No
nos quedemos en lo malo que pudimos hacer y no hicimos, sino seamos capaces de
darnos cuenta de lo bueno que pudimos hacer pero que tampoco hicimos
Jeremías 17, 5-10; Sal 1; Lucas 16, 19-31
La tierra no
se cultiva para sí misma, sino para tener las condiciones optimas para que nos
produzca los mejores frutos. Así podríamos decir la vida del hombre, la vida de
toda persona, quien solo piensa en si mismo, porque todo lo que hace es solo
para si sin mirar en su entorno, terminará siendo una tierra inhóspita e
inhabitable; pasará de poder ser un hermoso jardín florido donde recrearse, o
un huerto que nos produzca los mejores frutos a poco menos que un desierto árido
y reseco junto al cual nadie con pleno sentido de la vida querrá habitar.
Es la imagen
que se me ocurre pensar tras la escucha de la parábola que hoy nos ofrece Jesús
en el evangelio. Un hombre que solo era para sí, para su placer y para su
disfrute. Se nos habla de un hombre rico y opulento que solo pensaba vivir
entre placeres y banquetes cada día, disfrutando solo para si. Tan cerrado en
si mismo que no se da cuenta ni de quien tiene a su puerta.
Un hombre que
solo por pensar en si mismo pierde hasta el temor del Señor, ha prescindido de
Dios en su vida, porque ha querido convertirse en dios de si mismo; su corazón
se ha resecado de tal manera que no tiene sensibilidad para lo que pasa a su
lado. Allí hay un pobre hombre que nada tiene ni para comer, y que solo es
consolado por los perros que le lamen sus llagas.
Ya conocemos
todo el desarrollo de la parábola porque muchas veces la hemos meditado. Pero
pienso que en este momento es necesario detenernos en la postura y en la manera
de vivir de este hombre que solo vive para sí. Hasta la presencia de Dios la ha
anulado de su vida, ha prescindido de todo porque solo piensa en su disfrute
personal. No nos habla la parábola de que sea un mal hombre que realice actos
nefandos, solo se refiere a que no hacía nada, porque había perdido toda
sensibilidad en su corazón.
Yo no mato ni
robo, dicen algunos y ya piensan que con solo eso son buenos, lo tienen todo
bien hecho. Pero la tierra es para algo más que para tenerla vacía de algo que
nos pueda producir buenos frutos aunque nos parezca bonita así como está. Pero
es una tierra árida y estéril. así es la vida de quien no es capaz de dar ese
paso más allá, de no quedarnos simplemente en lo malo que pudimos hacer y no
hicimos, sino que tenemos que ser capaces de darnos cuenta de lo bueno que
pudimos hacer pero que tampoco hicimos. ¿Dónde están los frutos de nuestra
vida?
No basta
decir yo soy bueno si solo piensas en ti mismo. Claro que pensando solo en ti
mismo querrás disfrutar, querrá pasarlo bien, querrás aprovecharte de eso que
dices que tienes para llenar tu vida de bienestar y de placeres. Pero ¿no has pensado
que eso que tienes no es solo para ti sino que es la riqueza de este mundo que
cuando Dios realizó la creación puso en las manos del hombre para que
continuara con esa hermosa tarea de seguir haciendo la obra de la creación? Lo
que tienes no es solo para ti, la tierra no se cultiva para si mismo sino para
ofrecer sus frutos a los demás.
Algunas veces
solemos decir que pensamos bien pero tarde. Nos damos cuenta tarde quizá del
efecto de lo que hacemos con la vida. Como aquel rico epulón que cuando murió y
estaba en el abismo pensó que su vida tenía que haber sido distinta pero que
ahora no tenía remedio y ahora quería que sus hermanos con apariciones
milagrosas recapacitaran para cambiar. ‘Tienen la ley y los profetas’,
le dice la voz profética.
Tenemos la
Palabra de Dios junto a nosotros que de mil maneras puede llegar a nuestra
vida. Tenemos que escucharla, tenemos que escuchar a Jesús para que no nos
convirtamos en tierra inhóspita y estéril sino que demos los verdaderos frutos,
que también puedan llenar de vida a los demás. Es la llamada que en este camino
cuaresmal escuchamos. Que así también nuestra vida sea bella para los demás,
por nuestra sensibilidad y todo lo que somos capaces de compartir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario