No
echemos agua para apagar el fuego del Espíritu, dejemos que prenda y arda, que
nos renueve totalmente nuestra vida, que nos desconcierte, señal de que es
buena noticia
Efesios 3, 14-21; Sal 32; Lucas 12, 49-53
Hay cosas que
nos sorprenden porque no las esperábamos; y no se trata ya de un suceso, de
algo extraordinario que sucede y que nos llama la atención, sino que más bien
la sorpresa en ocasiones la recibimos de personas que quizás están en nuestro
entorno, pero que no esperábamos de ellas una actuación así, esa manera de
hacer las cosas en que parece que ahora todo lo cambian y hasta puede dar la
impresión que pudiera ser contrario a lo que siempre ha sostenido, o al menos
eso nos parece a nosotros y de ahí nuestra sorpresa.
Pero se me
ocurre pensar ahora si acaso el evangelio de Jesús nos causa alguna sorpresa.
Quizás nos hemos acostumbrado a oírlo y hacerle siempre las mismas
interpretaciones y pudiera ser también que lo edulcoramos tanto que pierde el
sabor de ser una buena noticia. Una noticia nueva tendría que sorprendernos,
porque de lo contrario dejaría de ser noticia, si es algo que ya nos sabemos
desde siempre. Y se me ocurre pensar si acaso el evangelio ha dejado de ser
noticia para nosotros, porque nos decimos que nos lo sabemos.
La presencia
de Jesús, sus palabras y sus signos no dejaban de ser siempre una buena noticia
que recibía la gente de su tiempo que lo escuchaba. Y sorpresa y desconcierto
les causaba a algunas por esos nuevos gestos que realizaba Jesús, por esa
manera de estar en medio de las gentes y por el mensaje que les trasmitía. Bien
que se sentían desconcertados los fariseos y los principales dirigentes de
Israel por las actitudes de Jesús. Ya sabemos cómo lo criticaban porque andaba
entre publicanos y pecadores e igual dejaba que incluso las prostitutas se
acercaran a El e incluso tuviera la valentía de defenderlas, como fue el caso
de la mujer adultera. Si lo criticaban era porque se sentían desconcertados,
porque era algo nuevo que ellos no podían permitir.
Las palabras
y los gestos de Jesús podríamos decir que en cierto modo eran revolucionarias,
porque presentaba una nueva manera de ver el acercamiento entre las personas, y
cómo todos tenían un valor que siempre había que respetar y valorar. Era, sí,
un fuego que Jesús quería encender porque en verdad muchas cosas tendrían que
cambiar desde lo más hondo del corazón del hombre, pero que tendría que
reflejarse en las posturas, en las actitudes, en los gestos, en la manera de
relacionarnos los unos con los otros.
Es lo que nos está diciendo Jesús hoy
en el evangelio y que tantas veces suavizamos, haciéndole perder el sentido de
esa buena nueva, de esa buena noticia que tiene que ser el evangelio en nuestra
vida, que nos tiene que cambiar desde lo más hondo de nosotros mismos. No nos
andemos con componendas. De una vez por todas escuchemos a corazón abierto el
evangelio, las palabras de Jesús y dejémonos transformar por su Espíritu.
‘He venido a prender fuego a la
tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser
bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!’ No echemos agua para apagar ese fuego, dejemos que
prenda, que arda, que renueve nuestro mundo, que renueve totalmente nuestra
vida y nos desconcierte. Señal de que es en verdad buena noticia para nuestra
vida.
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