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lunes, 17 de enero de 2022

No sigamos con los remiendos de siempre sino convenzámonos de que a vino nuevo necesitamos odres nuevos para ser en verdad esa Iglesia madre de misericordia

 


No sigamos con los remiendos de siempre sino convenzámonos de que a vino nuevo necesitamos odres nuevos para ser en verdad esa Iglesia madre de misericordia

1Samuel 15, 16-23; Salmo 49: Marcos 2, 18-22

Aquí vamos hoy de remiendos y de arreglos. Bueno, a los que ya somos mayores nos suena bien eso, porque en la escasez que vivíamos antes era normal que nuestras madres si había un roto en cualquier prenda de vestir hicieran sus apaños, sus arreglos, sus remiendos, porque por dignidad aunque fuéramos pobres no nos podíamos permitir llevar un roto en un pantalón, por ejemplo: claro que bien distinto a las modas de hoy, de las que no vamos a hablar, donde se compra la ropa hasta con esos rotos, pero por moda. Pero ya procuraban las costureras o nuestras madres que si ponían en el remiendo un trozo de tela que fuera nuevo, previamente se mojaba para evitar los tirones que la pieza luego pudiera dar causando un roto mayor.

Pero hoy nos viene a decir Jesús que de remiendos, nada; que no podemos seguir andando con el traje viejo, porque ahora ya somos hombres nuevos; que no podemos ir por su camino simplemente haciéndonos apaños, sino que tenemos que darnos cuenta que es algo nuevo lo que El nos anuncia y el camino que hemos de recorrer; y nos habla también de los odres que se utilizaban para el vino, no podemos seguir usando los viejos que ya están ajados y fácilmente no podrán soportar la presión de un vino nuevo y el final se va a perder lo viejo y lo nuevo.

Todo arranca del estilo nuevo, el tono nuevo que Jesús le va dando a la vida de sus discípulos. Vienen algunos quejándose que sus discípulos no ayunan como lo hacen los discípulos de los fariseos, o como lo hacían también los discípulos de Juan el Bautista. Había que seguir con las viejas costumbres, pero no unas viejas costumbres que se ciñeran a lo que era en verdad la ley del Señor, sino de todos aquellos añadidos que se habían ido introduciendo que al final casi se convertían en un tormento para quien quisiera ser fiel a todos esos nuevos protocolos que se habían añadido.

Pero por otra parte, viene a decirles Jesús, cómo van a ayunar los amigos del novio si están participando de su banquete de bodas, sería algo inconcebible. Los que querían seguir a Jesús estaban ya participando del banquete de bodas del Reino, no cabía la tristeza ni los agobios, sino que todo había de vivirse en un sentido de paz que venía a inundar los corazones. Había llegado el tiempo de la amnistía, el tiempo de la gracia y del perdón, como seguir viviendo con pesares en el corazón cuando se podía vivir en la alegría de la vida nueva al sentirse ya para siempre perdonados.

Pero cuidado que nos pongamos cómodamente a juzgar y hasta condenar a aquellos de los tiempos de Jesús que venían con esos planteamientos inamovibles y de rigidez, y vayamos nosotros a estar cayendo en semejantes planteamientos. Primero, porque eso de los remiendos seguimos muchas veces planteándonoslo. Pensemos, por ejemplo, cuales son los buenos propósitos que nos hacemos tantas veces cuando hemos descubierto que nuestra vida cristiana tiene que tener otras andaduras; vamos a ver que es lo que corregimos por aquí, vamos a ver qué es lo que podemos mantener, porque tampoco son prácticas tan malas lo que estábamos haciendo, y así nos hacemos nuestros arreglitos, con lo que al final seguimos haciendo lo mismo.

Pensemos cuantos nos cuesta una renovación total de esas estructuras que nos hemos ido creando en nuestra vida eclesial, con lo que muchas veces la gente nos confunde con un partido político más, con una organización no gubernamental, como ahora las llaman, que se dedica a hacer cosas buenas llenas de mucho altruismo y algo de solidaridad.

¿Estaremos dando la verdadera imagen de lo que tenemos que ser los que en verdad queremos seguir el camino del Evangelio? ¿O estaremos prestándonos a una cierta confusión? Algunas veces hasta las normas que nos damos se parecen más a las exigencias que se nos puedan hacer desde los estamentos de la vida social o política, que lo que tendría que ser una Iglesia verdadera madre de misericordia para con todos. No todos sienten y experimentan en si mismos esa Iglesia madre de misericordia, por muchos años y jubileos de misericordia que se quieran proclamar.

Hablamos de renovación, de ser en verdad ese hombre nuevo del evangelio, y seguimos adornándonos con los mismos oropeles de siempre, seguimos en las mismas vanidades porque decimos que son cosas de la tradición de la Iglesia de lo que no nos podemos despojar. De cuantas cosas tendríamos que desprendernos en nuestra vida personal, de cuantas cosas llenas de apariencia y vanidad que siguen apareciendo en la vida de la Iglesia. Y mira que nos pueden llamar hasta herejes cuando nos empeñamos en esa renovación total y profunda que tendríamos que hacer para vivir de verdad el espíritu del Evangelio.

¿Seguiremos con los remiendos de siempre o nos convenceremos de que a vino nuevo necesitamos odres nuevos?

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