La
luz pascual de Cristo resucitado que se ha encendido en esta noche es luz de
esperanza también para nuestro mundo y somos testigos y portadores de esa luz
Romanos 6, 3-11; Lucas 24, 1-12; Juan
20, 1-9
‘¿Por qué buscáis entre los muertos
al que vive?’ Sorpresa, asombro,
desconcierto una vez más para aquellas buenas mujeres. Habían pasado por un
trance bien amargo en la mañana y en la tarde del viernes. Con buena voluntad
habían preparado sus aromas y sus ungüentos para embalsamar debidamente el
cuerpo de Jesús, que no lo habían podido hacer en la tarde del viernes por ser
el día de la preparación y al caer la tarde ya nada podían hacer. Ahora se
encuentran removida la piedra del sepulcro, el cuerpo de Jesús que no está allí
y aquella aparición de ángeles con sus anuncios. ‘¿Por qué buscar entre los
muertos…?
Aunque por naturaleza decimos que
amamos la vida, buscamos la vida, defendemos la vida, sin embargo nos gusta
husmear entre sombras de muerte; para algunos después de determinados momentos
de la vida parece que todo girara ya en torno a la muerte y al sepulcro.
Envolvemos con demasiados crespones
negros la vida; envolvemos demasiado la vida con sombras y negruras; decimos
que amamos la vida y destruimos la vida, demasiada muerte metemos entre
nosotros; nos oscurecemos con demasiadas sombras cuando nos destruimos, nos
hacemos daño, dejamos que impere la violencia, detrás de nuestras ambiciones no
nos importa destruir lo que sea. A niveles grandes con nuestras guerras -
¡cuánta destrucción! -, pero a niveles no menos grandes en la cercanía de los
unos y los otros con tantos traspiés que nos vamos haciendo los unos a los
otros. ¿Qué buscamos?
¿Qué buscaban aquellas mujeres cuando
fueron aquella mañana al sepulcro? Buena voluntad no les faltaba pero se les
estaba ofreciendo mucho más de lo que buscaban. Se les estaba haciendo un
anuncio muy importante capaz de cambiar la historia. ‘¡No está aquí!’ No
está en el sepulcro y en la muerte. ‘¡Ha resucitado!’
‘Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea, cuando dijo que el Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar’. Es el anuncio grande que reciben. Su Palabra se ha cumplido. No busquen la muerte, no busquen a uno que ha sido derrotado, busquen al vencedor de la muerte. ¡Ha resucitado! ¡Ha triunfado la vida! De nuevo brilla la luz. Es el momento de la victoria definitiva. Contemplemos al resucitado, al que vive.
La sorpresa, el asombro, el
desconcierto de los primeros momentos se transformó en alegría. Una alegría de
la que tenían que contagiar a los demás. Por eso fueron corriendo al encuentro
de los demás discípulos para contar cuánto les había sucedido. A todos les
cuesta creer, pero ellas ya tienen la experiencia. Por eso algunos correrán de
un lado para otro en aquella mañana con visitas también al sepulcro para
comprobar que estaba vacío. Pero no era suficiente, lo podían haber robado como
seguía pensando María Magdalena; tenían que ir todo teniendo la experiencia del
encuentro con el resucitado. Todos al final se convertirían en transmisores de
esa buena nueva, de esa gran noticia, Cristo había resucitado.
No olvidemos una cosa que hemos ido
teniendo muy en cuenta en estos días. Jesús nos había invitado a sentarnos a su
mesa en la cena de la Pascua; así vivimos aquellos momentos. Con Jesús habíamos
realizado todo el camino de la pasión hasta hacernos presentes también al pie
de la cruz en el Gólgota. Jesús también quiere salirnos al encuentro en esta
noche y en este día de pascua para hacernos partícipes también de esa misma
experiencia. Nosotros también estamos invitados por una parte a vivir esta
alegría de la Pascua pero también a contagiarla al mundo que nos rodea.
Cristo resucitado también nos sale al
encuentro aunque nosotros sigamos revolviéndonos entre sombras y entre muertes
en el hoy y ahora de nuestra vida y de la misma situación que vive el mundo. La
experiencia de la resurrección del Señor no es algo que podamos relegar solo al
tiempo de los apóstoles y en aquellos momentos vividos en Jerusalén. Hoy Cristo
viene a nosotros para decirnos que es posible salir de esas sombras en que nos
vamos envolviendo.
La luz pascual de Cristo resucitado que
simbólicamente hemos encendido en esta noche es luz de esperanza también para
nuestro mundo. Es hora de encender esa luz, de encender esa nueva esperanza
para nuestro mundo. Es la tarea de los testigos de la resurrección. No podemos
seguir dejándonos envolver por esos agobios y esas angustias; no podemos seguir
postrados en nuestros desalientos y nuestras desesperanzas; es posible algo
nuevo, es necesario sentir la fuerza del Espíritu de Cristo resucitado que
renueve nuestros corazones y renueve nuestro mundo, nuestra sociedad; son
posibles los caminos de la paz y de una nueva solidaridad; no podemos pensar
que todo está perdido.
Signos bonitos de solidaridad hemos
sido capaces de tener en los peores momentos por ejemplo de la pandemia que
hemos vivido y tenemos que ser capaces de seguirlos teniendo con quienes están
sufriendo tantos horrores. Son señales que nos dan esperanza. Aunque la maldad,
la ambición, los afanes de destrucción parezca que imperen en nuestro mundo
tenemos la esperanza del cambio de los corazones.
La victoria de Cristo sobre la muerte
que hoy contemplamos y celebramos nos llena de esperanza en la tarea de la
construcción de ese mundo nuevo. Tenemos que ser esos promotores de paz, esos
sembradores de esperanza, esos contagios de alegría nueva en el amor y la nueva
ternura que vamos sembrando en nuestro mundo.
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