Jesús,
Buen Pastor que conoce a sus ovejas y sus ovejas le conocen y escuchan es sumo
y eterno Sacerdote que por nosotros se ofrece en el Sacrificio de la nueva
alianza
Isaías 6, 1-4.8; Sal 22; Juan 17, 1-2.9. 14-26
Muchas veces habremos rezado el salmo
22, ‘el Señor es mi pastor, nada me falta’. Hemos disfrutado de la
belleza, sencillez y al mismo tiempo profundidad de ese salmo; nos hemos
regocijado sintiéndonos servidos por ese pastor que nos lleva a los mejores
pastos, nos ofrece las mejores fuentes, cuida de nosotros para reponer nuestras
fuerzas o curar nuestras heridas; ese pastor que nos prepara una mesa en la que
él mismo sirve ungiéndonos con el óleo de la alegría, ese pastor que nos hace
gozar y disfrutar de la misericordia del Señor.
¿Quién es ese pastor? El evangelio nos
habla del pastor que busca a la oveja perdida y la carga sobre sus hombros; el
pastor cuya voz conocen sus ovejas, pero conoce a todas sus ovejas y las llama
por su nombre; el pastor que es capaz de dar su vida por sus ovejas porque cuando
ve venir al lobo no huye sino que le hace frente, poniéndose por medio para
salvar a sus ovejas. Y Jesús nos dice que El es el Buen Pastor que conoce a sus
ovejas y sus ovejas conocen y escuchan su voz.
Este salmo que hemos comenzado
comentando y haciendo como una paráfrasis es precisamente el que nos ofrece hoy
la liturgia en esta fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote que
celebramos en este jueves posterior al domingo de Pentecostés. Si la liturgia
nos lo ofrece a nuestra consideración y para nuestra oración mientras
celebramos esta fiesta es porque viene bien a definirnos el sentido del
Sacerdocio de Cristo.
Es el nuevo sacerdocio que en Cristo se
establece. Hermosas son las consideraciones que nos hace la carta de los
Hebreos sobre este nuevo Sacerdocio del Nuevo Testamento. No es en función de
una herencia familiar como lo era en el Antiguo Testamento. Aarón fue
consagrado por Moisés a la hora de constituir el pueblo de la Alianza a partir
del Sinaí y serían los descendientes de Aarón, de la familia y tribu de Leví,
los que constituirían ese sacerdocio.
Función del sacerdote era la de ser
mediador y puente – por ese se le dice pontífice – entre Dios y el pueblo
encargado de ofrecer en nombre del pueblo los sacrificios a Dios y de trasmitir
de parte de Dios su palabra para el pueblo. Pero con Jesús, verdadero Dios y
verdadero hombre, ¿quién podría expresar mejor lo que significaría ese nuevo
sacerdocio para el nuevo pueblo de Dios? Es Jesús el verdadero mediador, en
cuanto Dios y hombre verdadero, y quien no ofrece un sacrificio cualquiera sino
que se ofrece a sí mismo dando su vida, derramando su sangre para nuestra salvación.
Se constituye así Jesucristo en Sacerdote, víctima y altar, Sumo y Eterno
Sacerdote como hoy lo proclamamos y celebramos.
Ese sacerdocio de Cristo del que todos
participamos en virtud de la consagración de nuestro Bautismo, pues con Cristo
hemos sido ungidos para ser con El sacerdotes, profetas y reyes. Somos nosotros
los que nos unimos a esa ofrenda de Cristo ofreciendo con nuestra vida
sacrificios agradables al Padre. Somos un pueblo sacerdotal unido al sacerdocio
de Cristo.
Pero esta fiesta del Sacerdocio de
Cristo es también la fiesta de aquellos que participan ministerialmente del
sacerdocio de Cristo, ejerciendo esa especial función dentro del pueblo de
Dios, los presbíteros, participes de ese sacerdocio de Cristo de manera
especial por el Orden Sacerdotal. Se configuran de manera especial con Cristo
para con la fuerza del Espíritu ejercer ese ministerio sacerdotal en el pueblo
de Dios. En nombre de Cristo se convierten en nuestros pastores, para que a
imagen de Cristo, Buen Pastor, también nos conduzcan hacia fuentes tranquilas
que reparen nuestras fuerzas en virtud de su ministerio.
Han de ser la imagen de Cristo, a pesar
de sus debilidades, para traernos a Cristo y para atraernos hacia Cristo.
Divina la función que tienen que ejercer y que solo podrán realizar con la
fuerza del Espíritu del que tienen que sentirse revestidos con una fuerza
especial. Cuidan del pueblo de Dios como pastores, pero han de sentirse
cuidados por ese pueblo de Dios que escucha su voz, como escuchan a Cristo.
De ahí cómo tiene que arropar el pueblo
de Dios a sus sacerdotes y no en una oración esporádica que hagan en un día
como hoy que se recuerde el sacerdocio de Cristo, sino que ha de ser la oración
constante del pueblo de Dios la que los sostenga para que el ángel del Señor
los libere de todo mal, como liberó a Pedro de la cárcel por la oración de la
comunidad cristiana que apoyaba a su pastor, como nos cuenta el libro de los
Hechos de los Apóstoles.
Recemos, pues, por los sacerdotes para
que con la gracia del Señor se mantengan fieles a su ministerio y servicio al
pueblo de Dios en las diversas funciones que han de realizar en la comunidad
cristiana mientras se les permita realizar su función.
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