Nos
enviará Jesús el Espíritu que no solo nos liberará de nuestros agobios, sino
que nos fortalecerá y nos hará crecer para darnos esa seguridad y riqueza
interior
Hechos de los apóstoles 16, 22-34; Sal 137;
Juan 16, 5-11
Hay ocasiones
en que nos ponemos tristes, nos ponemos tensos y agobiados solamente pensando
en el futuro. Hay personas, y nos puede pasar algunas veces a nosotros, que
solo pensando en lo que nos pueda suceder mañana, ya nos hace llenarnos de
agobios; de alguna manera buscamos seguridades, buscamos seguridad ante el
futuro. ¿Qué va a ser de mí? Si me sobreviene una enfermedad, ¿cómo la
afrontaré? Y los padres se preguntan por el futuro de los hijos, o pensamos en
nosotros mismos que nos podamos quedar solos en la vida. Muchas cosas que nos agobian.
¿Dónde encontrar la confianza que nos dé seguridad en la vida?
Ante los
imprevistos que nos pueda presentar la vida hay quien se agobia sin que nada le
haya sucedido. Nos tambaleamos muchas veces, nos sentimos inseguros, nos
trabajamos unas seguridades en lo social para que tengamos las cosas resueltas
y aun así nos agobiamos. ¿Serán las inseguridades que llevamos en nuestro
interior? Nos faltan quizá certezas, queremos tener respuestas para todo y en
ocasiones nos quedamos sin saber qué responder o cómo afrontar lo que nos puede
venir. Y vienen las tristezas, la falta de una verdadera alegría por esa
inseguridad en la que vivimos, por esa quizás desorientación que pudiera haber
en nuestro interior. ¿Nos faltará valentía en la vida?
Necesitamos
una fortaleza interior. Como el edificio que tiene que tener unos sólidos
cimientos, pero también una muy elaborada estructura que no solo de forma, sino
que dé fortaleza a todo el conjunto del edificio. Serán los valores por los que
regimos nuestra vida, los principios que dan fundamento a lo que vamos haciendo
en la vida, es esa riqueza interior que nos hemos ido creando para dar
respuestas, para encontrar soluciones, para mantener la serenidad del espíritu
frente a las tormentas que nos va ofreciendo la vida. Lo podemos llamar
espiritualidad, o lo podemos llamar vida interior, es el alimento de nuestro espíritu
que no es solo el alimento con que nutrimos nuestro cuerpo. De este alimento
nos preocupamos, pero qué poco tenemos en cuenta ese otro alimento que nutra
nuestro espíritu.
Hoy Jesús,
ante la tristeza que se va apoderando de los discípulos por todo aquello que
Jesús les está anunciado, les habla de la presencia del Espíritu que les
enviará desde el seno del Padre. Físicamente van a dejar de ver a Jesús pero
una nueva presencia van a sentir por la fuerza del Espíritu. No tendrán a Jesús
que una y otra vez les corrija y les enseñe, tan duros como son de corazón y de
mente, pero el Espíritu se los recordará todo.
‘Os digo es la verdad: os conviene
que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En
cambio, si me voy, os lo enviaré’,
les dice Jesús. El Espíritu que nos hará ver el juicio de Dios, pero el Espíritu
que será nuestra luz y nuestra fuerza, que nos liberará de las peores angustias
porque hará que se caigan tantas cadenas que nos atan en la vida, el Espíritu
que pondrá alegría en el corazón porque nos hará sentir de manera nueva la
presencia de Jesús, aunque podamos estar por otra parte pasando por noches
oscuras de sufrimientos o de problemas. Es el Espíritu que en verdad nos hará
grandes porque no solo nos liberará de apegos o de angustias, sino que nos fortalecerá
y nos hará crecer para darnos esa seguridad y riqueza interior.
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