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lunes, 27 de febrero de 2023

No son los protocolos los que hacen la dignidad de la persona, sino el grado de humanidad con que tratamos al otro lo que eleva la dignidad de todo ser humano

 


No son los protocolos los que hacen la dignidad de la persona, sino el grado de humanidad con que tratamos al otro lo que eleva la dignidad de todo ser humano

Levítico 19, 1-2. 11-18; Sal 18; Mateo 25, 31-46

Cuando Dios nos creó, como nos enseña la Biblia desde la primera página, nos dotó de la más gran dignidad y nos hizo para el amor; será en ese amor donde alcanzaremos la más alta cota de nuestra dignidad. Un poco de calor humano en nuestras relaciones nos hace más grandes y más felices que todas las leyes y normas que podamos establecer para proclamar la dignidad de la persona.

Es necesario el respeto, ciertamente, pero podemos manifestar nuestro respeto desde la frialdad del corazón. Podemos tener todos los protocolos que queramos imaginar para que tratemos dignamente a las personas, pero si en nuestro trato falta ese calor humano que solo puede nacer puro cuando nace desde el amor, lo que obtendremos en nuestra relacion entre los unos y los otros será frialdad; qué mal nos sentimos cuando simplemente nos dicen todo lo que tenemos que hacer para beneficiarnos de unos derechos, si quien nos lo está manifestando en sus gestos, en la forma de hablarnos, en su mirada, en su cercanía y su escucha no pone ese calor humano para poder uno sentirse acogido y amado.

Es el amor el que nos engrandece, el que nos hace sentirnos personas de verdad cuando lo recibimos y cuando lo ofrecemos. Es el amor que me valora y me dignifica, es el amor que me hace levantarme cuando estoy hundido, es el amor el que me hace descubrir ese rayo de esperanza para caminar cuando todo me parece turbio porque estoy envuelto en mil problemas, es el amor el que despierta en mí la alegría de la vida.

Por eso son tan importantes los gestos de humanidad que vamos regalando mientras hacemos el camino. No son grandes cosas, pero ese vaso de agua que se me ofrece para calmar mi sed, ese sitio que se me ofrece cuando los que están sentados se acomodan aun en su estrechez para que yo también pueda sentarme, esa sonrisa que llega a mi como una brisa fresca cuando voy acalorado en el camino buscando mil soluciones para mis problemas, ese cederme el paso en el lugar estrecho para evitar que vaya por donde se pueda poner en peligro mi vida, esa mirada que sin palabras me enseña a confiar en mi mismo y en mi capacidad para salir de aquel mal momento… son pequeños gestos de humanidad que me hacen sentirme querido y valorado y que me harán caminar con mayor esperanza e ilusión. Son los que también hemos de saber regalar en cada paso a los demás.

Nos decía Dios desde el texto del Antiguo Testamento las cosas que habíamos de evitar, y simplemente nos daba una razón, porque ‘yo, el Señor tu Dios, soy santo’. Y nos enseñaba como tenemos que amar como nos amamos a nosotros mismos, y lo que no queramos para nosotros, no lo podemos querer nunca para nadie.

Pero Jesús en el evangelio nos levanta el listón un punto más, porque ya nos dice que tenemos que amar como El nos ha amado. Y para que seamos capaces de hacerlo nos dice que cuando hicimos una de esas pequeñas cosas a los demás, a El se lo estábamos haciendo. Desde entonces en el otro no solo he de ver a una persona repleta de dignidad y que con dignidad hemos de tratar, sino que en el otro estaremos siempre viendo a Jesús a quien no podremos amar si no amamos de verdad al hermano.

Nos habla Jesús hoy en el evangelio de que nos va a preguntar cuando nos presentemos a El en el examen final de nuestra vida. Y de lo único que nos va a examinar es de amor. En esa alegoría del juicio final nos va señalando esas actitudes de amor que hemos de tener con los demás que van a manifestar la autentica cordialidad de nuestro corazón. En nuestra reflexión nos hemos detenido en algunos gestos de humanidad que en el día a día podemos tener para los que están a nuestro lado. El amor es creativo, porque cada uno va a encontrar sus gestos, esos gestos que tiene que tener con las personas concretas con las que convive, con las que trabaja, con las que hace su vida, con las que se va a cruzar por la calle. Es ahí donde tenemos que derretirnos de amor.

Es lo que ahora en este camino cuaresmal que casi estamos empezando a hacer tenemos que revisar, tenemos que plantearnos, tenemos que poner por obra. Es el auténtico ayuno y la auténtica penitencia que tenemos que hacer; es la verdadera oración en la que vamos a encontrarnos con el Señor. Piensa, por ejemplo, que cuando te detienes en el camino a escuchar a aquella persona que una y mil veces quizás te va a contar lo mismo, es como si estuvieras orando con el Señor.

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