Los
que llevan unas lentes luminosas y brillantes en sus ojos y en su corazón sin
ningún tipo de maldad, pondrán luz en la vida, aprenderán a mirar al hermano y
podrán ver a Dios
1Reyes 19, 9a. 11-16; Sal 26; Mateo 5, 27-32
Un cristal
turbio nos impide ver con claridad; es más, un cristal turbio nos hará ver
cosas turbias allí donde no las hay; la suciedad no está en la cosa que vemos
sino en aquello que nos ha servido de filtro a través del cual veíamos las
cosas; lo podemos ver todo verde, sin ponemos el filtro de ese color, lo
podemos ver luminoso si el cristal está límpido y brillante sin ninguna mancha.
Los cristales manchados del vehículo que conducimos nos van a entorpecer la
marcha del vehículo poniendo en peligro su conducción porque nos impiden ver
con claridad. Ya podríamos adelantar, que la legañas de maldad que llevemos en
nuestros ojos nos harán mirar de mala manera a aquellos con los que nos
cruzamos en el camino de la vida.
Ya nos dirá
en otro momento del evangelio Jesús que quitemos la viga que llevamos en
nuestro ojo antes de querer quitar la mota que pudiera haber en el ojo del
hermano. Y pueden ser unas vigas tremendas las que llevemos en nuestros ojos
llenos de malicia, de maldad, en nuestro corazón lleno de malas intenciones. Es
lo importante que nos quiere hacer ver Jesús.
Las palabras
que hoy escuchamos forman parte del sermón del monte donde tras proclamar las
bienaventuranzas Jesús ha ido desgranando una multitud de situaciones de
nuestra vida que tendrían que entrar en revisión. No ha venido a abolir la ley
y los profetas le escuchamos decir, sino a darle plenitud; por eso irá
revisando cada una de esas situaciones en las que incluso le hayamos podido
hacer decir más a las normas que nos hemos ido imponiendo que lo que el Señor
quiso darnos con su ley. Por eso nos irá repitiendo ‘habéis oído que se os
dijo, pero yo os digo…’ para darnos el verdadero sentido que han de tener
las cosas.
Hoy de forma
concreta nos habla del adulterio, pero Jesús nos viene a hacer comprender que
incluso nos puede suceder que sin llegar al adulterio en la materialidad de los
actos, sin embargo desde nuestro corazón podemos tener actitudes adulteras
desde la malicia con que miremos a la otra persona. Por eso las palabras de
Jesús hoy quieren ir incluso más allá de lo que en principio se nos plantea,
para hacernos caer en la cuenta de cual es lo importante que hemos de tener en
cuenta en la vida y en lo hacemos. Es la bondad o la maldad que llevemos en el
corazón. Ese cristal sucio a través del cual miramos a la mujer de nuestro prójimo,
a la otra persona podríamos o tendríamos que decir, por la malicia que podemos
llevar dentro.
Vale de cara
al tema del adulterio por lo que en concreto se nos dice en este pasaje, pero
nos damos cuenta que nos vale para todas las intenciones que podemos tener o
con que podemos mirar a los demás. No olvidemos que una de las bienaventuranzas
que Jesús nos propone es ‘dichosos los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios’.
Dichosos los
limpios de corazón, sí, porque tendrán una mirada clara y distinta y nada la
enturbiará. Dichosos los limpios de corazón, podríamos también decir, porque
ellos serán los que verán en el otro un hermano; dichosos los limpios de
corazón porque serán los que sabrán amar; dichosos los limpios de corazón
porque tendrán generosidad en el corazón; dichosos los limpios de corazón
porque teniendo un corazón puro nunca harán discriminación y todos se sentirán
como hermanos; dichosos los limpios de corazón porque serán los que tenderán su
mano sin importarles ni el color de su piel, ni la condición exterior que pueda
presentar su persona, porque sabrán caminar juntos, y sabrán hacer un mundo
justo; dichosos los limpios de corazón porque siempre llevarán limpias y
luminosas las lentes de sus ojos y de su corazón y sabrán hacer un mundo de luz
y de vida, porque siempre irán repartiendo amor.
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