Un
papel que tenemos que desempeñar en nuestra sociedad, no dueños sino
administradores de unos dones que por inacción no podemos perder
Génesis 37, 3-4. 12-13a. 17b-28; Sal 104;
Mateo 21, 33-43, 45-46
Muchas veces
nos sucede que no terminamos de comprender cuál es nuestro lugar en la vida,
cuál es la función en verdad que hemos de desempeñar con esa vida que tenemos
en nuestras manos, y decir esa vida es decir los bienes de este mundo, pero la
misma sociedad en la que vivimos y a la que tenemos que servir.
Nos creemos
dueños absolutos y queremos hacer de todo según lo que nos parezca o nos
convenga, queremos un desarrollo de la sociedad, por ejemplo, cuando en
nuestras manos está el ordenamiento de esa sociedad, solo según mis ideas o mi
pensamiento y no somos capaces de llegar a un entendimiento con el resto de la
sociedad que también se siente responsable de la misma porque en ella vive. Así
nos encontramos normas y leyes excesivamente partidistas, cuando se realizan
desde una ideología predeterminada o cuando se buscan particulares intereses.
¿Habremos
descubierto en verdad que somos administradores y que también tendremos que
rendir cuentas de la rectitud con que hemos usado de esas posibilidades que teníamos
entre manos? Son cosas que tenemos que tomarnos muy en serio, que nos tienen
que hacer reflexionar, que nos tienen que llevar a encuentros y no a
dispersión.
¿De qué nos
habla hoy Jesús en el evangelio? Conocida es la parábola. El hombre que preparó
una viña, con sus lagares y todos los servicios necesarios para hacerla
producir y la confió a unos viñadores. En la época de recoger los frutos envió
a sus operarios para recibir las rentas y beneficios de aquella viña que había
puesto a producir, pero los viñadores se creyeron amos y se negaron a entregar
los frutos y rendimientos; incluso mandó a su propio hijo, que fue echado de la
viña y al que también dieron muerte como habían hecho con los otros enviados
del amo.
Es la
historia de lo que hacemos; fue un reflejo en su momento de la historia del
pueblo de Israel y un toque de atención a los que en aquellos momentos eran
dirigentes del pueblo. Se creían también dueños y que podían hacer de la viña
del Señor lo que ellos quisieran. Así se sintieron aludidos los sumos
sacerdotes y los dirigentes de la sociedad judía de entonces que ya tramaban
también quitar de en medio a Jesús, dando cumplimiento a lo que de una manera
también profética se anunciaba en la parábola.
Nosotros
tenemos que leerla hoy también haciendo aplicación a nuestra vida. ¿Qué hacemos
de los dones que nos ha regalado el Señor? ¿También nos creemos dueños
absolutos? Pensemos en la respuesta que damos, pensemos en como nos dejamos
conducir por la palabra de Dios, pensemos en lo que hacemos de la misma Palabra
del Señor que cada día tenemos la oportunidad de escuchar. ¿Cuál es la
respuesta que damos con nuestra vida?
Pero la
parábola también nos hace mirar a nuestra sociedad. Puede ser también un grito
profético para los dirigentes de nuestra sociedad de hoy si supieran y
quisieran escuchar. Pero es también un grito profético para nuestra vida, la de
cada uno de nosotros, que tenemos que descubrir cuál es nuestro lugar y nuestra
función en la sociedad. No es en muchas ocasiones en los cristianos que nos
sintamos dueños, pero su puede ser la inacción con que vivimos, el poco
compromiso que sentimos por esa sociedad que está en nuestras manos, las pocas
iniciativas que somos capaces de tener para poner por obra todo eso bueno que
podemos y tenemos que hacer por nuestro mundo.
¿Dónde
andamos los cristianos en la construcción de nuestra sociedad? ¿No nos
estaremos quedando en la retaguardia, pero sobre todo por nuestra inacción y
nuestra falta de compromiso, por miedo a asumir el papel tan importante que
tendríamos que tener en la construcción de nuestro mundo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario