Recibimos
hoy el don del Espíritu que abre las puertas que nos encierran, nos hace sentir
una nueva libertad y nos pone en camino de nuevos horizontes
Hechos 2, 1-11; Sal 103; 1Corintios 12,
3b-7. 12-13; Juan 20, 19-23
Hay una
circunstancia repetida de alguna manera en los dos relatos que nos ofrece hoy
san Lucas tanto del evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, previa a la
presencia del Espíritu y la nueva presencia de Jesús resucitado. Expresamente
se dice en el evangelio que estaban en el cenáculo con las puertas cerradas, y
encerrados allí estaban en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús de
enviarles su Espíritu.
Puertas
cerradas por fuera cuando nos quitan la libertad y nos dejan prisioneros en su
interior, puertas cerradas por dentro cuando el miedo nos impide ejercer
nuestra libertad. Seguimos viendo muchas puertas cerradas, y no solo es que
caminemos por nuestras calles y raro es que nos encontremos una puerta abierta
sino que puede ser expresión también de muchas cosas que nos encierran, de
muchas distancias que ponemos, de muchas barreras que nos creamos y nos impiden
la comunicación o la comunión. Puertas que muchas veces siguen cerradas en
nosotros con nuestros miedos o con nuestras cobardías, con nuestros apegos o
con nuestras esclavitudes.
Jesús había
anunciado en la sinagoga de Nazaret que venía lleno del Espíritu del Señor para
dar libertad a los oprimidos, y como un signo vemos en el evangelio con los
milagros cómo Jesús nos va liberando de nuestros malos, que no solo son las
carencias físicas que la enfermedad nos puede imponer, sino ese mal que desde
dentro nos oprime y nos esclaviza.
Llega Jesús
resucitado junto a los suyos y no necesitará que nadie les abra las puertas
pero con el regalo del Espíritu da poder a los suyos para que vayan llevando
esa nueva liberación a todos los que están esclavizados con el pecado, el poder
del Espíritu para el perdón de los pecados. Se derrama el Espíritu a los
congregados y encerrados en el cenáculo y las puertas se abrirán porque el Espíritu
de la salvación ha de expandirse y ha de hacerse llegar a todos los hombres.
Llenos del Espíritu saldrán a la calle ante todos aquellos que en su entorno se
habían congregado al sentir los signos del cielo para anunciarles la Buena
Nueva de la salvación.
Una salvación
que significativamente será para todos los pueblos, porque yo no habrá trabas
de lenguajes que impidan la comunicación, porque todos escucharán ese mensaje
que les están trasmitiendo los apóstoles, cada uno en su propia lengua. No es
solo un milagro de glosolalia, sino que es el signo claro de ese anuncio de salvación
ha de ser para todos y todos podrán escucharlo, todos han de escucharlo. No hay
ya puertas de lenguaje ni cierren la comunicación porque hasta los confines de
la tierra han de ir a anunciar el mensaje de Jesús.
Celebramos
hoy Pentecostés, la Pascua del Espíritu, el cumplimiento de la promesa de
Jesús; el Espíritu que nos congrega en una misma comunión desde nuestra fe en
Jesús y el Espíritu que nos va a hacer sentir de una manera nueva esa presencia
de Jesús; el Espíritu de la Verdad que Jesús nos había prometido que nos lo
revelaría todo, pero es el Espíritu que nos abre las puertas a nuevos
horizontes y nos pone en camino porque con su fuerza hemos de ir haciendo el
anuncio de la salvación a todos los hombres.
Es el Espíritu
que ha construido la Iglesia cuando a todos nos ha congregado en unidad pero es
el Espíritu que sigue conduciendo los caminos de la Iglesia y los caminos de
todos los que creemos en Jesús para ser testigos en medio del mundo; es el Espíritu
de sabiduría y de fortaleza para saber mantener encendida esa lámpara de
nuestra fe en nuestros corazones y en medio del mundo; el Espíritu que un día
condujo los pasos de María para que llegara hasta las montañas de Judea porque
con su presencia todo se llenaba de Dios y es el mismo Espíritu que sigue
conduciendo nuestros pasos para llenar también de la presencia de Dios nuestro
mundo disipando toda sombra de tiniebla; es el Espíritu que nos libera de todas
las ataduras como había anunciado Jesús en la sinagoga de Nazaret, pero que nos
envía por el mundo con ese poder de liberación, con ese poder del perdón porque
es el camino de la reconciliación para lograr un mundo nuevo.
Necesitamos
la fuerza del Espíritu para convertirnos de verdad en testigos, testigos de la
verdadera liberación, testigos que no queremos puertas cerradas sino que vamos
a proclamar que con esa libertad podemos ir, vamos a ir con las puertas
abiertas al encuentro de nuestros hermanos y de nuestro mundo. Es la acogida de
nuestros corazones, pero son esos nuevos pasos que damos al encuentro de
nuestro mundo con todas sus sombras y sufrimientos a los que queremos llevar
una nueva luz.
Testigos de
esa Iglesia de puertas abiertas porque llevamos un nuevo amor en nuestro
corazón y vamos a ir mostrando con ese nuevo amor podemos alcanzar la verdadera
liberación que nos ofrece Jesús; no podemos ser nunca una iglesia de puertas
cerradas, no podemos encerrarnos los cristianos con ningún miedo que nos
acobarde – desterremos para siempre todo miedo y toda cobardía -, tenemos con
nosotros la fuerza del Espíritu que es la fuerza de la verdadera libertad.
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