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martes, 14 de marzo de 2023

Un intercambio de amor y de misericordia, aprendiendo a gozarnos en todo lo que es el amor de Dios, amando a los demás y mostrándonos comprensivos y compasivos

 

limpiemos el cristal del corazón perdonando

Un intercambio de amor y de misericordia, aprendiendo a gozarnos en todo lo que es el amor de Dios, amando a los demás y mostrándonos comprensivos y compasivos

Daniel 3, 25. 34-43; Sal 24; Mateo 18, 21-35

Cuando dejará de darme la lata, ya está bien, una y otra vez con lo mismo, pensamos algunas veces impacientes ante las molestas que estamos recibiendo de alguien. Ya le ha aguantado bastante, argumentamos, le he perdonado tantas veces, pero parece que esto no se acaba, y ya comenzamos a tenerle inquina en nuestro interior, perdemos la paciencia fácilmente, y terminamos rechazándolo.

Aquí estamos entrando en el tema del perdón, de las molestias u ofensas que recibimos de los demás, y nos preguntamos hasta donde tenemos que aguantar, hasta donde tenemos que seguir teniendo paciencia, cuantas veces tengo que perdonarle. Nos sucede tantas veces. Lo vemos tantas veces en la vida a nuestro alrededor; gente que se las guarda en su interior – y cuanto daño se están haciendo a si mismos – y están buscando no ya el cómo perdonarle, sino como encontrar medio para la venganza. Cosas así las tenemos muy cerca de nosotros, cuando no nos sucede a nosotros lo mismo.

Es lo que Pedro le está planteando al Maestro. Lo ha escuchado en el sermón del monte que nos manda amar también a aquellos que nos resultan indiferentes, que tenemos que hacer el bien también a aquellos de los que nunca hemos recibido un favor, que tenemos que amar a los enemigos y a los que nos hacen daño, que tenemos incluso que rezar por aquellos que nos han ofendido, que el padre tiene que recibir de nuevo en su casa al hijo que se ha malgastado todo lo que su padre le dio viviendo de mala manera...

Y Pedro no termina de entenderlo. Porque uno tiene también su orgullo y su amor propio, como tantas veces pensamos. Y ha escuchado a Jesús que hay que perdonar, porque además así nos ha enseñado a rezar, pero hay cosas que no le cuadran en su cabeza. ¿Cuántas veces? ¿Será ya suficiente para cumplir un poco con lo que dice Jesús, que le perdonemos hasta siete veces?

Ya conocemos la respuesta de Jesús, que seguramente les dejaría desconcertados. No es para menos. Porque Jesús parece que nos está pidiendo imposibles. Y Jesús propone una parábola. Una parábola en la que tenemos que aprender a valorar lo que es sentirse perdonado, para que yo pueda comenzar a tener esa actitud también para con los demás. El hombre que le pide cuenta a sus servidores, sobre todo uno que tiene grandes deudas con él; después de suplicarle ante las exigencias de su amo, pero sobre todo después que finalmente le han perdonado todo lo que debía, no fue capaz de tener entrañas de misericordia con un compañero que le debía una minucia en comparación.

No había disfrutado con el perdón que le habían concedido. Es el gran problema que seguimos teniendo. Parece que no le damos importancia cuando nos perdonan a nosotros, pero sí le damos importancia a lo que el otro pueda deberme. Nos olvidamos fácilmente de que nos han perdonado, de lo que nos han perdonado. Algo que tenemos que aprender a saborear para que entonces nosotros aprendamos a tener buenas actitudes con los demás.

Es regla universal que Jesús nos está trazando, es cierto, pero quiero centrarme en nosotros los cristianos, que seguimos siendo rencorosos tantas veces en la vida, y que nos cuesta tanto perdonar. Y a lo mejor somos de los que vamos a confesarnos mucho, porque es cierto que nos sentimos pecadores, para que el Señor nos perdone. Pero algo nos está fallando cuando nos confesamos, algo nos está fallando cuando estamos celebrando el sacramento de la penitencia para recibir el perdón de Dios por nuestros pecados, pero no terminamos de saborear ese regalo de Dios que nos perdona.

Y así no queremos dejar que otros puedan saborear el perdón que nosotros hemos de ofrecerle, no sabemos nosotros gozarnos regalando el perdón a los que nos hayan ofendido, porque es regalarles amor, porque es disfrutar de verdad de lo que es el amor de Dios que ha sido compasivo y misericordioso con nosotros y ahora nosotros queremos serlo con los demás.

Es un intercambio de amor y de misericordia, es un aprender a gozarnos de verdad en todo lo que es el amor de Dios, es disfrutar cuando amamos a los demás y nos mostramos comprensivos y compasivos, porque sabemos lo que son nuestras debilidades, pero porque hemos disfrutado cuando Dios nos ha perdonado.

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