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lunes, 9 de septiembre de 2024

Lo que no podemos hacer es cerrar los ojos para encerrarnos en nosotros mismos y no complicarnos porque tenemos que hacer el anuncio del mensaje de Jesús

 


Lo que no podemos hacer es cerrar los ojos para encerrarnos en nosotros mismos y no complicarnos porque tenemos que hacer el anuncio del mensaje de Jesús

1 Corintios 5, 1-8; Salmo 5; Lucas 6, 6-11

Tal como vamos por la vida muchas veces damos la impresión en que cada uno se preocupa de sus cosas, de lo que tiene en la mente, de lo que tiene que hacer, o simplemente de sus sueños o de sus recuerdos; vamos como insensibles, sin fijarnos en nada y nada vemos, sin preocuparnos por lo que sucede a nuestro alrededor y no nos enteramos de nada, obsesionados por nuestras ideas o algunas veces nuestras manías y sin capaz de abrir los ojos, no solo de la cara, sino también de la mente para ver más allá. ¿Tiene sentido que caminemos así por la vida? ¿Creemos que con eso al final seremos más felices? Algunos dirán que sí, porque no quieren preocuparse de nada que salga de sus cosas y no quieren implicarse en el sufrimiento de los demás.

Es bien significativo lo que nos dice hoy el evangelio. Jesús entró en la sinagoga un sábado, nadie se fijó en lo que había a su alrededor; por allá andaban los que se creían los dirigentes, solo obsesionados por lo que Jesús pudiera hacer, porque ya se le hacían sospechosas muchas de las cosas que Jesús hacía o decía. En medio de aquella pequeña asamblea había un hombre con sus sufrimientos, tenía una mano paralizada con todo lo que eso podía significar para su vida, para su trabajo, para su familia, para su subsistencia. Pero cada uno iba a lo suyo; a lo más la gente de buena voluntad iba a hacer sus oraciones o a escuchar la lectura de la ley y los profetas que era lo que ritualmente se hacía en aquellas asambleas de los sábados.

Y es Jesús el que se fija en aquel hombre con todos sus sufrimientos, por el que nadie hacía nada. Y Jesús lo llama y le pide que se ponga en pie en medio de la asamblea. Aquí estaba la ocasión para aquellos que estaban acechando a Jesús a ver lo que hacía un sábado y se ponía a curar saltándose el descanso sabático. Pero allí está la pregunta de Jesús que interroga y que interroga por dentro. Está el sufrimiento de aquel hombre ¿y no se le podía curar? ¿Qué sería lo más importante? ¿Dejarlo en su sufrimiento y en sus limitaciones con todas las consecuencias que aquello podía tener para él y para los suyos o hacer que aquel hombre tuviera una vida distinta y llena de dignidad?

Jesús, como escuchamos en el evangelio, al no tener ninguna respuesta de todos aquellos que estaban allí en la sinagoga - ¿se quedarían mudos? – le pidió al hombre que extendiera su mano. El hombre obedeció a Jesús y quedó curado. Algo tan sencillo, pero donde estaba por medio la fe. Los que se quedaron ciegos pero de rabia fueron todos aquellos que estaban al acecho de lo que hiciera Jesús, pero que no supieron dar respuesta a la pregunta de Jesús.

¿Nos estará pidiendo este evangelio que sepamos abrir los ojos ante el mundo que nos rodea? Vamos demasiado con los ojos cerrados porque no queremos ver, porque sabemos que si vemos y conocemos la realidad necesariamente tenemos que implicarnos aunque eso signifique también complicarnos. Pero no nos queremos complicar; nos pensamos que si comenzamos a implicarnos en algo bueno y en algo distinto ya luego no podremos parar, no podremos detenernos y cada día la vida se nos complicaría más. ¿Qué necesidad tenemos de eso?, nos pensamos.

Pero es que ese no puede ser el camino de los que vamos siguiendo los pasos de Jesús. Ya lo hemos reflexionado muchas veces y es que Jesús nos está siempre poniendo en camino, en camino y con los ojos abiertos, en camino y con unas posibilidades en nuestras manos que si las utilizáramos veríamos cómo hacemos maravillas. ¿No podemos decir también al que vemos a la orilla del camino que se levante y se ponga en medio, que levante su mano y que levante su vida, que recobre su dignidad y que sepa sentirse bien?

Nos dice Jesús que vayamos curando, que vayamos dando vida, que vayamos levantando la moral de los que se encuentran decaídos a nuestro lado, que vayamos tendiendo nuestras manos para levantar a tantos que siguen postrados en sus camillas de desolación, de desánimo, de aburrimiento de la vida, que vayamos llenando de luz los ojos de los que nos rodean para que reaparezcan las esperanzas… cuántas cosas podemos hacer, a cuantos podemos llenar de vida.

Es el verdadero anuncio que tenemos que hacer de Jesús y de nuestra fe en El. Lo que no podemos hacer es cerrar los ojos para encerrarnos en nosotros mismos y no complicarnos.

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