso podamos sentir dentro de nosotros mismos,
para llevarme siempre por el camino del bien que es un camino empedrado en el
amor.
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