Iluminados
por la luz de la Transfiguración, anticipo de la luz de la Pascua, tenemos una
misión de plenitud de vida que llevar a los caminos de este mundo
Génesis 12, 1-4ª; Sal 32; 2Timoteo 1, 8b-10;
Mateo 17, 1-9
Estamos en
camino como lo es la vida misma. Una imagen figurativa que solemos emplear pero
que nos dice mucho de lo que somos, de lo que hacemos, de subidas y bajadas, de
sentirnos elevados para tener otras visiones y perspectivas como de sentirnos
hundidos en ocasiones arrastrándonos si fuerza por el sendero, de momentos
felices de plenitud pero momentos también oscuros, de momentos en que nos
llenamos de ilusión y esperanza y momentos de luchas, de esfuerzos de superación,
de dudas y de miedos, de saber escuchar y de saber mirar lo que recibimos o lo
que se nos ofrece a nuestra contemplación, de aprender cada día la lección así
como de la experiencia de lo pasado y vivido. Es muy variado el camino que
hacemos siempre con la esperanza de llegar a una meta con un final feliz. No
siempre es fácil pero queremos seguir haciéndolo.
Camino hemos
emprendido cuando el miércoles de ceniza hemos iniciado la cuaresma. Un camino
muy concreto que es expresión intensa de todo lo que es el camino de nuestra
fe, pero que ahora hacemos como preparación para la celebración de la Pascua. Y
ponernos en camino es ponernos a la escucha, haciendo silencio en nuestro
interior – ya se nos hablaba de desierto en el primer domingo de Cuaresma –
pero abriéndonos al misterio de Dios que nos eleva. Como Abrahán que se puso en
camino a lo que Dios le pedía señal de esa necesaria disponibilidad en nuestra
vida.
Por eso hoy
se nos habla de unos de esos momentos del camino que es el subir a la montaña. Un
camino de subida que nos exige esfuerzo, que nos exige levantarnos de las rutinas
diarias de nuestro caminar, que nos va a elevar para tener nuevas perspectivas,
para descubrir nuevos horizontes, como siempre desde lo alto de la montaña
podremos vislumbrar; si no hacemos la subida no podremos descubrir lo que allí
en lo alto se nos va a revelar.
Es lo que
allí sucede y nos revela el evangelio de este segundo domingo de cuaresma.
Jesús subió a la montaña para orar, como tantas veces hacia cuando se iba a
lugares apartados. ‘Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y
subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su
rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la
luz’.
Necesitamos también nosotros subir a la montaña para orar, necesitamos ir con
Jesús porque en ese camino que tenemos que seguir haciendo necesitamos que se
mantengan en la retina de nuestra alma los resplandores de la Transfiguración
del Señor.
Aquel
Jesús, profeta de Galilea que sube a la montaña para orar, va a sentir la
gloria de Dios sobre reafirmando con la voz de Dios la validez de la misión que
ha de realizar en su subida a Jerusalén. Moisés y Elías, la voz profética del
Antiguo Testamento aparecerán junto a Jesús mientras hablaban de la pasión que
había de padecer, pero la voz del Padre desde el cielo lo iba a señalar como el
Hijo amado de Dios a quien tenemos que escuchar.
En aquel
duro camino que los discípulos estaban haciendo, en camino de subida a
Jerusalén ya Jesús les había anunciado cuando había de pasarle al Hijo del
Hombre que iba a ser entregado en manos de los gentiles, aquel momento de luz
que ahora en lo alto del monte estaban viviendo les hacia sentir una paz nueva,
de manera que ya no quisieran tener que bajar de nuevo de la montaña. ‘Haremos
tres tiendas…’ comienzan a decir pero se ven interrumpidos por la voz del
cielo.
Cuando
salen de sí de aquel momento de estupor que les había envuelto con la nube se
encontrarán a Jesús solo que con ellos se pone en camino para bajar de la
montaña. El camino habían de seguir, ahora con una nueva luz en los ojos de su
alma para poder entender todo el misterio que se les estaba revelando. Habían
de seguir por la llanura, allí donde estaba la vida, allí donde se encontrarían
de nuevo con dificultades, allí donde tendrían que seguir atentos para seguir
escuchando aquella voz que les seguiría hablando en el corazón, como tantas
veces nosotros necesitamos en esa llanura de la vida que tenemos que seguir
recorriendo.
Es nuestro camino, el camino de nuestra vida con todas sus circunstancias concretas, el camino de nuestra fe que emprendimos desde nuestro bautismo, el camino cuaresmal que ahora estamos haciendo para renovar ese camino de nuestra fe, para darle plenitud y verdadero sentido al camino de nuestra vida. Seguimos en este mundo con sus luces y con sus sombras, este camino de nuestro mundo hoy que a veces se nos hace difícil porque nos aparecen muchos momentos de dolor en nosotros y en los demás, este camino en el que tenemos que poner luces de esperanza nosotros que ya hemos sido iluminados por la luz de la Transfiguración que es anticipo de la luz de la Pascua.
Tenemos
una misión que realidad, tenemos una plenitud que darle a la vida. Y lo hacemos
escuchando a Jesús, el Hijo amado del Padre, y lo haremos siguiendo los pasos
de Jesús aunque sabemos que tenemos que pasar por la Pascua, con lo que tiene
de pasión y de muerte, pero con la vida de resurrección con que nos vamos a
encontrar.
Tenemos qué seguir el el caminó dé la vida , Jesús nos dise qué el caminó a recorrer no es fácil pero tenemos que seguir buscando un caminó de paz . Seguro que con el lo encontraremos
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