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jueves, 21 de abril de 2022

Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor y comenzaremos a caminar los caminos de la fe convirtiéndonos en testigos

 


Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor y comenzaremos a caminar los caminos de la fe convirtiéndonos en testigos

Hechos de los apóstoles 3, 11-26; Sal 8; Lucas 24, 35-48

No siempre nos creemos todo lo que nos cuentan; si es algo asombroso sin querer negar claramente la veracidad del que nos lo está contando, nos quedamos en nuestro interior con ciertas reservas, como si lo creyéramos pero al mismo tiempo no lo creyéramos, y de alguna manera indagamos para ver si desde otra fuente nos vienen a corroborar lo que los primeros informadores nos han contado, nos quedamos con la sospecha de la exageración de quien por algo se ha sentido impresionado y ahora cuando nos lo cuenta añade detalles, añade cosas que le pueden dar mayor espectacularidad pero que puede ser producto de sus ensoñaciones, de su fantasía a la hora de contar, o de lo que quizá quiera impresionarnos.

¿Qué pasaba con los anuncios que unos a otros se hacían en aquel momento del hecho de la resurrección de Jesús? Cuando las mujeres vinieron contando lo del sepulcro vacío y la aparición de Ángeles, lo echaron a fantasías de mujeres que no podían ser realidad. Con ese pensamiento incluso se habían marchado los discípulos de Emaús, pero cuando ahora ellos vienen contando que le han visto en el camino, que le reconocieron a la hora de partir el pan, seguían queriendo creer pero no estaban todavía tan convencidos.

Y el evangelio nos dice que mientras los de Emaús contaban Jesús mismo en persona, apareció entre ellos, sin que se abrieran las puertas. Sorpresa, susto, miedos y temores, posibilidades de fantasmas, incredulidad de nuevo. Y allí estaba Jesús mismo en medio de ellos. Y es Jesús el que quiere ofrecerles pruebas mostrando sus manos y la llaga del costado; más aún les pide que si tienen algo que comer que le traigan, que comerá ante ellos para que se convenzan que no es un fantasma. Y así lo hacen. Pero sus mentes seguían cerradas y el miedo seguía atenazándoles de manera que les impedía creer de verdad.

Y Jesús pacientemente, como había hecho con los discípulos en el camino, les explica las Escrituras y todo lo que estaba anunciado acerca de El que se ha cumplido. Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí’. Y a continuación nos dice el evangelista que ‘les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras’.

Solo cuando nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor, el Espíritu de Sabiduría, comenzaremos en verdad a caminar los caminos de la fe. No es cuestión solo de razonamientos, de pruebas que podamos palpar con nuestras manos. Cuántas veces nos buscamos esos razonamientos, cuántas veces queremos solo a base de explicaciones llegar a meternos de verdad en el misterio de Dios. Es cierto que tenemos que dar razón de nuestra fe y tenemos que buscar de la mejor manera formarnos para profundizar en todo ese misterio de Dios.

Pero lo importante es que nos dejemos inundar por ese misterio, dejemos que sea el Espíritu divino el que nos vaya conduciendo. Es lo que llamamos la obediencia de la fe. Algo que tiene que llegarnos al corazón, algo que tenemos que experimentar dentro de nosotros mismos, algo que solo puede ser una experiencia de vida. Y desde ahí nos sentiremos transformados, desde ahí comenzarán a aparecer una actitudes nuevas en nuestra vida, desde ahí comenzarán a aparecer unas vivencias distintas. Es algo que tenemos que vivir desde lo más hondo de nosotros mismos.

Allí ahora los discípulos con la presencia de Jesús comenzaron a vivir algo; por eso comenzaron a ser testigos. Todo aquello que habían vivido no era solo el fruto de las maquinaciones de los sumos sacerdotes y de los dirigentes del pueblo, ni el fruto de una sentencia del procurador romano. Allí había habido un actuar de Dios, un paso de Dios en aquella pasión y muerte de Jesús, por lo que ahora no se quedaban en un crucificado que había muerto y había sido enterrado, sino que era el Señor que vive, porque a Jesús lo contemplaban vivo y resucitado.

Estaba escrito: ‘el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén’. Era lo que habían vivido y ahora lo comprendían y sentían y era de lo que ahora eran testigos. ‘Vosotros sois testigos de esto’.

¿Seremos nosotros también testigos de esto ante el mundo que nos rodea? ¿Cómo vamos a dar ese testimonio?

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