No
son los protocolos los que hacen la dignidad de la persona, sino el grado de
humanidad con que tratamos al otro lo que eleva la dignidad de todo ser humano
Levítico 19, 1-2. 11-18; Sal 18; Mateo 25,
31-46
Cuando Dios
nos creó, como nos enseña la Biblia desde la primera página, nos dotó de la más
gran dignidad y nos hizo para el amor; será en ese amor donde alcanzaremos la
más alta cota de nuestra dignidad. Un poco de calor humano en nuestras
relaciones nos hace más grandes y más felices que todas las leyes y normas que
podamos establecer para proclamar la dignidad de la persona.
Es necesario
el respeto, ciertamente, pero podemos manifestar nuestro respeto desde la
frialdad del corazón. Podemos tener todos los protocolos que queramos imaginar
para que tratemos dignamente a las personas, pero si en nuestro trato falta ese
calor humano que solo puede nacer puro cuando nace desde el amor, lo que
obtendremos en nuestra relacion entre los unos y los otros será frialdad; qué
mal nos sentimos cuando simplemente nos dicen todo lo que tenemos que hacer
para beneficiarnos de unos derechos, si quien nos lo está manifestando en sus
gestos, en la forma de hablarnos, en su mirada, en su cercanía y su escucha no
pone ese calor humano para poder uno sentirse acogido y amado.
Es el amor el
que nos engrandece, el que nos hace sentirnos personas de verdad cuando lo
recibimos y cuando lo ofrecemos. Es el amor que me valora y me dignifica, es el
amor que me hace levantarme cuando estoy hundido, es el amor el que me hace
descubrir ese rayo de esperanza para caminar cuando todo me parece turbio
porque estoy envuelto en mil problemas, es el amor el que despierta en mí la
alegría de la vida.
Por eso son
tan importantes los gestos de humanidad que vamos regalando mientras hacemos el
camino. No son grandes cosas, pero ese vaso de agua que se me ofrece para
calmar mi sed, ese sitio que se me ofrece cuando los que están sentados se
acomodan aun en su estrechez para que yo también pueda sentarme, esa sonrisa
que llega a mi como una brisa fresca cuando voy acalorado en el camino buscando
mil soluciones para mis problemas, ese cederme el paso en el lugar estrecho
para evitar que vaya por donde se pueda poner en peligro mi vida, esa mirada
que sin palabras me enseña a confiar en mi mismo y en mi capacidad para salir
de aquel mal momento… son pequeños gestos de humanidad que me hacen sentirme
querido y valorado y que me harán caminar con mayor esperanza e ilusión. Son los
que también hemos de saber regalar en cada paso a los demás.
Nos decía
Dios desde el texto del Antiguo Testamento las cosas que habíamos de evitar, y
simplemente nos daba una razón, porque ‘yo, el Señor tu Dios, soy santo’.
Y nos enseñaba como tenemos que amar como nos amamos a nosotros mismos, y lo
que no queramos para nosotros, no lo podemos querer nunca para nadie.
Pero Jesús en
el evangelio nos levanta el listón un punto más, porque ya nos dice que tenemos
que amar como El nos ha amado. Y para que seamos capaces de hacerlo nos dice
que cuando hicimos una de esas pequeñas cosas a los demás, a El se lo estábamos
haciendo. Desde entonces en el otro no solo he de ver a una persona repleta de
dignidad y que con dignidad hemos de tratar, sino que en el otro estaremos
siempre viendo a Jesús a quien no podremos amar si no amamos de verdad al
hermano.
Nos habla
Jesús hoy en el evangelio de que nos va a preguntar cuando nos presentemos a El
en el examen final de nuestra vida. Y de lo único que nos va a examinar es de
amor. En esa alegoría del juicio final nos va señalando esas actitudes de amor
que hemos de tener con los demás que van a manifestar la autentica cordialidad
de nuestro corazón. En nuestra reflexión nos hemos detenido en algunos gestos
de humanidad que en el día a día podemos tener para los que están a nuestro
lado. El amor es creativo, porque cada uno va a encontrar sus gestos, esos
gestos que tiene que tener con las personas concretas con las que convive, con
las que trabaja, con las que hace su vida, con las que se va a cruzar por la
calle. Es ahí donde tenemos que derretirnos de amor.
Es lo que
ahora en este camino cuaresmal que casi estamos empezando a hacer tenemos que
revisar, tenemos que plantearnos, tenemos que poner por obra. Es el auténtico
ayuno y la auténtica penitencia que tenemos que hacer; es la verdadera oración
en la que vamos a encontrarnos con el Señor. Piensa, por ejemplo, que cuando te
detienes en el camino a escuchar a aquella persona que una y mil veces quizás
te va a contar lo mismo, es como si estuvieras orando con el Señor.
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