Partamos
de la conversión del corazón para que haya un verdadero seguimiento de Jesús
sin fanatismos y que se manifiesta en un compromiso de vida cristiana auténtica
1Samuel 18, 6-9; 19, 1-7; Sal 55; Marcos 3,
7-12
Los
entusiasmos a veces nos pueden llevar a confusiones. Y por otra parte qué fáciles
de manipular son unas multitudes enfervorizadas o entusiasmadas por algo. Basta
que surja una voz que diga por aquí, para que todos a una corran en aquella dirección.
Las manifestaciones tienen a veces consecuencias que no somos capaces de
prevenir muy bien, cuando una multitud entusiasmada se ciega ante unas
consignas no sabemos en lo que puede terminar; fijémonos en las violencias que
provocan en ocasiones incluso en personas que nos parecía que eran muy pacíficas.
Pero esto
puede hacer referencia a muchas cosas en la vida. Un entusiasmo por la amistad
con alguien algunas veces puede llevar a confusiones donde no sabemos qué es
realmente la verdadera amistad o las pasiones que se pueden desbocar. Nos
podemos cegar en nuestro entusiasmo y realmente no lleguemos a captar lo
verdadero y mejor de un mensaje, y en el aspecto religioso – que también en
otros aspectos de la vida social – pueden desembocar en fanatismos, que no
llevan en si mismos la verdadera paz del espíritu.
No quería
Jesús que fuese ese el camino de los que le seguían y se convertían en sus discípulos.
En el evangelio vemos con frecuencia esas multitudes que acuden de todas partes
a Jesús porque quieren escucharle en las nuevas esperanzas que se suscitan en
sus corazones, pero muchas veces solo buscando al taumaturgo que milagrosamente
nos libere de todos los males, pero no dejando que se liberen de verdad los
corazones. De ello nos está hablando hoy
el evangelio. ‘Al enterarse de las cosas que hacia, acudía mucha gente de
Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón…Como había
curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para
tocarlo’.
Al principio hay unas previsiones que podríamos
llamar de orden público o de protección civil empleando lenguajes de nuestro
tiempo, ‘porque encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una
barca, no lo fuera a estrujar el gentío’. Pero pronto vemos que Jesús
quiere hacerles reflexionar en algo más. No dejaba que los que habían sido
curados de los espíritus inmundos divulgaran lo que Jesús hacía o lo que ellos
decían que era Jesús. ‘Pero él les prohibía severamente que lo diesen a
conocer’. No busca Jesús que su seguimiento sea simplemente por esos
entusiasmos milagreros. El ha venido a anunciar la llegada del Reino de Dios y
todo ha de comenzar por la conversión de los corazones. Mientras no haya esa
conversión del corazón no habrá un verdadero seguimiento de Jesús.
¿Cuál es nuestra manera de seguimiento
de Jesús? ¿Partiremos en verdad de esa conversión de los corazones? Bien
conocemos nuestra realidad que en cierto modo es tan variada. Somos dados a
movernos solamente desde cosas extraordinarias y fácilmente nos entusiasmamos
con hechos milagrosos. Ha seguido siendo así a pesar del cambio de los tiempos.
Sin quitarle el valor que esos lugares pudieran tener y ser también un signo
que nos llame a la conversión, pero qué fáciles somos para correr de acá para
allá buscando esos santuarios y lugares que encontramos más milagrosos.
Seguimos buscando ese milagro que, decimos, fortalezca nuestra fe.
Nos entusiasmamos con manifestaciones
multitudinarias en torno a una imagen sagrada, pero quizá no somos capaces de
abrir con el mismo entusiasmo los oídos del corazón para escuchar la llamada
del Señor a una vida mejor y una vida más santa. Cuidado no caigamos en la
pendiente de los fanatismos religiosos por los que fácilmente podemos resbalar
y cuando pase ese momento de verdad todo se pueda quedar en un vacío.
Creo que tenemos que ir haciendo
paradas en la carrera de nuestra vida para entrar en momentos de mayor reflexión
y de mayor interiorización, de un crecimiento de una verdadera espiritualidad
que interiormente nos haga crecer y que se manifieste luego en ese compromiso
de una vida cristiana auténtica, de una vida de un verdadero seguimiento de
Jesús.
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