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domingo, 5 de junio de 2022

Recibimos hoy el don del Espíritu que abre las puertas que nos encierran, nos hace sentir una nueva libertad y nos pone en camino de nuevos horizontes

 


Recibimos hoy el don del Espíritu que abre las puertas que nos encierran, nos hace sentir una nueva libertad y nos pone en camino de nuevos horizontes

Hechos 2, 1-11; Sal 103; 1Corintios 12, 3b-7. 12-13; Juan 20, 19-23

Hay una circunstancia repetida de alguna manera en los dos relatos que nos ofrece hoy san Lucas tanto del evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, previa a la presencia del Espíritu y la nueva presencia de Jesús resucitado. Expresamente se dice en el evangelio que estaban en el cenáculo con las puertas cerradas, y encerrados allí estaban en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús de enviarles su Espíritu.

Puertas cerradas por fuera cuando nos quitan la libertad y nos dejan prisioneros en su interior, puertas cerradas por dentro cuando el miedo nos impide ejercer nuestra libertad. Seguimos viendo muchas puertas cerradas, y no solo es que caminemos por nuestras calles y raro es que nos encontremos una puerta abierta sino que puede ser expresión también de muchas cosas que nos encierran, de muchas distancias que ponemos, de muchas barreras que nos creamos y nos impiden la comunicación o la comunión. Puertas que muchas veces siguen cerradas en nosotros con nuestros miedos o con nuestras cobardías, con nuestros apegos o con nuestras esclavitudes.

Jesús había anunciado en la sinagoga de Nazaret que venía lleno del Espíritu del Señor para dar libertad a los oprimidos, y como un signo vemos en el evangelio con los milagros cómo Jesús nos va liberando de nuestros malos, que no solo son las carencias físicas que la enfermedad nos puede imponer, sino ese mal que desde dentro nos oprime y nos esclaviza.

Llega Jesús resucitado junto a los suyos y no necesitará que nadie les abra las puertas pero con el regalo del Espíritu da poder a los suyos para que vayan llevando esa nueva liberación a todos los que están esclavizados con el pecado, el poder del Espíritu para el perdón de los pecados. Se derrama el Espíritu a los congregados y encerrados en el cenáculo y las puertas se abrirán porque el Espíritu de la salvación ha de expandirse y ha de hacerse llegar a todos los hombres. Llenos del Espíritu saldrán a la calle ante todos aquellos que en su entorno se habían congregado al sentir los signos del cielo para anunciarles la Buena Nueva de la salvación.

Una salvación que significativamente será para todos los pueblos, porque yo no habrá trabas de lenguajes que impidan la comunicación, porque todos escucharán ese mensaje que les están trasmitiendo los apóstoles, cada uno en su propia lengua. No es solo un milagro de glosolalia, sino que es el signo claro de ese anuncio de salvación ha de ser para todos y todos podrán escucharlo, todos han de escucharlo. No hay ya puertas de lenguaje ni cierren la comunicación porque hasta los confines de la tierra han de ir a anunciar el mensaje de Jesús.

Celebramos hoy Pentecostés, la Pascua del Espíritu, el cumplimiento de la promesa de Jesús; el Espíritu que nos congrega en una misma comunión desde nuestra fe en Jesús y el Espíritu que nos va a hacer sentir de una manera nueva esa presencia de Jesús; el Espíritu de la Verdad que Jesús nos había prometido que nos lo revelaría todo, pero es el Espíritu que nos abre las puertas a nuevos horizontes y nos pone en camino porque con su fuerza hemos de ir haciendo el anuncio de la salvación a todos los hombres.

Es el Espíritu que ha construido la Iglesia cuando a todos nos ha congregado en unidad pero es el Espíritu que sigue conduciendo los caminos de la Iglesia y los caminos de todos los que creemos en Jesús para ser testigos en medio del mundo; es el Espíritu de sabiduría y de fortaleza para saber mantener encendida esa lámpara de nuestra fe en nuestros corazones y en medio del mundo; el Espíritu que un día condujo los pasos de María para que llegara hasta las montañas de Judea porque con su presencia todo se llenaba de Dios y es el mismo Espíritu que sigue conduciendo nuestros pasos para llenar también de la presencia de Dios nuestro mundo disipando toda sombra de tiniebla; es el Espíritu que nos libera de todas las ataduras como había anunciado Jesús en la sinagoga de Nazaret, pero que nos envía por el mundo con ese poder de liberación, con ese poder del perdón porque es el camino de la reconciliación para lograr un mundo nuevo.

Necesitamos la fuerza del Espíritu para convertirnos de verdad en testigos, testigos de la verdadera liberación, testigos que no queremos puertas cerradas sino que vamos a proclamar que con esa libertad podemos ir, vamos a ir con las puertas abiertas al encuentro de nuestros hermanos y de nuestro mundo. Es la acogida de nuestros corazones, pero son esos nuevos pasos que damos al encuentro de nuestro mundo con todas sus sombras y sufrimientos a los que queremos llevar una nueva luz.

Testigos de esa Iglesia de puertas abiertas porque llevamos un nuevo amor en nuestro corazón y vamos a ir mostrando con ese nuevo amor podemos alcanzar la verdadera liberación que nos ofrece Jesús; no podemos ser nunca una iglesia de puertas cerradas, no podemos encerrarnos los cristianos con ningún miedo que nos acobarde – desterremos para siempre todo miedo y toda cobardía -, tenemos con nosotros la fuerza del Espíritu que es la fuerza de la verdadera libertad.

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