El
mandamiento del Señor tiene todo su sentido y sigue teniendo entonces todo su
valor porque siempre nos llevará por caminos de justicia, de amor y de paz
Deuteronomio 4, 1. 5-9; Sal 147; Mateo 5,
17-19
Tenemos una
fácil tendencia, no sé si nacida de nuestros orgullos y autosuficiencias, de
que nos creemos que nosotros podemos hacer siempre las cosas mejor que los
demás; parece que nunca fuera válido lo que otros hacen, lo que está
establecido con la autoridad de los siglos o de la experiencia, y como tengamos
oportunidad echamos abajo lo que otros han edificado, porque para nuestro
entender, no vale y nosotros somos capaces de hacerlo mejor.
Es resultado
muchas veces también de unas ideologías, que aun hablando mucho de democracia,
se convierten en absolutismos, porque todo hay que hacerlo desde aquella
ideología y de lo contrario no valdría para nada lo hecho anteriormente. Son
los cambios constantes que vemos en la sociedad según sea el dirigente de
turno, digámoslo así, y la destrucción que realmente poco nos hace avanzar, si
negamos siempre la fortaleza de lo que siempre nos ha servido de cimiento. No
es conservadurismo a ultranza, es sensatez y valentía para descubrir también lo
bueno que han hecho otros. ¿Aprenderemos alguna vez?
Pero esto no
es nuevo, es algo que ha estado en la aspiración de muchos a través de todos
los tiempos; origen de revoluciones, de cambios y transformaciones, y que ha
sido realmente el camino que a lo lago de los siglos hemos repetido una y otra
vez, porque al final todos estamos repitiendo esas mismas cosas de no respetar
ni valorar lo que los contrarios hacen o han hecho.
¿Qué estaba
sucediendo en el entorno de Jesús? En su predicación veían algo nuevo, se
despertaban muchas esperanzas también para una situación social que vivían con
dureza en aquellos tiempos. Fácilmente el mensaje de Jesús podía tergiversarse
también, por eso la idea que tenían de lo que había de ser y de hacer el
Mesías. Es cierto que Jesús estaba pidiendo un cambio, pero que no era un
cambio externo, sino que tenía que partir del corazón. La palabra conversión
que Jesús proclamaba no era una revolución en que todo cambiase. Para algunos
quizás incluso la ley Mosaica que era el fundamento del pueblo judío en todos
los aspectos, podía parecer anticuada, mientras otros la recargaban con normas
y preceptos que quizás podían hacerle perder su sentido más profundo. En las
palabras de Jesús aventuraban un cambio.
Plantea, es
cierto, un nuevo estilo y sentido de vida, una nueva forma de entender la
relación con Dios pero también la relación con los demás. ¿Eso podría
significar que habría que cambiar la ley de Moisés? Jesús tajantemente en el
sermón del monte, donde precisamente nos está ofreciendo esa nueva visión, nos
dice que El no ha venido a abolir la ley ni los profetas, El ha venido para
llevarlo todo a la plenitud; y les habla de la importancia también de lo que
nos parece pequeño, pero que será lo que en verdad nos hará grandes en el
Reino de los cielos.
¿Podrían
llevar a confusión estas palabras de Jesús? ¿Podrían llevarnos a confusión
también a nosotros, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, tan dados como
somos a cambios así porque sí de las cosas? Jesús nos habla de plenitud, Jesús
nos habla de encontrar el hondo sentido que tiene que tener todo; nos lo da la
nueva visión que nos da de Dios, pero nos lo da también la visión que nos está
dando de la persona, de toda persona, que siempre tiene que ser la importante y
donde el respeto y el amor tiene que estar por encima de todo.
No es cumplir
la ley como quien tiene un yugo atado sobre si y no le queda más remedio que
caminar por donde le llevan; tiene que ser algo nuevo y distinto, es comprender
el lugar que tiene que ocupar Dios en la vida de la persona, de toda persona,
para comprender también el lugar del hombre, el lugar de la persona, de toda
persona en mi vida. es mirarlo de otra manera, es descubrir su dignidad y su
grandeza, es la valoración que hacemos siempre del otro, es el respeto que le
tenemos, es la mano tendida para caminar juntos, es el sentir esos nuevos lazos
de amor que nos acercan los unos a los otros y nos mantienen en una nueva
comunión.
Y desde ahí
nos daremos cuenta que el mandamiento del Señor tiene todo su sentido y sigue
teniendo entonces todo su valor. En nombre de ese mandamiento del Señor nunca
podremos humillar a nadie, nunca podremos cerrar nuestro corazón a su
necesidad, nunca crearemos fosos y abismos que nos distancien, siempre
estaremos tendiendo lazos y puentes que nos acerquen, siempre estaremos busco
lo bueno, el bien, la verdad que nos llevará por caminos de justicia y de paz.
Y todo eso no
tiene que estar cambiando a cada nuevo viento que nos llegue, todo eso va a ser
el carril por donde siempre haré circular mi vida. Todo eso hará que en verdad
estemos construyendo un mundo mejor. Es el Reino de Dios que Jesús nos anuncia
y que viene a realizar.
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