Muchos
vaivenes hemos tenido tantas veces en nuestro camino de fe siempre vivida con
la misma intensidad, nos enfriamos y caemos en una peligrosa tibieza espiritual
1Corintios 2, 1-5; Salmo 118; Lucas 4, 16-30
Los entusiasmos a veces no duran sino
lo de un suspiro. Creo que tenemos experiencias y muchas en la vida. Nos
entusiasmamos por algo, o por alguien y pronto nos cansamos y lo olvidamos. Un
suspiro. Son las emociones del momento en una determinada situación o
circunstancia, algo que nos ha impresionado y nos ha llamado la atención, algo
con lo que nos emocionamos y no sabemos cuanto, pero esas emociones se van
enfriando, se suceden otras cosas y aquello primero pasa ya a un segundo lugar,
y poco a poco se va quedando atrás de aquello que nos prometíamos grandes cosas
nos quedamos en nada. Un suspiro.
Pasa con las amistades o el
conocimiento de las personas. Nos parecía tan estupenda, veíamos maravillas en
ella, pero quizás el trato se enfrió y al final quedarán en el recuerdo de un
pasado. ¿Nos acordamos aun del nombre de todos esos que a lo largo de los años
hemos llamado amigos? Ahora con las redes sociales sucede otro tanto, todos
quieren ser amigos tuyos, todos dicen entusiasmados que eres estupendo, pero
¿cuánto duran? Y si no siempre tratamos de contentarlos en lo que nos piden o
lo que ellos entienden por amistad, veremos cómo pronto se diluyen. Un suspiro.
¿Sería lo que pasó aquel día en la
sinagoga de Nazaret? La fama precedía ya la visita que Jesús les estaba
haciendo. Con aquellas premisas de lo que escuchaban que Jesús hacía en otras
partes, aquel sábado la sinagoga estaba llena con toda la gente del pueblo.
Escuchan con atención, la proclamación del profeta, esperan el comentario de
Jesús, están orgullos porque es uno del pueblo y que ha llegado con tal fama.
Pero aunque querían escucharle
entusiasmados, pronto decayó aquel entusiasmo con los comentarios que Jesús iba
haciendo; se había atribuido en El lo que había anunciado el profeta, como que
aquello estaba sucediendo allí, pero no estaban viendo los milagros que
esperaban; es más los comentarios de Jesús les hablan de que un profeta nunca
es bien recibido en su tierra.
Su misión no era tan localista y tenía
un sentido más universal. Y recuerda al profeta Eliseo que no curó a los
leprosos de Israel mientras era curado un sirio venido de lejos; les recuerda
al profeta Elías que habiendo hambruna en Israel sin embargo será a una mujer
fenicia a la que socorra. Entendieron que de El nada entonces podían esperar,
en fin de cuentas no era sino el hijo del carpintero. Y lo rechazaron.
¿Cuál era realmente el interés que
podían sentir por Jesús? ¿Qué es lo que realmente buscaban? Como nos sucede a
nosotros con los amigos, como decíamos antes, ¿qué es lo que realmente buscamos
en esas amistades? Los sentimientos nacidos solamente de emociones pronto
pueden enfriarse y pasar. ¿Solamente creemos cuando nos van bien las cosas? ¿O
solamente acudimos, decimos que con mucha fe a Dios, cuando estamos envueltos
en problemas de los que no sabemos cómo salir?
Un día quizás nos emocionamos mucho en
aquella celebración, con aquellas palabras que oímos, en algún tipo de
experiencia que tuvimos, pero ¿fuimos capaces de dar un paso más adelante para
ponerle un fundamento firme a esa expresión de fe que en aquel momento vivimos?
No es solamente racionalizar las cosas, pero sí tenemos que saber dar una razón
de esa fe que tenemos o que queremos vivir. Y eso lo lograremos cuando nos
fundamentamos de verdad en la Palabra de Dios, cuando nos gozamos no solamente
por una pura emoción de esa fe que tenemos que nos llevará a grandes
compromisos en la vida.
Pensemos en los vaivenes que hemos
tenido tantas veces en nuestro camino de fe. No siempre la hemos vivido con la
misma intensidad, cómo muchas veces nos enfriamos y caemos en una peligrosa
tibieza espiritual, de la que tenemos que despertar; es peligroso caer en esa
pendiente de la tibieza pero es muy fácil que nos resbalemos por ella. No
siempre tenemos la debida precaución y nos confiamos demasiado sin ponerle
fundamento a esa fe y a ese compromiso cristiano. No cuidamos de tener el
aceite suficiente para poder mantener encendida esa lámpara, que no va a dar
luz por si misma si no la alimentamos.
Y tenemos también el peligro de caer en
el rechazo, queriendo arrojar lejos de nosotros esas experiencias de fe que
hemos vivido y que tendrían que ser en verdad el motor de nuestra vida. Porque
quizás no era lo que esperábamos, porque nos sentimos defraudado con alguna
cosa, porque recibimos un mal ejemplo, porque no nos salen las cosas como
nosotros queremos. Como aquellas gentes de Nazaret que querían arrojar por un
barranco a Jesús fuera del pueblo.
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