Cuando nos dejamos envolver por la misericordia, ni juzgamos
ni condenamos, siempre estaremos dispuestos a la generosidad del perdón,
siempre estaremos regalando amor
Daniel 9, 4b-10; Sal 78; Lucas 6, 36-38
Si en un
aspecto negativo solemos decir que quien siembra vientos recoge tempestades,
dándole la vuelta podríamos pensar que quien siembra buena semilla tendrá
derecho a recoger buena cosecha de frutos buenos. Por eso son importantes las
actitudes que llevamos en el corazón en nuestra relación con los demás y los
buenos gestos que hemos de saber prodigarnos los unos a los otros. Y es que el
bien se contagia y no es una enfermedad, sino todo lo contrario; y ese sembrar
siempre el bien, la buena semilla, es en lo que hemos de estar bien atentos en
la vida.
Ya sé que me
van a decir que una manzana podrida pudre todo el cesto, pero hemos de saber
quitarla a tiempo, a tiempo hemos de saber curar esa herida que muchos podemos
llevar en el corazón antes de que se encone y nos vaya a producir mayor
enfermedad. Claro que todos tenemos ese peligro; ya sabemos que hasta en los
mejores hospitales, algunas veces se producen contagios e infecciones, pero ahí
esta nuestra tarea como seguidores de Jesús, que tenemos la misión de curar.
¿No envió Jesús a sus discípulos a curar a los enfermos y para eso los llenó de
autoridad?
Reducimos
excesivamente esa curación a las enfermedades del cuerpo, pero hay heridas que
llevamos en el alma que no sabemos curar, que muchos en ocasiones tampoco
quieren curar, prefieren el sufrimiento que llevan en su corazón con sus
resentimientos y deseos de venganza, que verse liberados de ese mal y poner
tener paz en el corazón. Es una tarea que tenemos que realizar; costosa muchas
veces, porque nos enconamos fácilmente en el mal, pero tarea importante que
tenemos que realizar para cumplir con la misión de Jesús. Devolver la paz a los
corazones.
¿Cómo podemos
hacerlo? Tenemos que convertirnos en signos de misericordia y de
reconciliación; porque lo vivamos en nosotros mismos; porque reconozcamos con
valentía y sinceridad la misericordia que el Señor ha tenido y tiene
continuamente con nosotros que siempre nos está ofreciendo su perdón; porque
con la paz de nuestro espíritu, con ese serenidad que nace de un corazón lleno
de amor así nos acerquemos a los demás, allí donde están esas almas dolientes,
allí donde están tantos con esas heridas y les mostremos cómo podemos curar
esas heridas, como nosotros hemos sido sanados, cómo nosotros un día quizá
estuvimos también con esas heridas que tanto daño nos hacían primero que nada a
nosotros mismos, y nos dejamos curar, y hemos encontrado la paz; porque vayamos
derramando la paz y la compasión, la misericordia y el amor en nuestro
encuentro con los demás. Ángeles de misericordia tenemos que ser.
Es lo que nos
está diciendo hoy Jesús en el evangelio. Que miremos lo que es la misericordia
de Dios y así nos mostremos nosotros con misericordia para con los demás. Y
nuestra misericordia los curará, nuestros gestos de amor regenerarán esos
corazones para que ellos también se dejen transformar por el amor.
‘Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis
juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados;
dad, y se os dará…’ nos dice Jesús. Cuando nos dejamos envolver por la
misericordia, ni juzgamos ni condenamos, siempre estaremos dispuestos a la
generosidad del perdón, siempre estaremos regalando amor.
Pero nos
dice algo más Jesús, con esa medida de amor nosotros seremos pagados. ‘Os
verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida
con que midiereis se os medirá a vosotros’. ¿Queremos mejores regalos?
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