No
nos dejemos obnubilar por las sombras de las situaciones que nos rodean,
aprendamos a descubrir los latidos de Dios que nos pueden anunciar algo nuevo
para nuestro mundo
Hechos de los apóstoles 3, 1-10; Sal 104;
Lucas 24, 13-35
‘¿Qué
conversación es esa que traéis mientras vais de camino?’ Si a nosotros ahora nos
hicieran esa misma pregunta que hacía aquel caminante que les salió al paso a
los cariacontecidos discípulos que marchaban a Emaús aquella tarde, también
tendríamos que hablar de cosas tristes y preocupantes que nos están sucediendo
estos días. Que si la guerra de Ucrania que no sabemos cómo va a acabar con tan
tristes presagios y con tantas amarguras de gente que sufre, que si eso de la
pandemia ha acabado o no ha acabado, que si habrán nuevos rebrotes, que si lo
que ahora están permitiendo desde los gobiernos quizás por tener a la gente
contenta, que si la economía, que si las perspectivas de futuro… son tantas las
cosas que nos preocupan que también nos pondríamos cariacontecidos y repreguntando
que si no sabemos qué es lo que está sucediendo a nuestro mundo y es motivo de
preocupación.
Es cierto que
el mundo se nos llena de sombras, es cierto que no vemos salida a tantos
problemas que se van creciendo y multiplicando día a día, es cierto que de
alguna manera parece que perdemos la paciencia y perdemos las esperanzas y de
alguna manera también vamos dando tumbos de un lado para otro como aquellos discípulos.
Tan dando
tumbos estaban que no reconocen a quien les ha salido al paso en el camino. Muchas
veces tratamos de disculpar que si esa hora del atardecer es hora de
claroscuros que no ayudan mucho, pero era raro que no reconocieran su voz, que
no terminaran de entender por donde les estaba El dirigiendo la conversación.
Ellos iban preocupados por lo sucedido en Jerusalén en días pasados, sus
esperanzas parece que se desvanecían, no terminaban de ver y entender lo que
había sucedido, y para ellos no se estaba cumpliendo con lo prometido por
Jesús. Bien enterrado había quedado en aquella tumba cercana al Gólgota que un
buen hombre, José de Aritmatea había ofrecido, y aunque las mujeres habían
venido en la mañana diciendo que la tumba estaba vacía, que unas apariciones de
ángeles les habían dicho que estaba vivo, pero para ellos eran visiones y
ensoñaciones de mujeres.
Y es aquel
caminante el que les va explicando lo anunciado en las Escrituras y que todo se
había ido cumpliendo en aquellos días. Y ellos se entusiasmaban con la
conversación y con las explicaciones que pronto se dieron cuenta que habían
hecho el camino y estaban a las puertas de Emaús. El forastero quería seguir
haciendo su camino pero ellos le convencieron para que se quedara ofreciéndole
su hospitalidad porque era peligroso hacer aquellos caminos en la noche.
Y fue al
sentarse en la mesa y al partir el pan cuando le reconocieron. Entonces dirían
que les ardía el corazón mientras les hablaba por el camino y les explicaba las
Escrituras. Pero allí ya no estaba El, pero estaban convencidos que era Jesús
quien había caminado con ellos y les había explicado las Escrituras. Era
verdad, lo habían comprobado por sí mismos, el Señor había resucitado y por eso
corren ahora sin ningún miedo de hacer el camino de noche para regresar a
Jerusalén y contar a los discípulos en el cenáculo cómo le habían reconocido al
partir el pan, porque había hecho el camino con ellos.
Fue
suficiente que detuvieran sus pasos en el camino para ponerse a escuchar, para
acoger a aquel forastero que parecía hacer su mismo camino para que su corazón
comenzara a latir de forma distinta y apareciera la luz en sus vidas. ¿Será eso
lo que también nosotros necesitamos? Cariacontecidos vamos caminando por la
vida desde las preocupaciones que tenemos y que sentimos. ¿Cómo podemos sentir
que de nuevo renacen las esperanzas en nuestro corazón? ¿Cómo podremos comenzar
a descubrir una luz para el final de ese camino de sombras que vamos viviendo?
También
Cristo nos sale a nuestro encuentro. Muchas veces no lo sabemos ver. Vamos tan
entretenidos con nuestros pensamientos muchas veces lúgubres que no sabemos
descubrir los signos que va poniendo a nuestro lado. Sepamos descubrir las
señales de Dios en el hoy de nuestra vida. ¿No hay nada positivo en medio de
tanta crueldad como por otra parte estamos viendo? ¿Habrá algún tipo de despertar
en nuestra sociedad, algunos atisbos de solidaridad, alguna preocupación seria
que sintamos en nuestros corazones y que nos puedan estar motivándo para
actuar?
Intentemos
descubrir esos latidos de Dios que de alguna manera, aunque nos parezcan débiles,
pueden estar resonando en nuestro mundo. Intentemos descubrir rayos de luz y de
esperanza, confiemos en que el Señor pondrá señales a nuestro lado de que todo
tiene que terminar y de nuevo brillará la luz, de nuevo podremos sentir el
palpitar de la vida.
Nos cuesta
ver y entender, pero confiemos, no perdamos la esperanza, pongamos por nuestra
parte gestos de vida, de solidaridad, de cercanía a los que sufren cerca de
nosotros para que esa chispa del amor vaya prendiendo y extendiéndose como
fuego renovador por esa llanura de la vida.
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