Si
creemos en la Palabra de Jesús esa agua de los valores de los que llenamos las
tinajas de nuestra vida se va a convertir en vino nuevo que dé sentido nuevo a
lo que hacemos
Isaías 62, 1-5; Sal 95; 1Corintios 12,4-11;
Juan 2, 1-11
A esto le
falta algo, decimos cuando probamos una comida que no está bien sazonada, a la
que le falta sabor, a la que le falta sal; pero lo decimos también muchas veces
en la vida en muchas cosas que parece que no terminan de funcionar, que le
falta algo, que le falta vida; una organización que languidece, que no avanza,
que parece que se muere porque quizás sus dirigentes son indolentes o no tienen
ideas nuevas para hacerla resurgir; un proyecto al que no le vemos claramente
sus motivaciones y no termina de salir adelante, porque como decimos le falta
algo; una fiesta que no termina de animarse y aunque suene la música no hay
nadie que arrastre, que le dé entusiasmo, que le dé alegría; una boda a la que
le falta el vino y la gente pone cara de poca alegría, de poco sentido de fiesta
porque parece que no hay nada que la ponga a tono.
¿Faltan ideas
o faltan impulsos que nos lleven a algo nuevo? ¿Falta vitalidad en nuestro
interior porque quizá haya vacío y frío espiritual dentro de nosotros? ¿Falta
hondura en la vida porque nos quedamos en la comodidad de lo superficial o
rehusamos lo que signifique el más mínimo esfuerzo? Cuántos vacíos nos podemos
encontrar en la vida, en lo que hacemos, o lo que es la vida de nuestra
sociedad, lo que es la vida de nuestras comunidades porque falta ese algo que
dé un sentido nuevo, dé una alegría nueva, o abra caminos nuevos delante de
nosotros que en verdad nos lleven a alguna parte que merezca la pena.
Y fijándonos
en cosas de la vida a las que les falta algo – cuantas cosas más podríamos
mencionar entre ellas la vida de nuestras comunidades – hemos llegado al signo
que se nos ofrece en el evangelio de hoy. Una boda en Caná de Galilea, un
pueblo bastante cercano a Nazaret, en la que Jesús y María están entre sus
invitados. Aunque en otro momento del evangelio aparece la rivalidad de pueblos
vecinos, normal sería que entre uno y otro pueblo hubiera parientes o amistades
familiares. Ahí está la boda que va transcurriendo según los rituales normales
de ese tipo de fiestas, pero en un momento determinado es la madre de Jesús la
que se da cuenta de que algo falta, no hay vino. Es el comentario que hace a
Jesús. ¿Cómo podría continuar la fiesta y cómo iba a quedar de mal el novio por
la falta de previsiones?
Ya escuchamos
el diálogo entre madre e hijo que con mirada superficial nos podría resultar
incomprensible en que Jesús parece desentenderse. Pero los ojos de una mujer,
los ojos de una madre no pueden cerrarse ante aquella situación e insiste en
buscar solución que ella sabe que solo puede estar en Jesús. Cuántas veces ante
los problemas nos quedamos paralizados, sin solución y no sabemos a quién
acudir, donde encontrar la respuesta a nuestra inquietud. María nos está dando
una lección. Solamente sugerirá a los sirvientes que hagan lo que diga Jesús.
¿No será lo que tantas veces allá en lo hondo del corazón nos está sugiriendo a
nosotros, aunque no lo queramos ver?
Muchos vacíos
van apareciendo en el relato, como vacíos nos encontramos tantas veces en la
vida. Falta agua, falta vino, falta calor interior, faltan espíritus creadores,
falta fuerza interior. Hasta las tinajas de agua de las purificaciones están
vacías, hay que llenarlas. Y es lo que Jesús les pide – ‘llenad esas tinajas
de agua’, les dice -, pero para que luego desde esas tinajas puedan sacar
un vino nuevo. Es Jesús el que da el cauce para que esas tinajas se llenen y
puedan ofrecer ese vino nuevo. Será en Jesús donde podemos encontrar ese vino
nuevo, esa fuerza interior, ese espíritu grande que nos pueda impulsar a cosas
grandes.
No serán
necesarias grandes cosas porque Jesús lo único que está pidiendo es que se
llenen de agua aquellas tinajas. Pero una cosa es necesaria, que creamos en la
palabra de Jesús y desde esas pequeñas cosas a las que ahora les vamos a dar
una importancia especial podrá surgir un vino nuevo, podrá surgir algo que nos
va a dar hondura a la vida, que nos va a llenar de sentido o que va a poner una
nueva alegría en el corazón. Será quizá desarrollar esos valores y esas
cualidades que cada uno tenemos; será comenzar a creer incluso en nosotros
mismos que aunque nos parezca que somos pequeños y hasta en ocasiones nos
consideramos inservibles, sin embargo con eso que somos podemos hacer
maravillas. Cada uno tenemos unos valores y tenemos una función en la vida, en
el lugar que nos corresponda.
Mantengamos
ahí nuestra fidelidad, desarrollemos ahí eso que somos capaces de hacer desde
esas cualidades que tengamos, aunque nos parezcan insignificantes. Algo tan
sencillo como el agua se convirtió en el mejor de los vinos que puso alegría en
aquella fiesta de bodas. Con algo tan sencillo como tú eres o como tú tienes
podemos poner esa alegría nueva en la fiesta de la vida, podemos hacer que haya
un nuevo sabor allí donde estamos, allí con la gente de la que nos rodeamos,
allí en la comunidad donde vivimos. Así nuestro mundo podrá tener un nuevo
sabor.
Pongamos a
Cristo en medio de todo esto – haciendo lo que El nos diga – y podremos darle
ese vino nuevo a nuestro mundo, podemos darle ese sabor nuevo a nuestra vida,
podremos hacer que nuestra sociedad tenga nueva vida, que nuestras comunidades
vivan la intensidad de su comunión.
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