Les
dio poder para curar, abrir oídos, devolver la luz a los ojos, liberar de
opresiones, construir un mundo nuevo, ayudar a poner actitudes nuevas en el
corazón y en la vida
Isaías 35, 4-7ª; Sal. 145; Santiago 2,
1-5; Marcos 7, 31-37
Los que nos sentimos, vamos a decirlo así,
en plenitud de todas nuestras facultades no es difícil comprender a los que se
sienten limitados de alguna manera en alguno de sus sentidos, por decirlo de
alguna manera. Nosotros tenemos una buena visión, podemos oír con normalidad y
expresarnos comunicándonos con nuestras palabras, podemos movernos libremente
porque aun no nos fallan nuestras piernas y nos hemos creado un mundo en cierta
manera solo válido para los que tienen esas capacidades, y de alguna manera
olvidamos a quienes les fallan algunos de esos sentidos o tienen alguna
dependencia por algún tipo de discapacidad física o sensorial.
Quizás cuando comienza a fallarnos
alguna de esas cosas nos damos cuenta de que no nos es tan fácil comunicarnos,
porque no escuchamos bien ni llegamos a entender lo que nos dicen, no vemos con
claridad y estamos dependiendo de que nos digan lo que otros ven, y así podríamos
pensar en muchas más cosas. Pero no nos podemos quedar en esas limitaciones físicas
que quizás con el paso de los años nos van apareciendo, sino que hay muchas
otras cosas en la vida que coartan y limitan esa mutua comunicación.
Algunas veces no queremos oír ni
entender, no queremos saber y cerramos no solo los ojos de la cara sino más
bien nuestro espíritu y nuestro corazón desde nuestra insensibilidad; nos vamos
haciendo abismos que nos distancian, o ponemos barreras para que no haya
acercamiento a los demás; y esto de muchas maneras, con la cerrazón de nuestra
mente, con la apatía con que vivimos, con la comodidad que nos encierra en
nosotros mismos, con la insolidaridad para no ver ni sentir el sufrimiento que
pueda haber en las personas de nuestro entorno o los problemas de nuestro
mundo, con el conformismo que nos paraliza o el fanatismo que nos hace perder
la cabeza… las limitaciones nos las estamos poniendo nosotros mismos.
¿Nos podemos quedar tranquilos viviendo
de esa manera? ¿Cuáles pueden ser las sorderas con que nos encontremos?
¿Tendremos curación? ¿Habrá algún tipo de audífono que nos salve y nos devuelva
a una facilidad de comunicación o algún colirio para nuestros ojos? Es mucho lo
que en nosotros ha de sanarse.
Nos habla hoy el evangelio de que Jesús
andaba por caminos y lugares no precisamente judíos; anda por Tiro y Sidón, dos
ciudades fenicias, en lo que sería hoy zona del Líbano, y está además atravesando
la Decápolis, diez ciudades que precisamente no destacan por sus costumbres
judíos; son lugares de los gentiles, gente ajena al pueblo de Israel, al pueblo
de Dios. Pero Jesús no va ni ciego ni sordo, no va insensible a las necesidades
o a la carencias que allí también podría encontrar; se había encontrado a una
mujer fenicia de gran fe que con insistencia pedía por la liberación del mal de
su hija enferma; ahora le salen al paso con un hombre sordo mucho, ni oía ni
apenas podía hablar, que andaba en el silencio de sus oídos sordos y en la
incomunicación que le imponían sus limitaciones, ‘apenas podía hablar’,
dice el evangelista.
Jesús tiene también una mano de vida y
de salvación para este hombre; se van a destruir todas sus barreras y podrá
entrar en una nueva comunicación. No solo Jesús le está restableciendo de las
limitaciones de sus sentidos, sino que aquel hombre pronto se va a convertir en
un vocero de Dios. Y aunque Jesús no quiere ganarse la fama de un taumaturgo,
por eso les dice que no lo digan a nadie, aquel hombre que ha recobrado el
habla no parará de contar a todos las maravillas del Señor realizadas en su
vida.
‘Todo lo ha hecho bien, dicen asombrados, hace oír a los sordos y hablar a
los mudos’. ¿Podremos decir eso nosotros también? Aquel hombre dejó que
Jesús pusiera sus manos sobre él, ‘le metió los dedos en los oídos y con la
saliva le tocó la lengua’, dice el evangelista. ‘Effeta (ábrete)’,
le dijo Jesús. Lo necesitamos nosotros que tan encerrados en nosotros mismos
andamos tantas veces. No son solo las limitaciones de nuestros sentidos, sino
las limitaciones que ponemos en nuestro espíritu, en nuestras actitudes y
posturas, en nuestras maneras de hacer las cosas, en nuestras rutinas, en
tantas cosas en que nos sentimos adormilados y no somos sensibles de verdad a
lo que sucede a nuestro alrededor.
Pero Jesús cuando nos suelta y nos
libera de esas ataduras nos está poniendo en camino. Es la tarea de liberación
que tenemos que realizar, que nuestro mundo necesita. ¿No decimos que Jesús nos
envía a anunciar la Buena Noticia – el Evangelio – del Reino de Dios? Nuestro
anuncio son los signos de liberación que nosotros tenemos que ir realizando.
‘Les dio poder para curar’, nos dice el evangelio cuando envía a sus discípulos
y a los apóstoles. Lo que tenemos que realizar nosotros, abrir oídos, devolver
la luz a los ojos, liberar de cárceles y opresiones, construir un mundo nuevo,
ayudar a poner actitudes nuevas en el corazón y en la vida, hacer que la gente
encuentre la verdadera libertad. Y no habrá diferencia de territorios sino que
el envío es de carácter universal. Son tantas las señales que tenemos que dar.
No podemos callar, tenemos que proclamar también nosotros las maravillas del
Señor.
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