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domingo, 16 de enero de 2022

Si creemos en la Palabra de Jesús esa agua de los valores de los que llenamos las tinajas de nuestra vida se va a convertir en vino nuevo que dé sentido nuevo a lo que hacemos

 


Si creemos en la Palabra de Jesús esa agua de los valores de los que llenamos las tinajas de nuestra vida se va a convertir en vino nuevo que dé sentido nuevo a lo que hacemos

Isaías 62, 1-5; Sal 95; 1Corintios 12,4-11; Juan 2, 1-11

A esto le falta algo, decimos cuando probamos una comida que no está bien sazonada, a la que le falta sabor, a la que le falta sal; pero lo decimos también muchas veces en la vida en muchas cosas que parece que no terminan de funcionar, que le falta algo, que le falta vida; una organización que languidece, que no avanza, que parece que se muere porque quizás sus dirigentes son indolentes o no tienen ideas nuevas para hacerla resurgir; un proyecto al que no le vemos claramente sus motivaciones y no termina de salir adelante, porque como decimos le falta algo; una fiesta que no termina de animarse y aunque suene la música no hay nadie que arrastre, que le dé entusiasmo, que le dé alegría; una boda a la que le falta el vino y la gente pone cara de poca alegría, de poco sentido de fiesta porque parece que no hay nada que la ponga a tono.

¿Faltan ideas o faltan impulsos que nos lleven a algo nuevo? ¿Falta vitalidad en nuestro interior porque quizá haya vacío y frío espiritual dentro de nosotros? ¿Falta hondura en la vida porque nos quedamos en la comodidad de lo superficial o rehusamos lo que signifique el más mínimo esfuerzo? Cuántos vacíos nos podemos encontrar en la vida, en lo que hacemos, o lo que es la vida de nuestra sociedad, lo que es la vida de nuestras comunidades porque falta ese algo que dé un sentido nuevo, dé una alegría nueva, o abra caminos nuevos delante de nosotros que en verdad nos lleven a alguna parte que merezca la pena.

Y fijándonos en cosas de la vida a las que les falta algo – cuantas cosas más podríamos mencionar entre ellas la vida de nuestras comunidades – hemos llegado al signo que se nos ofrece en el evangelio de hoy. Una boda en Caná de Galilea, un pueblo bastante cercano a Nazaret, en la que Jesús y María están entre sus invitados. Aunque en otro momento del evangelio aparece la rivalidad de pueblos vecinos, normal sería que entre uno y otro pueblo hubiera parientes o amistades familiares. Ahí está la boda que va transcurriendo según los rituales normales de ese tipo de fiestas, pero en un momento determinado es la madre de Jesús la que se da cuenta de que algo falta, no hay vino. Es el comentario que hace a Jesús. ¿Cómo podría continuar la fiesta y cómo iba a quedar de mal el novio por la falta de previsiones?

Ya escuchamos el diálogo entre madre e hijo que con mirada superficial nos podría resultar incomprensible en que Jesús parece desentenderse. Pero los ojos de una mujer, los ojos de una madre no pueden cerrarse ante aquella situación e insiste en buscar solución que ella sabe que solo puede estar en Jesús. Cuántas veces ante los problemas nos quedamos paralizados, sin solución y no sabemos a quién acudir, donde encontrar la respuesta a nuestra inquietud. María nos está dando una lección. Solamente sugerirá a los sirvientes que hagan lo que diga Jesús. ¿No será lo que tantas veces allá en lo hondo del corazón nos está sugiriendo a nosotros, aunque no lo queramos ver?

Muchos vacíos van apareciendo en el relato, como vacíos nos encontramos tantas veces en la vida. Falta agua, falta vino, falta calor interior, faltan espíritus creadores, falta fuerza interior. Hasta las tinajas de agua de las purificaciones están vacías, hay que llenarlas. Y es lo que Jesús les pide – ‘llenad esas tinajas de agua’, les dice -, pero para que luego desde esas tinajas puedan sacar un vino nuevo. Es Jesús el que da el cauce para que esas tinajas se llenen y puedan ofrecer ese vino nuevo. Será en Jesús donde podemos encontrar ese vino nuevo, esa fuerza interior, ese espíritu grande que nos pueda impulsar a cosas grandes.

No serán necesarias grandes cosas porque Jesús lo único que está pidiendo es que se llenen de agua aquellas tinajas. Pero una cosa es necesaria, que creamos en la palabra de Jesús y desde esas pequeñas cosas a las que ahora les vamos a dar una importancia especial podrá surgir un vino nuevo, podrá surgir algo que nos va a dar hondura a la vida, que nos va a llenar de sentido o que va a poner una nueva alegría en el corazón. Será quizá desarrollar esos valores y esas cualidades que cada uno tenemos; será comenzar a creer incluso en nosotros mismos que aunque nos parezca que somos pequeños y hasta en ocasiones nos consideramos inservibles, sin embargo con eso que somos podemos hacer maravillas. Cada uno tenemos unos valores y tenemos una función en la vida, en el lugar que nos corresponda.

Mantengamos ahí nuestra fidelidad, desarrollemos ahí eso que somos capaces de hacer desde esas cualidades que tengamos, aunque nos parezcan insignificantes. Algo tan sencillo como el agua se convirtió en el mejor de los vinos que puso alegría en aquella fiesta de bodas. Con algo tan sencillo como tú eres o como tú tienes podemos poner esa alegría nueva en la fiesta de la vida, podemos hacer que haya un nuevo sabor allí donde estamos, allí con la gente de la que nos rodeamos, allí en la comunidad donde vivimos. Así nuestro mundo podrá tener un nuevo sabor.

Pongamos a Cristo en medio de todo esto – haciendo lo que El nos diga – y podremos darle ese vino nuevo a nuestro mundo, podemos darle ese sabor nuevo a nuestra vida, podremos hacer que nuestra sociedad tenga nueva vida, que nuestras comunidades vivan la intensidad de su comunión.

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