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jueves, 26 de mayo de 2022

Los nubarrones de la tristeza se dispersarán cuando sepamos encontrarnos con Jesús que nos sale a nuestro encuentro llenando nuestro espíritu de alegría

 


Los nubarrones de la tristeza se dispersarán cuando sepamos encontrarnos con Jesús que nos sale a nuestro encuentro llenando nuestro espíritu de alegría

Hechos de los apóstoles 18, 1-8; Sal 97; Juan 16, 16-20

¿Es fácil pasar de un momento a otro de la tristeza a la alegría? Bueno, me vais a decir que si en un momento determinado nos dan una noticia grande, de algo importante que nos va a suceder y que es como un regalo para nosotros, nos llenaremos de alegría, daremos saltos de alegría. Pero ¿y aquella tristeza que teníamos en el alma la logramos cambiar o será algo que sigue pesando dentro de nosotros? Pero sí, es verdad, hay alegrías que nos cambian la vida, que nos hacen olvidar todas las tristezas, que nos sacan de esos pozos negros en los que algunas veces andamos metidos.

Pero alcanzar esa alegría es mucho más que un golpe de suerte. Porque la alegría verdadera no nos la da solamente las cosas externas o las cosas materiales. En esas búsquedas existenciales en las que nos encontramos tantas veces está la búsqueda de esa verdadera alegría; que no solo es salir de nuestras preocupaciones del momento, o de esos agobios en que nos podemos ver envueltos cuando las cosas no nos salen bien.

Lo expresemos de una manera o de otra todos andamos en esa búsqueda, porque queremos saber la razón de nuestro existir, porque buscamos un sentido de la vida, porque deseamos hallar esa sabiduría honda de la vida, porque cuando andamos sin esperanzas y sin ilusiones grandes en la vida parece que andamos desorientados, porque en verdad queremos encontrar esa alegría de la vida desde lo más hondo de nosotros mismos y no en superficialidades como tantas veces andamos. Entonces cualquier otra cosa que nos suceda nos desestabiliza, nos angustia, nos llena de miedos y de incertidumbres. Nos falta una seguridad interior que tenemos que saber buscar.

Seguimos comentando el evangelio de cuanto ha sucedido en la cena pascual y de las cosas que Jesús les va diciendo. Hemos venido comentando también que el estado de ánimo de los discípulos no es bueno y que ante lo que se anuncia no han sabido aún encontrar esa paz interior, de manera que ni entienden bien lo que Jesús les dice o les anuncia.

Les ha hablado de una ausencia que les llenará de tristeza y de una nueva presencia que les llenará de alegría. Literalmente es una referencia a cuanto a partir de aquella noche va a suceder. Se dispersarán, cada uno se irá por su lado a la hora del prendimiento de Jesús, sus corazones se llenarán de tristeza, aunque terminen reuniéndose de nuevo en esa misma sala de la cena de pascua. Las noticias que en la noche y en la mañana siguiente se sucederán aumentarán aun más su tristeza. Pero Jesús les habla de una alegría nueva que les va a inundar; es un anuncio de la alegría de la Pascua, de la Resurrección aunque ahora ellos no lo entienden. Ya se nos decía en la tarde de la pascua cuando se les manifieste de nuevo Jesús ya resucitado que los discípulos se llenarán de alegría.

Pero es anuncio que va más allá, porque de alguna manera está indicando lo que va a ser la vida de la Iglesia, no solo ya en aquellos primeros momentos que no siempre fueron fáciles, sino también a lo largo de la historia, como nos puede suceder a nosotros hoy también. Tenemos momentos difíciles en el recorrido personal de nuestra fe, como lo es también en la vida de la Iglesia. Momentos de oscuridad que nos pueden llenar de tristezas no nos faltarán, pero siempre tendríamos que saber buscar detrás de todo eso lo que es la alegría de la Pascua que siempre tendría que estar presente en nuestra vida.

No veremos a Jesús con los ojos de la cara como los discípulos en aquellos momentos lo veían pero por la fuerza de su espíritu podremos descubrir esa presencia del Señor siempre con nosotros que nos hará mantener esa paz de nuestro espíritu, esa alegría de la presencia del Señor en nuestro corazón.

No le veremos, pero le veremos - aunque la frase nos pueda parecer una contradicción - porque el Señor está viniendo a nuestro encuentro, haciéndose presente en nuestra vida continuamente. A nuestro encuentro viene el Señor en la presencia de los demás; en el rostro de los hermanos hemos de saber descubrir ese rostro de Cristo que camina a nuestro lado y nuestro corazón tendrá que llenarse también de alegría.

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