No
sigamos con los remiendos de siempre sino convenzámonos de que a vino nuevo
necesitamos odres nuevos para ser en verdad esa Iglesia madre de misericordia
1Samuel 15, 16-23; Salmo 49: Marcos 2, 18-22
Aquí vamos
hoy de remiendos y de arreglos. Bueno, a los que ya somos mayores nos suena
bien eso, porque en la escasez que vivíamos antes era normal que nuestras
madres si había un roto en cualquier prenda de vestir hicieran sus apaños, sus
arreglos, sus remiendos, porque por dignidad aunque fuéramos pobres no nos
podíamos permitir llevar un roto en un pantalón, por ejemplo: claro que bien
distinto a las modas de hoy, de las que no vamos a hablar, donde se compra la
ropa hasta con esos rotos, pero por moda. Pero ya procuraban las costureras o
nuestras madres que si ponían en el remiendo un trozo de tela que fuera nuevo,
previamente se mojaba para evitar los tirones que la pieza luego pudiera dar
causando un roto mayor.
Pero hoy nos
viene a decir Jesús que de remiendos, nada; que no podemos seguir andando con
el traje viejo, porque ahora ya somos hombres nuevos; que no podemos ir por su
camino simplemente haciéndonos apaños, sino que tenemos que darnos cuenta que
es algo nuevo lo que El nos anuncia y el camino que hemos de recorrer; y nos
habla también de los odres que se utilizaban para el vino, no podemos seguir
usando los viejos que ya están ajados y fácilmente no podrán soportar la presión
de un vino nuevo y el final se va a perder lo viejo y lo nuevo.
Todo arranca
del estilo nuevo, el tono nuevo que Jesús le va dando a la vida de sus discípulos.
Vienen algunos quejándose que sus discípulos no ayunan como lo hacen los discípulos
de los fariseos, o como lo hacían también los discípulos de Juan el Bautista.
Había que seguir con las viejas costumbres, pero no unas viejas costumbres que
se ciñeran a lo que era en verdad la ley del Señor, sino de todos aquellos
añadidos que se habían ido introduciendo que al final casi se convertían en un
tormento para quien quisiera ser fiel a todos esos nuevos protocolos que se habían
añadido.
Pero por otra
parte, viene a decirles Jesús, cómo van a ayunar los amigos del novio si están
participando de su banquete de bodas, sería algo inconcebible. Los que querían
seguir a Jesús estaban ya participando del banquete de bodas del Reino, no
cabía la tristeza ni los agobios, sino que todo había de vivirse en un sentido
de paz que venía a inundar los corazones. Había llegado el tiempo de la
amnistía, el tiempo de la gracia y del perdón, como seguir viviendo con pesares
en el corazón cuando se podía vivir en la alegría de la vida nueva al sentirse
ya para siempre perdonados.
Pero cuidado
que nos pongamos cómodamente a juzgar y hasta condenar a aquellos de los
tiempos de Jesús que venían con esos planteamientos inamovibles y de rigidez, y
vayamos nosotros a estar cayendo en semejantes planteamientos. Primero, porque
eso de los remiendos seguimos muchas veces planteándonoslo. Pensemos, por
ejemplo, cuales son los buenos propósitos que nos hacemos tantas veces cuando
hemos descubierto que nuestra vida cristiana tiene que tener otras andaduras;
vamos a ver que es lo que corregimos por aquí, vamos a ver qué es lo que podemos
mantener, porque tampoco son prácticas tan malas lo que estábamos haciendo, y así
nos hacemos nuestros arreglitos, con lo que al final seguimos haciendo lo
mismo.
Pensemos
cuantos nos cuesta una renovación total de esas estructuras que nos hemos ido
creando en nuestra vida eclesial, con lo que muchas veces la gente nos confunde
con un partido político más, con una organización no gubernamental, como ahora
las llaman, que se dedica a hacer cosas buenas llenas de mucho altruismo y algo
de solidaridad.
¿Estaremos
dando la verdadera imagen de lo que tenemos que ser los que en verdad queremos
seguir el camino del Evangelio? ¿O estaremos prestándonos a una cierta confusión?
Algunas veces hasta las normas que nos damos se parecen más a las exigencias
que se nos puedan hacer desde los estamentos de la vida social o política, que
lo que tendría que ser una Iglesia verdadera madre de misericordia para con
todos. No todos sienten y experimentan en si mismos esa Iglesia madre de
misericordia, por muchos años y jubileos de misericordia que se quieran
proclamar.
Hablamos de
renovación, de ser en verdad ese hombre nuevo del evangelio, y seguimos adornándonos
con los mismos oropeles de siempre, seguimos en las mismas vanidades porque
decimos que son cosas de la tradición de la Iglesia de lo que no nos podemos
despojar. De cuantas cosas tendríamos que desprendernos en nuestra vida
personal, de cuantas cosas llenas de apariencia y vanidad que siguen
apareciendo en la vida de la Iglesia. Y mira que nos pueden llamar hasta
herejes cuando nos empeñamos en esa renovación total y profunda que tendríamos
que hacer para vivir de verdad el espíritu del Evangelio.
¿Seguiremos
con los remiendos de siempre o nos convenceremos de que a vino nuevo
necesitamos odres nuevos?
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