Jesús
tiene sed y nos pide agua para que sintamos que estamos sedientos y solo El
puede darnos el agua que calma para siempre nuestra sed
Éxodo 17, 3-7; Sal 94; Romanos 5, 1-2. 5-8;
Juan 4, 5-42
Qué incómodos
y molestos nos ponemos cuando estamos sedientos y cansados; se nos hace duro el
camino y buscamos la sombra para el descanso y una posible fuente de agua
fresca para calmar nuestra sed; mientras andamos desasosegados, ansiosos, nos
parece imposible alcanzar el camino y aparecen los nubarrones en el espíritu
que nos hacen preguntarnos por el sentido de aquel camino que estamos haciendo,
las dudas de si seremos capaces de poder llegar hasta la meta, nos volvemos
ásperos y hasta violentos con los que están a nuestro lado como si la secura física
nos hubiera contagiado el espíritu.
Pero hay
momentos de cansancio que nos hace sentir y preguntarnos de qué realmente
estamos sedientos, porque qué es lo que nos falta o nos sobra en la vida; nos
pueden sobrar pesos muertos que más aumentan el cansancio, nos pueden sobrar
apegos que nos hicieron olvidar cuál es el agua que realmente teníamos que
haber buscado, o nos puede sobrar un materialismo de la vida donde más nos
preocupamos de cosas que de aliviar el espíritu. Eso nos hará entonces
descubrir qué nos falta, qué es lo que realmente tenemos que descubrir que sea
verdadera luz y fuerza para ese camino. Tan aturdidos andamos muchas veces que
no sabemos qué es lo que queremos o lo que buscamos. Pero vamos de camino y a
alguna meta tendremos que llegar.
Contemplamos
una vez más en el evangelio que Jesús va de camino aunque esta ocasión le
veremos hacer una parada que a nosotros también nos puede hacer descubrir
muchas cosas. Va atravesando Samaría, aunque no es el camino habitual que hacen
los galileos para venir o volver de Jerusalén. No va Jesús en las comodidades
con que hacemos nosotros nuestros viajes y va cansado por el camino y se
detiene junto a pozo en búsqueda de agua para calmar la sed. Así lo va a pedir
a una mujer samaritana que viene a sacar agua al pozo. ‘Dame de beber’.
Un día
gritará Jesús en lo alto del calvario y desde lo alto de la cruz, ‘tengo sed’.
Le ofrecerán entonces algo que pudiera calmar aquellas securas de los
estertores de la muerte, pero parece que la samaritana se resiste a dar de
beber a quien ahora le pide. Una mujer que viene también por agua, un agua que
tendrá que buscar y sacar de un pozo que es hondo aunque ella se cree con todos
los medios necesarios para ello. Pero al final se descubrirá la verdadera sed
de aquella mujer. Porque la sed de Jesús que pide de beber a aquella mujer
junto al pozo servirá para despertar o para descubrir otra sed más honda y más
importante que llevamos en el alma.
Ya conocemos
todo el desarrollo del evangelio y cómo va a ir apareciendo la sed de aquella
mujer, la situación que vive aquella mujer como aquel pueblo de samaritanos y
cómo será la mujer la que le pedirá a Jesús que le de del agua que ahora es El
quien está ofreciendo. Allí se ha desarrollado todo un proceso en el espíritu
de aquella mujer. No sabe realmente con quien está hablando aunque está
intuyendo muchas cosas, pero siempre los encuentro con Jesús son
transformadores.
Por eso hoy
nosotros dejemos que Jesús se meta con nosotros y a nosotros nos pida agua
también. ¿Qué le vamos a ofrecer? ¿Aparecerán todas nuestras capacidades
técnicas o todas esas cosas que creemos que nos sabemos hasta de memoria para
dar respuesta a la petición de Jesús? Más
bien vamos a tener que dejar que se despierte esa sed que llevamos dentro, esos
ardores o esa aridez que algunas veces sentimos en nuestro espíritu, esos vacíos
interiores o esos interrogantes que se nos puedan plantear desde la situación
del mundo en el que vivimos.
Nos tenemos
que sentir provocados por Jesús. No tengamos miedo de abrir nuestro corazón
para que aparezcan esas sombras y esas heridas que todos llevamos dentro, esa
sed que sentimos y que queremos aplacar por nosotros mismos con tantos
sucedáneos, esas ataduras por las que nos sentimos cogidos y de las que no
tenemos la valentía de liberarnos, esos sueños que nos hacen caminar como en
una nube pero que no son los sueños que nos elevan o que nos hagan buscar metas
más superiores para nuestra vida, esas rutinas que seguimos manteniendo en
nuestra manera de relación con Dios que no nos hacen disfrutar del amor del
verdadero Padre del cielo.
Los
encuentros con Jesús cuando son de verdad serán siempre transformadores. Es lo
que tiene que ser para nosotros este tercer domingo del camino cuaresmal que
estamos haciendo. Tiene que haber pascua en nosotros. Es el paso de Dios por
nuestra vida. Tenemos que sentirlo con la presencia de Jesús. Pidámosle sin ningún
recelo ni desconfianza que nos dé siempre de esa agua que El nos ofrece y nos
quiere dar. Es el agua viva que cuando la bebamos, ya no volveremos a tener de
otras aguas, porque solo queremos la de Jesús que nos llena de vida eterna.
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