Necesitamos
desierto para descubrir lo más profundo, soledad para sentir la presencia de
Dios que nunca nos falla, silencio para poder caminar sumergidos solo en Dios
Génesis 2, 7-9; 3, 1-7; Sal 50; Romanos 5,
12-19; Mateo 4, 1-11
De entrada
reconocemos que no nos gustan los desiertos, como rehuimos lo que sea soledad,
y aunque pudiera parecernos lo contrario los silencios nos aturden. Desierto
implica vernos sin nada, o al menos, sin lo que consideramos más necesario para
una vida digna, es carencia y es vacío cuando tan acostumbrados a tanta
comodidad, entraña también soledad y también silencio.
¿Nos da
miedo? Nada hay, nada podemos escuchar, o quizá en ese susurro del viento, sin
que nada veamos, podemos comenzar a escuchar más cosas que quizás no queremos
escuchar; no nos podemos entretener con sonidos estrepitosos que en la vida
ordinaria nos buscamos para huir del silencio, porque solo es el leve susurro
de la brisa lo que comenzará quizás a hablar en el interior aunque nos parezcan
espejismos.
Pues hoy el Espíritu
nos quiere llevar a nosotros también al desierto. Eso significa este comienzo
de la Cuaresma y esa es la primera llamada que sentimos desde el evangelio.
Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto. En la vida hay ocasiones en
que nos parece estar también en un desierto. ¿No nos habremos visto en alguna
ocasión envueltos en nuestras dudas o atormentados interiormente por nuestros
problemas sintiendo también ese vacío y esa soledad? ¿Cómo lo hemos afrontado?
Algunos tan
desestabilizados se encuentran que les parece volverse locos. Son las preguntas
que surgen en el interior, son los interrogantes sobre el futuro con tantas
inseguridades que como fantasmas nos persiguen, son las miradas angustiosas y
quizás apesadumbradas hacia el pasado, son los momentos en que nos parece
encontrarnos solos, porque aunque haya mucha gente alrededor, parece que todos
están lejos, nadie sabe lo que nos pasa por dentro y con nadie queremos
compartirlo, o nos sentimos incomprendidos y cuando no ignorados; algunos lo
llaman depresión, crisis, momentos de nuevos planteamientos, momentos de
desierto, momentos también de los que podemos salir más fortalecidos.
Desiertos que
nos impone la vida, que surgen de situaciones o circunstancias que hayamos
vivido, pero también, ¿por qué no? desiertos que hemos de saber buscar y
aprender a navegar por él. Nos está invitando el Espíritu en este comienzo de
cuaresma que vayamos al desierto, que nos metamos en nuestro interior, que
buceemos dentro de nosotros mismos, que sepamos hacer silencio para escuchar,
para clarificar la mirada y aprender a tener una mirada nueva, a sentir que
aunque nos parezca que vayamos a la soledad, en la soledad no vamos a estar
porque con nosotros está el Espíritu del Señor que nos guía y que nos alienta.
Nos
preguntamos por nosotros mismos, como revisamos el sentido de vida por el que
caminamos; nos preguntamos por la presencia de Dios y tenemos que descubrir el
verdadero lugar que ha de ocupar en nuestra vida. Hoy el evangelio al
relatarnos que Jesús fue conducido al desierto y allí lo vivió en la austeridad
y en el ayuno nos habla de las tentaciones de Jesús en aquel momento en que iba
a comenzar lo que llamamos su vida pública. Era el comienzo de su misión, para
la que había sido enviado por el Padre como El sentía fuertemente en su
interior.
Cuando
estamos en el momento previo al inicio de una misión que nos han confiado, o de
una tarea por la que hemos optado en la vida, es normal que nos surjan muchos
cuestionamientos sobre la misma misión o sobre cómo hemos de desarrollarla. Es
el momento que está viviendo Jesús. Es el planteamiento de cual es su
identidad, podríamos decir.
Será lo fácil
del milagro que todo lo soluciona, será ese momento de esplendor que nos
envuelve quizás de vanidad y nos hace creer que es así el camino fácil del
triunfo, será el momento donde damos lo que sea para sentirnos con poder o con
influencia porque así es como podríamos pensar que conseguimos las metas que
anhelamos. Nos lo refleja muy bien el relato evangélico con esas tres
tentaciones con que quiere el diablo someter a Jesús. Como nos está reflejando
ese camino de soluciones fáciles que muchas veces nos buscamos en la vida para
conseguir nuestras metas o realizar nuestra misión.
¿Dónde
ponemos a Dios en toda esa problemática que se nos plantea? No podemos
manipular a Dios utilizándolo para nuestro servicio como tantas veces
pretendemos con la manera que tenemos de orar a Dios. ¿Qué se haga mi voluntad
o que se haga la voluntad de Dios? Para que no nos confundamos, como tantas
veces nos sucede, tenemos que aprender a escuchar a Dios, como tenemos que
sentir a Dios que camina a nuestro lado aunque a veces nos cueste descubrirlo
en cualquier situación o en cualquier momento de nuestra vida. No podemos
tentar al Señor nuestro Dios, sino que tenemos que saber adorar y escuchar a
Dios.
Necesitamos
desierto para aprenderlo, necesitamos soledad para descubrir la presencia de
Dios que nunca nos falla, necesitamos silencio para poder caminar sumergidos e
impregnados de verdad del Espíritu de Dios. Aprenderemos a valorarnos a
nosotros mismos, porque Dios confía en nosotros; aprenderemos a comprometernos
con la vida, porque así Dios la ha puesto en nuestras manos; pero aprenderemos
no a confiar solo en nuestra propia fuerza, sino a poner toda nuestra confianza
en Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario