Lo
que no podemos hacer es cerrar los ojos para encerrarnos en nosotros mismos y
no complicarnos porque tenemos que hacer el anuncio del mensaje de Jesús
1 Corintios 5, 1-8; Salmo 5; Lucas 6, 6-11
Tal como vamos por la vida muchas veces
damos la impresión en que cada uno se preocupa de sus cosas, de lo que tiene en
la mente, de lo que tiene que hacer, o simplemente de sus sueños o de sus
recuerdos; vamos como insensibles, sin fijarnos en nada y nada vemos, sin
preocuparnos por lo que sucede a nuestro alrededor y no nos enteramos de nada,
obsesionados por nuestras ideas o algunas veces nuestras manías y sin capaz de
abrir los ojos, no solo de la cara, sino también de la mente para ver más allá.
¿Tiene sentido que caminemos así por la vida? ¿Creemos que con eso al final
seremos más felices? Algunos dirán que sí, porque no quieren preocuparse de
nada que salga de sus cosas y no quieren implicarse en el sufrimiento de los
demás.
Es bien significativo lo que nos dice
hoy el evangelio. Jesús entró en la sinagoga un sábado, nadie se fijó en lo que
había a su alrededor; por allá andaban los que se creían los dirigentes, solo
obsesionados por lo que Jesús pudiera hacer, porque ya se le hacían sospechosas
muchas de las cosas que Jesús hacía o decía. En medio de aquella pequeña
asamblea había un hombre con sus sufrimientos, tenía una mano paralizada con
todo lo que eso podía significar para su vida, para su trabajo, para su
familia, para su subsistencia. Pero cada uno iba a lo suyo; a lo más la gente
de buena voluntad iba a hacer sus oraciones o a escuchar la lectura de la ley y
los profetas que era lo que ritualmente se hacía en aquellas asambleas de los
sábados.
Y es Jesús el que se fija en aquel
hombre con todos sus sufrimientos, por el que nadie hacía nada. Y Jesús lo
llama y le pide que se ponga en pie en medio de la asamblea. Aquí estaba la
ocasión para aquellos que estaban acechando a Jesús a ver lo que hacía un
sábado y se ponía a curar saltándose el descanso sabático. Pero allí está la
pregunta de Jesús que interroga y que interroga por dentro. Está el sufrimiento
de aquel hombre ¿y no se le podía curar? ¿Qué sería lo más importante? ¿Dejarlo
en su sufrimiento y en sus limitaciones con todas las consecuencias que aquello
podía tener para él y para los suyos o hacer que aquel hombre tuviera una vida
distinta y llena de dignidad?
Jesús, como escuchamos en el evangelio,
al no tener ninguna respuesta de todos aquellos que estaban allí en la sinagoga
- ¿se quedarían mudos? – le pidió al hombre que extendiera su mano. El hombre
obedeció a Jesús y quedó curado. Algo tan sencillo, pero donde estaba por medio
la fe. Los que se quedaron ciegos pero de rabia fueron todos aquellos que
estaban al acecho de lo que hiciera Jesús, pero que no supieron dar respuesta a
la pregunta de Jesús.
¿Nos estará pidiendo este evangelio que
sepamos abrir los ojos ante el mundo que nos rodea? Vamos demasiado con los
ojos cerrados porque no queremos ver, porque sabemos que si vemos y conocemos
la realidad necesariamente tenemos que implicarnos aunque eso signifique también
complicarnos. Pero no nos queremos complicar; nos pensamos que si comenzamos a
implicarnos en algo bueno y en algo distinto ya luego no podremos parar, no
podremos detenernos y cada día la vida se nos complicaría más. ¿Qué necesidad
tenemos de eso?, nos pensamos.
Pero es que ese no puede ser el camino
de los que vamos siguiendo los pasos de Jesús. Ya lo hemos reflexionado muchas
veces y es que Jesús nos está siempre poniendo en camino, en camino y con los
ojos abiertos, en camino y con unas posibilidades en nuestras manos que si las utilizáramos
veríamos cómo hacemos maravillas. ¿No podemos decir también al que vemos a la
orilla del camino que se levante y se ponga en medio, que levante su mano y que
levante su vida, que recobre su dignidad y que sepa sentirse bien?
Nos dice Jesús que vayamos curando, que
vayamos dando vida, que vayamos levantando la moral de los que se encuentran decaídos
a nuestro lado, que vayamos tendiendo nuestras manos para levantar a tantos que
siguen postrados en sus camillas de desolación, de desánimo, de aburrimiento de
la vida, que vayamos llenando de luz los ojos de los que nos rodean para que
reaparezcan las esperanzas… cuántas cosas podemos hacer, a cuantos podemos
llenar de vida.
Es el verdadero anuncio que tenemos que
hacer de Jesús y de nuestra fe en El. Lo que no podemos hacer es cerrar los
ojos para encerrarnos en nosotros mismos y no complicarnos.
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