Hoy podemos sentir que a pesar de tantas penumbras y
oscuridades como nos da la vida, sin embargo no nos faltará nunca la luz de
Jesús como nos había prometido
Hechos de los apóstoles 18, 9-18; Sal 46;
Juan 16, 20-23a
Cuando nos
garantizan que tras aquel momento difícil, luego todo cambiará somos capaces de
superar los temores que podríamos tener ante cómo afrontar esa situación y
hasta pondremos de nuestra parte la mejor voluntad para salir adelante. Cuando
nos señalan y convencen que una partida y una separación es necesaria para
poder tener luego la certeza de que nunca más nos separaremos del ser amado
somos capaces de afrontarlo. No es fácil, por nuestra mente y por nuestro
corazón pasarán algunas nubes que nos suenan a borrascosas, pero sabemos que detrás
luce el sol y terminará brillando con fuerza.
Es lo que
Jesús trata de decirles en los momentos y en las circunstancias que viven los discípulos.
Habla de la madre que va a dar a luz y sabe que los dolores del parto son
fuertes, pero que ante la vida que viene todo merece pasarlo. Es lo que va a
significar toda aquella pascua que va a vivir Jesús y que van a vivir sus discípulos.
Es un paso, de la muerte a la vida, por la muerte a la vida. Es la pascua que
nosotros hemos de vivir, donde tendremos que arrancarnos mucho de nosotros
mismos para poder vivir esa vida nueva que Jesús nos ofrece.
Y eso va a
costar, eso va a ser doloroso y difícil en muchos momentos, y de alguna manera
nos resistimos. Hoy queremos vivir una vida sin dolor, sin sacrificio, sin
esfuerzo; queremos que todo poco menos que se nos regale, porque no siempre
estamos dispuestos a ese sacrificio, a ese esfuerzo, a ese trabajo; de todo nos
quejamos, y rehuimos lo que signifique sudor de nuestra frente, o dolor en
nuestra carne por lo que de nosotros tenemos que arrancar. Quizás estamos
perdiendo las perspectivas de trascendencia que han de tener nuestros actos,
que ha de tener cuanto hacemos. No somos capaces del valor que vamos a
encontrar más allá de esa frontera que nos parece oscura y dolorosa.
Sucede en
todos los ámbitos de la vida, porque sucede en el trabajo en que parece que
tenemos miedo de responsabilizarnos hasta tener que esforzarnos; nos sucede en
nuestro camino de superación personal, que incluso no queremos pasar por ese periodo
que nos puede parecer oscuro del aprendizaje para poder llegar a tener dominio
sobre lo que hacemos. No queremos aprender ni para crecer en nuestra propia
vida; queremos que se nos facilite todo y algunas veces como educadores también
vamos dando tantas facilidades que el discípulo no termina de aprender.
Hoy Jesús nos
habla de la alegría que vamos a tener al final. Quienes en la vida no tenemos
miedo al esfuerzo, tenemos la experiencia también de la satisfacción de lo que
al final hemos logrado con ese esfuerzo. No es masoquismo, sino la realidad de
lo que significa aprender y crecer. ‘En verdad, en verdad os digo: vosotros
lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis
tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría’.
Y nos
habla Jesús de una presencia nueva; nos habla de la presencia del Espíritu que
nos estará haciendo presente al mismo Jesús. Es la acción del Espíritu en la
Iglesia, es la acción del Espíritu en los sacramentos, por la que es Jesús
mismo quien bautiza, por la que es Jesús mismo quien se nos da en el pan de la
Eucaristía y ya no hablaremos de pan, sino de Cristo mismo, de su Cuerpo y de
su Sangre que se hacen presentes, que se han vida y alimento para nosotros.
‘También
vosotros ahora sentís tristeza, les dice Jesús; pero volveré a veros, y se
alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me
preguntaréis nada’. Es lo que podemos sentir hoy en la presencia de Jesús en su
Iglesia. Es lo que nos hace sentir hoy que a pesar de tantas penumbras y
oscuridades como nos da la vida, sin embargo no nos faltará nunca la luz de
Jesús. Es lo que ahora nos anima y nos da esperanza.
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