Cuántas
cosas perdemos y no sabemos disfrutar porque vamos cegados por la ambición y la
pérdida de los verdaderos valores que nos llevarían a mirar de manera distinta
Efesios 2, 1-10; Sal 99; Lucas 12, 13-21
‘Maestro, dije a mi hermano que
reparta conmigo la herencia’, se
acercó uno a pedir la mediación de Jesús. ¡Qué problema el de las herencias!
Entonces y en todos los tiempos. Es el problema de la ambición, son los deseos
de decir esto es mío y nadie me lo quita, son los sueños de que por más cosas
que tengamos seremos más felices, son las cosas que vamos acumulando, fruto de
nuestros trabajos quizás, pero cosas que nos gusta tener y de las que no
queremos desprendernos, es la vanagloria de querer presentarnos llenos de
cosas, de joyas o de cosas de valor, porque nos parece que eso nos da grandeza,
eso nos da poder, eso va a causar la admiración y - ¿por qué no? – la envidia
de los demás.
No es el problema de la herencia, sino
de lo que llevamos en el corazón; y parece que muchas veces lo hemos llenado de
cosas y no de verdaderos valores; cuántas cosas acumulamos que ya no sabemos ni
qué hacer ni como tenerlo todo limpio y ordenado. No es el desorden de las
cosas que acumulamos en casa, sino es el desorden que hay en nuestro corazón
cuando no hemos hecho una verdadera escala de valores. ¿Qué es lo que
verdaderamente tiene importancia? Y allí donde tenemos nuestro tesoro, está
nuestro corazón, están nuestras ambiciones, están las guerras que continuamente
nos hacemos.
¿De que le valió a aquel hombre aquella
gran cosecha que le hizo agrandar sus bodegas y sus graneros? Ya pensaba que
todo lo tenía resuelto. Pero la vida no son las cosas que acumulemos. ¿Sabremos
en verdad vivir? Porque nos llenamos de muchas cosas y ni vivimos; no las
disfrutamos porque estamos recontándolas y recontándolas pero tenemos miedo que
se gasten y no nos sirven de provecho. Nos llenamos de cosas pero no de vida.
¿Dónde tiene que estar realmente
nuestro vivir? ¿Qué es vivir para nosotros? ¿Solamente trabajar y trabajar para
tener más y que nuestra cuenta del banco se engorde más y más? Trabajas para
tener cosas y no valoras, por ejemplo, la familia, tus hijos que buscan en ti
una palabra liberadora de luz, la esposa que te espera en casa preparándote lo
mejor, los amigos con quienes disfrutar de su amistad, la sonrisa de una
persona que pasa a tu lado, el buen gesto que en un momento tuvo alguien
contigo pero del que ni te diste cuenta tan afanado como estabas, esa palabra
‘gracias’ con la que alguien te obsequió pero que no escuchaste ni valoraste y
estas tan engreído pensando que todo te lo merecías que no fuiste capaz de
responder con una sonrisa, aquellos colores del sol poniente que no supiste
apreciar porque solo estaban pendiente de cómo prolongar la jornada para ganar
más y para tener más.
Cuántas cosas vamos perdiendo y que no
sabemos disfrutar. Nos falta vivir. Y seguimos preocupándonos por la herencia
que se quiere llevar mi hermano y no quiere compartir conmigo. De cuántas cosas
innecesarias nos preocupamos en la vida y no le damos verdadera importancia al
vivir. Que es algo más que poseer, que acumular, que darse buena vida de esa
manera que entiende la mayoría, y al final se sienten hastiados y vacíos porque
nada de todo aquello les satisface plenamente y dar verdadera felicidad al
corazón.
Cuántas cosas tenemos que pensar y
cuantas cosas tenemos que revisar para buscar los verdaderos valores, para que
comencemos a pensar menos en nosotros mismos y más en los otros, para que
llegamos a la satisfacción del compartir que te dará muchas más felicidad,
aunque tengas que desprenderte de algo, a ser feliz de verdad cuando hacemos
felices a los demás. No serán necesarias grandes cosas, grandes milagros, sino
los gestos sencillos del amor.
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