Tendríamos
que tener una mirada desde el Espíritu de Jesús de aquello que vivimos y nos
sucede, para tener esa mirada de Dios y nuestro discernimiento sea mucho más
sereno
Efesios 4, 1-6; Sal 23; Lucas 12, 54-59
La vida no la
resolvemos con recetas; aunque hoy estamos acostumbrados a que en la sociedad
tenemos establecidos unos protocolos de antemano que nos dicen lo que tenemos
que hacer en un momento o en otro, sin embargo en el discurrir de la vida de
cada día, donde tenemos que tomar unas decisiones en momentos determinados,
tenemos que hacer una elección entre una cosa y otra hemos de ser nosotros con
nuestro libre albedrío los que hemos de discernir que es lo que tenemos que
hacer. No es fácil, y muchas veces incluso podemos equivocarnos, y eso forma parte
de la vida misma, que nos va enseñando de lo mismo que vamos viviendo.
Muchas veces
cuesta ese discernimiento porque son muchas las influencias que recibimos, o
vemos lo fácil que a otros les resulta, pero llegar al momento de tener que
tomar una decisión es algo que se nos puede poner cuesta arriba, pero ahí
iremos mostrando nuestra madurez, esa sabiduría que hemos aprendido de la vida
misma o de cuanto antes hemos vivido, ahí aparece nuestra capacidad de
ponderación para descubrir lo mejor y lo más positivo y así llegar a actuar con
la mayor rectitud.
Pero también
son muchos los signos y las señales que podemos descubrir en nuestro entorno,
saber leer la vida, lo que no es fácil, para llegar a tener unos criterios, que
no van a ser protocolos cerrados que nos digan lo que cogemos con una mano o
qué hacemos con la otra, sino que está además nuestra libertad personal en esa
toma de decisiones, aunque quizá en ocasiones nos pueda parecer que vamos a
contracorriente de lo que todo el mundo hace.
Hoy Jesús les
habla a los discípulos de los signos de los tiempos, tomando el ejemplo de la
propia naturaleza, si hay nubes, si hace sol, si va a hacer bochorno, si vamos
a tener tiempo de lluvia. Ya lo hacemos en la vida y eran las señales que
nuestros mayores sabían descubrir y que les ayudaba en lo que era el desarrollo
de su vida campesina con sus correspondientes siembras y cosechas.
Pero si Jesús
nos pone ese ejemplo o nos habla de ello, es para hacernos pensar en algo más
hondo. A la gente de su tiempo le costaba entender quien era Jesús, a pesar de
los signos y señales que veían que Jesús realizaba, con lo que además se daba
cumplimiento a lo anunciado por los profetas. Eran un pueblo con una visión
creyente de la vida y sin embargo no supieron ver las señales de la presencia
del Hijo del Hombre en medio de ellos.
¿Tendremos
nosotros una visión creyente de la vida? ¿Sabremos hacer una lectura creyente,
con ojos de fe, de cuanto sucede y nos sucede? No es que vayamos a ponernos
fanáticos, como algunos que sacan a relucir las palabras más duras de los
profetas, para contemplar lo que hoy nos sucede en nuestra sociedad. Pero sí
tendríamos que tener una mirada desde el Espíritu de Jesús de aquello que
vivimos, de aquello que nos sucede, para tener esa mirada de Dios, para saber
escuchar a Dios que nos puede estar hablando desde esos acontecimientos.
Proféticamente
pueden estar llegando palabras a nuestros oídos que nos despierten porque
andamos muy adormilados por la vida. No busquemos palabras tremendistas – valga
la palabra – sino que escuchemos palabras serenas que nos hagan reflexionar,
que nos hagan pensar, que nos hagan tener otra visión de las cosas. Y esas
palabras existen, esas palabras las podemos escuchar quizá en boca del que
menos pensamos, pero nos pueden hacer llegar un punto de reflexión, de arranque
para algo nuevo para nuestra vida.
Son señales,
signos que Dios va poniendo hoy también a nuestro lado y que hemos de saber
leer y escuchar. Seguro que nuestro discernimiento será mucho más sereno y descubriremos
mejor lo que hemos de hacer.
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